ESPECTáCULOS › DESPUES DE LOS OSCAR, UN REPASO DE LAS DECISIONES DE LA ACADEMIA
La hora de la incorrección política
A pesar de la noche de triunfo para las estrellas negras, la Academia de Hollywood sacó a relucir sus viejas mañas reaccionarias.
Esta nota explica por qué castigó a “Amélie”, por qué premió un film conservador como “Una mente brillante” y qué razones la llevaron a consagrar a “No man’s land”.
Por Luciano Monteagudo
Resulta prematuro aventurar las razones por las cuales la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood (donde cada vez parece caber menos el arte y no se entiende demasiado bien cuál es la ciencia) decidió premiar al film bosnio Tierra de nadie, en lugar de la argentina El hijo de la novia o la francesa Amélie. Después de todo, la opera prima de Danis Tanovic no se estrenó aún aquí (aunque ya tiene distribución local asegurada). Se sabe, sí, que No man’s land viene pisando fuerte desde su lanzamiento en el Festival de Cannes, hace casi un año, donde obtuvo el premio al mejor guión y elogios casi unánimes de la crítica y un pasaje abierto por el circuito de festivales.
Mucho se habló de un “premio político”, en la medida en que Tierra... pone en escena el absurdo de la guerra en los Balcanes, al enfrentar a tres soldados de bandos enemigos –dos bosnios, uno serbio– condenados a compartir la misma trinchera, mientras los tanques de las Naciones Unidas contribuyen a la confusión y los corresponsales de guerra convierten todo en un show para su lucimiento. Pero si el premio hubiera sido para El hijo... también se hubiera interpretado políticamente como una señal de comprensión y solidaridad hacia la Argentina, cuya crisis –que por cierto no tiene la dimensión de una guerra– también fue y sigue siendo motivo de cobertura internacional (aunque mucho más europea que estadounidense, por lo cual muchos académicos que vieron el optimista film de Juan José Campanella no deben haber comprendido bien de qué crisis hablan los medios).
Si se puede hablar de una decisión política, en cambio, fue la de no premiar a Amélie. La fábula dirigida por Jean-Pierre Jeunet tenía todo aquello –sentimentalismo, ternura, ingenuidad, romanticismo– que se supone es capaz de seducir al comité de académicos que está habilitado para votar en el rubro de película en habla no inglesa. El problema fue que Amélie estaba hablada... en francés. Hace mucho tiempo que Hollywood y París están enfrentados en una guerra sin cuartel por los espacios de pantalla en el mundo, y la francofobia parece calar cada vez más hondo en la industria estadounidense. Así como no tuvieron inconveniente en celebrar un film como La vida es bella –que comparte con Amélie esa mirada idílica sobre el mundo– consciente o inconscientemente se desentendieron del film más taquillera de toda la historia del cine francés, no sólo en el rubro que le era propio sino también en aquellos en los que había logrado colarse, que no eran pocos: guión original, fotografía, sonido y dirección artística.
Claro que para la Academia el Oscar al film extranjero es apenas un apunte al pie de página. La fiesta mayor pasa por otro lado, y esta edición quedará en la historia no precisamente por el triunfo de Una mente brillante (un triunfo que de brillante no tuvo nada, dada la campaña sucia que precedió a la votación), sino por el inédito reconocimiento a los actores afroamericanos. Por primera vez en 74 años de historia, dos intérpretes de color (“de color negro”, como aclaraba Marcos Mundstock en Les Luthiers) obtuvieron los premios al actor y actriz protagónico. El Oscar a Denzel Washington (por el vicioso policía que compone en Día de entrenamiento) es el primero que recibe un afroamericano desde que en 1963 Sidney Poitier fue premiado por Una voz en las sombras. El propio Washington había presentado unos minutos antes el premio honorífico a Poitier, en quien había reconocido una figura a seguir.
El de Halle Berry (ganadora por su dramática interpretación de la viuda de un condenado a muerte en Monster’s Ball, inédita en Argentina) es un caso aparte. Es la primera actriz de raza negra en obtener la estatuilla en la categoría principal, que hasta ahora había sido de dominio exclusivo de estrellas blancas. Hattie Daniel en 1939 (por Lo que el viento sellevó) y Whoopi Goldberg en 1990 (por Ghost) fueron las únicas actrices negras que antes habían conseguido un Oscar, pero en el rubro “actriz de reparto”. Sorprendida, conmocionada hasta las lágrimas –al punto que hizo moquear a todo el Kodak Theatre–, Berry se tomó mucho más de los 45 segundos estipulados para disfrutar en el escenario. “Nos llevó 74 años estar aquí, así que ahora quiero tener mi tiempo”, articuló entre llantos, para luego dedicar el Oscar a una serie de actrices negras que la precedieron –Dorothy Dandridge, Lena Horne, Diahann Carroll– y “a todas esas mujeres anónimas que ahora tienen una oportunidad, porque una gran puerta se ha abierto”.
“Me alegro que haya sido ella la primera en traspasar esa puerta”, festejó la maestra de ceremonias, Whoopi Goldberg, al referirse a Berry, que debutó en cine de la mano de Spike Lee (como una adicta al crack en Jungle fever) y cuyo primer reconocimiento en la industria lo obtuvo dos años atrás cuando ganó un Golden Globe por su protagónico en el telefilm Introducing Dorothy Dandridge, una biografía novelada de la primera actriz negra nominada al Oscar (en 1950, por Carmen Jones) y que terminó suicidándose en un Hollywood dominado por el prejuicio y el racismo. Las cosas parecen haber cambiado anoche, pero tardaron un poco, por decir lo menos. Habrá que ver de aquí en más qué consecuencias concretas tiene en la industria este doble premio y si será suficiente para romper los estereotipos raciales que Hollywood ayudó a consolidar en el imaginario estadounidense, tal como se ocupó de rastrear Spike Lee en su film Bamboozled, que el año pasado fue ignorado por la Academia.
Por lo demás, y salvo la inédita aparición de Woody Allen en el escenario (menos una concesión que un aporte patriótico a su ciudad, Nueva York, después de que los atentados alejaran a la industria del espectáculo de la Gran Manzana), la institución de Hollywood se mostró más reaccionaria que nunca. Que la gran ganadora de la noche haya sido Una mente brillante, como anunciaban las apuestas, confirma el estado de las cosas en el cine estadounidense. No se trata solo de que la vida del matemático John Nash (presente en la ceremonia, a pocas butacas de Russell Crowe) haya sido tergiversada a fin de blanquear los costados más oscuros de su trayectoria. Es también la confirmación de que la corriente principal de Hollywood –luego de otro enorme paso hacia atrás como fue Gladiador– parece retrotraerse a la estética de 70 años atrás, cuando se premiaban las biografías ejemplares de Louis Pasteur o Emile Zola. Aun en su diversidad, cualquiera de los otros cuatro films que competían a la mejor película tiene una conexión con el cine del presente que A beautiful mind no sólo no intenta, sino que hace lo posible por abolir, con sus lugares comunes, su convencionalismo y su moralina de salón.