ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON CARLOS NINE, ARTISTA PLASTICO Y DOCUMENTALISTA EN LA “MARCHA SOBRE EZEIZA”
Relato de la efervescencia del día en que volvió Perón
Carlos Nine, dibujante y artista plástico reconocido internacionalmente, era un joven militante peronista en 1972. Uno más entre los miles que fueron a Ezeiza a esperar a su líder. Con una cámara Súper 8 registró las alternativas de la marcha del 17 de noviembre.
El material se mantuvo oculto todos estos años. Ahora comienza a ser exhibido en algunas fábricas recuperadas.
Por Ana Bianco
Carlos Nine es conocido como dibujante y artista plástico, pero recientemente se le conoció otra faceta: la de documentalista. Nine filmó el documental Marcha sobre Ezeiza con una cámara Súper 8, y en blanco y negro. El 17 de noviembre de 1972 era un militante más en medio de una marea humana que participaba de un hecho histórico: la llegada de Perón a la Argentina. El valor de este registro fílmico radica en que se realizó desde adentro de la marcha, donde una multitud bajo la lluvia se movilizaba para ir al encuentro pacífico con su líder, que regresaba al país después de un exilio de 17 años.
La junta militar presidida por Alejandro Agustín Lanusse (1971-1973), ante el aumento de las luchas y de la organización política de las masas, el auge de las organizaciones guerrilleras y el fracaso de las Fuerzas Armadas en su plan de gobierno, decide convocar a elecciones, aunque es consciente de que no puede excluir al peronismo. El 7 julio de 1972, Lanusse anuncia los puntos básicos del programa de institucionalización: los candidatos no podían ocupar cargos en el Ejecutivo nacional ni provincial y debían acreditar residencia en el país desde el 25 de agosto de 1972: de esta manera quedaban excluidos Perón y el mismo Lanusse.
Nine deja por un rato de trabajar con unas esculturas, que serán exhibidas en Milán en abril, y en charla con Página/12 se refiere al valor testimonial del film: “El equipo de filmación era mudo y la convierte en arcaica, pero a su vez ese arcaísmo le da potencia. Que sea en blanco y negro, y filmada con una película muy ordinaria, más las rayaduras por las pasadas, le da cierta cosa dramática de principios de siglo”. Marcha sobre Ezeiza, oculto durante treinta años, fue pasado a video para ser difundido, y por iniciativa de la Agrupación Enrique Santos Discépolo y el Movimiento de Empresas Recuperadas se proyectó la semana pasada en la puerta de la fábrica IMPA, en conmemoración de las elecciones del 11 de marzo del ‘73 y del triunfo del Frente Justicialista de Liberación con la fórmula Héctor J. Cámpora-Vicente Solano Lima.
–¿Cómo era filmar desde adentro de la marcha?
–Era una prolongación de la militancia. Menos mal que éramos tres porque en un momento nos acercamos demasiado a los milicos para filmarlos y casi nos sacan la cámara. Nos defendimos a las patadas y tironeando pudimos recuperarla. Uno era uruguayo pero no lo vi más, porque se fue a vivir a Suiza. El otro, Enrique Garciarena, era un gran amigo mío, ya fallecido, mitad argentino y mitad chileno, porque su mamá era chilena. Hay tomas de los tres. Era una coalición de tres países, con militantes políticos y con inclinación por lo visual. Ese día la lluvia era implacable. Yo trabajaba en publicidad y en esa época se filmaba en Súper 8, faltaba poco para el 17 de noviembre y había que documentarlo, pero no teníamos dinero, hasta que conseguimos película barata Orbo, con casetes de 5 minutos que venían de la Alemania comunista y compramos como 20. Yo no me explico cómo la filmamos. El agua entraba en la cámara y cuando cambiábamos el casete, había que sacar primero el agua y después poner uno nuevo y la cámara seguía filmando. Eso era lo increíble. Cómo éramos tres, si te corría un milico, le tirábamos la cámara al otro y ése seguía...
–¿Dónde se sumó a la marcha?
–En ese momento vivía en Vicente López y militaba en Mataderos, de ahí arrancamos y llegamos hasta donde pudimos en colectivo y después caminando casi todo el día hasta la noche. Al otro día terminé de filmar la película en Gaspar Campos, yo vivía a la vuelta, en la calle Santa Rosa. Perón ya estaba instalado allí y con sol registré una escenita de Perón saliendo al balcón y con la gente gritando. Esa era la fiesta, una catarsis de alegría, se había logrado el objetivo: la primera llegada de Perón a la Argentina. Era una fiesta en cierta medida inocente porque nosotros pensábamos que se acababa el drama nuestro y en realidad empezaba. La cuestión era que “el Viejo” estaba acá y los milicos en las rutas y con los fusiles, pero al divino botón porque no podían pararnos. Esos tipos pensarían que era un hormigueo que entraba por todos lados, cruzaba por el río, aparecía por un monte. El paisaje del río Matanza es muy extraño, parece medio italiano, lleno de colinas. Empezamos a las 10 de la mañana y terminamos a las 8 de la noche. Del total del material filmado descartamos el 50 por ciento, quedó sólo en 25 minutos. La cámara no era tan inocua al agua, porque hay partes de la película que están aceleradas, no es el movimiento normal.
–¿El cruce del río Matanza parecía una epopeya?
–Cruzar el río Matanza fue una cosa impresionante. El que guiaba la columna no tenía la menor idea de que el río Matanza hace eses todo el tiempo. Llegábamos a la orilla y pensábamos que habíamos pasado el río, hacíamos media hora de trayecto y aparecía de nuevo el río. Hay una toma muy linda donde se ve una columna de gente agarrada de la mano cruzando el río y unas viejas con paraguas. Resulta increíble que en medio del agua podrida y hasta el pecho esas señoras mayores no se querían mojar el pelo. El Ejército estaba distribuido a lo largo de la avenida General Paz y la Ricchieri. Cuando vieron desde los helicópteros que pasaban todo el tiempo, que la gente se empezaba a meter por los campos, intentaron cortar el campo para que no lleguemos al río Matanza. La idea era cruzar el río y lo hicimos por lugares horribles. Nosotros vimos desde lejos la pista de Ezeiza y nos enteramos de que Perón ya estaba en el hotel, era casi de noche. Después se trasladó al otro día a Gaspar Campos.
–¿Qué significaba en ese momento la consigna Luche y Vuelve?
–Era la consigna convocante, pero nosotros igual teníamos la sospecha de que no era suficiente, por eso al final de la película pusimos un cartelito que decía “La lucha continúa”. Esta era una frase que andaba circulando bastante, pues suponíamos que el asunto no era solamente que viniera Perón. Ahora es fácil decir algo, pero la cuestión era preverlo. En esa época se creía que si se cumplía con ese requisito, todo se acomodaba nuevamente: los chicos volverían a ir la Fundación Evita, los obreros a las fábricas. En ese momento, la llegada de Perón significaba hacer una grieta en la dictadura. Algunos dicen que la dictadura de Lanusse era más blanda comparada con lo que vino después. Es mentira, era una dictadura de la puta madre, hay que acordarse de la masacre de Trelew en agosto del ‘72. La consigna impulsaba a la gente a salir a la calle, después existieron las contradicciones de Perón, pero en ese momento era un ariete y gente que no era peronista salió a la calle. Tenía esa cosa de jolgorio, de vamos todos. A pesar de los tanques, las tanquetas y la Gendarmería, la gente iba igual.
–¿El documental se utilizó para difusión?
–Ibamos a una fábrica, a una villa o al Conservatorio de Arte Dramático y la pasábamos. En la villa, para la proyección llevábamos una sábana. Era tan directa la transmisión de la imagen con el espectador que cuando aparecían los milicos los chicos le tiraban piedras a la sábana. En la campaña electoral del ‘73, Cámpora-Solano Lima, se hicieron fotogramas, afiches y ya perdí el rastro de esas imágenes que levantaban de diarios y de revistas. Después hice con Germán García, el semiólogo, los afiches “17 años así” para esa campaña. Fue importante encontrar ese título que era muy representativo para la época, con imágenes de chicos mal alimentados, fábricas cerradas que simbolizaban los 17 años de proscripción del peronismo y el comienzo de la desindustrialización.
–¿Qué pasó con usted y con la película después del golpe de ‘76?
–La guardé, tengo la original, pero otras copias hubo que quemarlas. En el ‘76 recibimos amenazas y habíamos sacado con mi esposa pasajes para Venezuela, pero decidimos no irnos. Desapareció mi firma. Dejé de existir hasta el ‘82. Yo en esa época no era nada, ni dibujaba. Tenía un estudio de publicidad y hacía folletería para laboratorios medicinales. En el ‘82 empecé a publicar para España, con el seudónimo de Yeite, unas historias sobre los mundiales, unas caricaturas y las vio alguien de la revista Humor y empecé a publicar en el ‘83.
–¿Qué valor le encuentra a este documental?
–Me parece que hay que poner toda la voluntad como espectador porque es de una tosquedad insoportable. La estrenamos en un cine en el ‘73, después de una película de Pino Solanas. El film tenía una finalidad didáctica y los textos de Evita que elegimos nos permitían hacer una síntesis comprensible para la gente. Le agregamos una banda de percusión de Domingo Cura y la Marcha peronista cantada por Hugo del Carril. La hazaña del peronismo fue el poder de convocatoria de millones de personas en esos años, cuando ya los efectos de la Ciudad de los Niños eran sólo recuerdos.