EL PAíS › DOLAR SIN TECHO
¿Quién controla al monstruo?
La sucesión de desaciertos de la dupla Jorge Remes Lenicov-Mario Blejer en su errática estrategia cambiaria
y monetaria escribe una obra de terror.
Por Alfredo Zaiat
¿Cómo se gestó este Frankenstein? El monstruo en que se ha convertido el mercado cambiario atemoriza a una mayoría de la sociedad que sigue la cotización del billete como espectadores de un partido en el que se saben perdedores. Ese engendro que angustia con sus espasmos violentos tiene que ver con la inflexibilidad verbal expresada la semana pasada por la troika O’Neill–Köhler–Krüeger, personajes que no son inocentes. Pero la disparada del dólar reconoce, en gran medida, la impericia (¿habrá otro adjetivo para calificarla?) de un equipo económico que ha perdido la brújula. Si no, ¿cómo se explica que el dólar haya trepado hasta 4 pesos por unidad? Si fuese sólo una conspiración de los malos de la película, que no hay dudas que existen, no hubiera habido tal confusión ayer para saber cuál era el valor del billete. La sucesión de desaciertos de la dupla Jorge Remes Lenicov-Mario Blejer en el diseño y manejo de la salida de la Convertibilidad y posterior administración del nuevo régimen explican esa criatura deforme en que se ha transformado el mercado cambiario. Frankenstein que pone a la economía a las puertas de una hiperinflación, con las consecuencias que se saben y con otras que mejor no pensarlas.
El actual estallido tiene como origen la devaluación irresponsable que inauguró la gestión de Eduardo Duhalde. A esta altura es secundario discutir si había que devaluar o no, puesto que el consenso era que la convertibilidad estaba agotada ante las consecuencias nefastas en materia de empleo y producción que implicaba la paridad 1 a 1. Además, el corralito dispuesto por Domingo Cavallo ya había escrito el acta de defunción de ese sistema que alimentó una fantasía de bonanza que duró poco más de diez años. La cuestión residía en cómo se salía de ese corset cambiario con los menores costos posibles. Y, lamentablemente, el camino elegido fue el peor.
Duhalde anunció el anclaje del tipo de cambio a 1,40, diciendo inmediatamente que se lo liberaría después de un acuerdo con el Fondo Monetario. Esa torpeza produjo la primera sobrerreacción del dólar, previsible ante semejante error en la forma de enviar señales de previsibilidad hacia el mercado. Así el dólar saltó por encima de esa paridad inicial (por qué 1,40 y no 1,30 ó 1,60 forma parte de otro misterio de este cuento del horror), para ubicarse entre 1,70 y 2 en ese marco de incertidumbre. Ante el fracaso de esa estrategia se optó directamente por dejar flotar el tipo de cambio por presión del FMI, pero sin su auxilio financiero que permitiera abultar las reservas con la meta de defender una paridad determinada. En esa instancia, Duhalde & Cía. trataban de convencer que el precio esperado del dólar era 1,60/1,70 peso por unidad.
Ese desacierto derivó en otro overshooting, como gustan hablar los economistas cuando tienen que describir cuando una variable se va al diablo, pasando el dólar la barrera de los 2 pesos, para descansar unos días en 2,50, durante la estadía en Buenos Aires del enviado del Fondo, Anoop Singh. En ese momento, Duhalde se juega y afirma lo que cualquiera le hubiera aconsejado que nunca dijera: “Van a perder dinero los que compran a 2,50”.
Lo que siguió a ese descontrol ya forma parte del manual de zonzeras argentinas. El omnipresente Fondo Monetario, luego de la misión especial liderado por Singh, cuestiona las intervenciones del Banco Central en la plaza cambiaria, recomendando, o será más correcto escribir ordenando, una política de abstención para que el dólar encuentre su valor de equilibrio. Como todo aquel que ya no sabe qué hacer para ganarse el favor de un FMI que no quiere soltar ni una moneda, Remes-Blejer acuerdan a medias seguir esa sugerencia, confundiendo aún más el funcionamiento de un mercado cambiario ya de por sí anormal. Hasta el más ingenuo y principiante estudiante de Economía, a quienes Remes disfruta contestarles preguntas en un panel de televisión, sabe que con corralito y sin alternativas de inversión, o sea una tasa de interés que compita por valorizar excedentes financieros, el dólar pierde valores de referencia y no tiene un precio-techo. El drenaje de depósitos de los bancos no tiene otro destino que el dólar. Cuanto más dinero salga de los bancos más subirá el dólar y, por lo tanto, los dueños de los billetes, los exportadores, y aquellos que pueden atesorarlos en cantidad, los bancos, no alimentarán la oferta de divisas. La histeria del chiquitaje haciendo colas en las casas de cambio por unos pocos billetes sólo es parte del decorado de esta novela de terror.
En ese mercado Frankenstein dejar flotar el dólar de la manera en que se está haciendo provoca daños innecesarios a una economía ya suficientemente maltratada. La serie de medidas dispuestas a última hora del domingo, que ayer tuvo su bautismo con resultados catastróficos, insiste en la política de confusión. ¿Cuál es el verdadero precio? El oficial que fija el Banco Central en sus ventas a un grupo de bancos y agencias. O el libre “puro” que se marca en las casas de cambio que no son abastecidos por la entidad monetaria. ¿Dónde tienen que liquidar los exportadores? En el Central, lo que aumentaría las reservas de intervención, o si prefieren en las entidades, dependiendo del precio más conveniente.
Se sabe por decenas de otras crisis financieras, que existe un rezago entre el comienzo de una corrida hasta el momento del desborde final, que, por ejemplo, con los depósitos se prolongó de febrero hasta noviembre pasado, terminando en el corralito. Con el dólar como único activo de refugio ante una devaluación improvisada, el proceso ha sido mucho más rápido. Que el verde se catapulte a 4, 5, 6 o a 9 pesos, como tan despreocupado comentó Duhalde en el reportaje conjunto a medios gráficos del fin de semana, empuja a la economía a un escenario de hiperinflación.
Ese Frankenstein terminará así su obra del terror, que algunos pensarán que fue involuntaria por la sucesión de desopilantes errores de política cambiaria y monetaria. Pero otros la disfrutarán porque la híper permitiría, en sus planes de laboratorio, licuar el gasto público con salarios y jubilaciones hechos polvos.