ESPECTáCULOS › CONCLUYO EL RODAJE DE “18-J”, EL FILM SOBRE EL ATENTADO A LA AMIA

“Hoy la bomba todavía sigue estallando”

Daniel Burman, Adrián Caetano, Lucía Cedrón y Alejandro Doria, cuatro de los diez directores convocados para el proyecto, reflexionan sobre las posibilidades y también sobre los límites que impone filmar una película sobre la tragedia del 18 de julio de 1994.

 Por Mariano Blejman

En el cine, hay una distancia importante entre la idea inicial de un proyecto y la forma que éste termina adoptando después de haber atravesado el rodaje. Algo así podría estar pasando con el proyecto 18-J, en homenaje a las víctimas del atentado a la Amia, que sucedió el 18 de julio de 1994, donde un grupo de diez directores y sus respectivos productores fueron convocados para recordar los diez años del atroz bombazo. Cuatro de ellos, Daniel Burman, Lucía Cedrón, Adrián Caetano y Alejandro Doria, aceptaron la propuesta de Página/12 de reflexionar sobre este proceso, y sobre lo que despertó en cada uno de ellos. El film sirvió también para reencontrarse con alguna clase de horror cuando el contexto político parece tan cambiado. También están en el proyecto Alberto Lecchi, Marcelo Schapses, Carlos Sorín, Juan Bautista Stagnaro, Adrián Suar y Mauricio Wainrot.

Proyecto Burman

Daniel Burman acaba de llegar de Italia, donde estrenó El abrazo partido, engolosinado por las excelentes críticas. También estrenó en Francia, España y lo hará en Suiza, Estados Unidos y México. Entre viaje y viaje, rodó su parte en el Once, el barrio que tan bien conoce. “Volví a un lugar que sentía que conocía muy bien, pero descubrí algo diferente. Por motivación propia no se me hubiese ocurrido hacerlo. Encontré que las secuelas del atentado están incrustadas en el barrio, de manera permanente y dinámica. Tanto a nivel urbanístico y también por lo que generó el postatentado, esa escenografía es de posguerra”, cuenta.
Burman sabe muy bien que el domingo se detiene la locura del Once y se puede ver lo no visto. “Hay una tristeza invisible que se encuentra mirando detenidamente”, dice. Más allá de los pilotes antiatentados en cada vereda hay un dinamisno en el horror. Burman filmó en calles aledañas, frente a la AMIA, con comerciantes del lugar, y convirtió una idea inicial que empezaba con un parto el mismo día del atentado que “devino en algo más coral. Son historias mínimas, parafraseando a Sorín, que se cristalizan de una manera muy particular”. Burman cree que el hombre es insignificante ante el dolor ajeno, “uno puede acercarse al dolor de otro, pero el dolor es algo intransmisible”, reflexiona.
Pareciera haber denominadores comunes entre los sobrevivientes del atentado. “Están los que pudieron seguir su vida cotidiana, pero también los que cerraron su negocio y no pudieron volver a ser los mismos. Es nuestro pequeño holocausto”, dice Burman, quien parece muy preciso en eso de saber dónde detener la cámara. El Once incita a mirar, como en El abrazo partido, con ritmo de barrio. Pero detrás de esa velocidad se esconde la fuerza de los símbolos. “Automáticamente, cuando la gente pasa frente a los pilotes, tiende a cruzar de vereda. Es un mecanismo incorporado. El Once tiene un paisaje particular: cámaras de seguridad, guardianes, comerciantes que dicen que los gendarmes espantan clientes”, cuenta Burman. En la puerta de un templo judío, Burman –quien ya no pasa desapercibido en la comunidad judía– fue interpelado por un autodenominado coordinador de seguridad: “Este objetivo no se puede filmar”, lo increpó. “El tipo miraba la steadycam y marcaba lo conveniente.” Para el director, el atentado a la AMIA sigue funcionando, la bomba sigue estallando –más allá de que no deje muertos– en el barrio. Aún hoy, el barrio es sospechoso de sus propios actos. “Esto sucede cuando un hecho como éste no tiene justicia.”

Proyecto Caetano

El uruguayo Adrián Caetano (Un oso rojo, Bolivia) no se detiene demasiado a pensar sobre lo que hace, dice. O al menos no lo aparenta cuando mantiene una conversación con este diario sobre su participación en 18-J: “No sé, ni me acuerdo lo que hice”, opina Caetano, aunque después comienza a recordar, como si su memoria se desesperezara de a poco. Caetano rodó prácticamente todo en estudio. “Son objetos pequeños, artículos personales, de gente, de usos cotidianos. Algunos se ven de cerca y otros de más lejos. Me parecía que estaba bueno contar el horror a partir de cosas pequeñas. Es medio raro, más allá de que se muestra algo terrible, hay una sensación de que se está viendo de una manera triste. No produce indignación, produce más bien tristeza”, cuenta Caetano. El director apenas terminó el rodaje, pero todavía no terminó de editarlo. Y conociendo a Caetano, todo puede cambiar a último momento.
Hace una década, Caetano vio el derrumbe de la AMIA por televisión. En esa época trabajaba en un hotel de la provincia de Córdoba y todavía recuerda la imagen de la televisión, con una realidad que le parecía demasiado lejana, demasiado inverosímil. “Era raro”, reflexiona. “Es raro todavía, cada vez que volvemos a ver cómo se derrumba el edificio. Uno no se da cuenta de que en ese momento se está muriendo mucha gente”, opina Caetano. “Grabamos todo en estudio, me llamaron para hacer un corto, hice lo que me pareció. Lo que me parecía más honesto de mi parte. Pero hasta que no vea el laburo terminado, hasta que no le ponga la música, no sé cómo va a quedar. Aunque jamás se me hubiese ocurrido hacer algo sobre la AMIA.” Si bien todavía no termina, el director de Tumberos está pensando en su nueva película que se llamará Caudillo. ¿Televisión? “Sí, me acabo de comprar una tele muy grande”, responde Caetano.

Proyecto Cedrón

Lucía Cedrón vivió en París muchos años, pero volvió a la Argentina para llevársela por delante. Es hija de Jorge Cedrón, director de la celebrada Operación Masacre, vista en la clandestinidad por casi un millón de espectadores, asesinado en Francia presumiblemente por el Centro Piloto de París. Ahora, Lucía está terminando de editar Mitz-va, tal el nombre de su trabajo, que proviene de un precepto en hebreo sobre los conceptos éticos y morales para con ellos mismos. El corto fue rodado en el interior, a excepción de algunas tomas en Ezeiza y en los techos del Once. Guillermo Selske la convocó a contar una historia ajena. “Intenté buscar un espacio propio. Conservé los personajes principales e hice un trabajo de adaptación.” Es la historia de Yaco y Maya, dos jubilados del Once, que se iban a ir de viaje a Israel el 18 de julio a visitar a una hija.
Los actores son Norman Erlich, Adriana Aizemberg y Ana Celentano. “El pueblo judío y el argentino tienen puntos en común: uno es haber sido atravesados por olas de éxodos e inmigraciones”, cuenta Cedrón. El atentado para Cedrón funcionó como una forma recurrente de replanteo de decisiones. El film empezará con un plano de un minuto de silencio, en bosques con una niebla muy fuerte. “Una significación directa narrativa, pero también es lo que quedó después de la AMIA: una cortina de humo.” Para Cedrón todo discurso es político, donde el silencio (como en su corto En ausencia, de 15 minutos sin diálogos) adquiere vital importancia. “Mis momentos más significativos fueron momentos de silencio: el silencio ensordecedor antes de que estalle una guerra, como antes de las tormentas.”
¿Cómo puede caer una película así 10 años después, donde el mundo está cambiando de percepción frente al asunto del terrorismo? “No paro de pensar de cómo esto se resignifica y su sentido político. Porque también es de terror que hablemos sólo de la situación en Israel. De la misma manera que mi viejo pensaba que las cámaras eran fusiles, nuestras cámaras hacen una construcción política”, cuenta Lucía. Algo curioso sucedió con la convocatoria que hizo Cedrón: “La gente tenía muy presente el atentado, cómo había atravesado sus vidas. En esa época yo estaba en París, otros en el sur, muchos pasaron por ahí alguna hora antes. El vestuarista trabajaba en el Once, el sonidista escuchó un ruido y sintió cómo la onda expansiva atravesaba su cuerpo”. Cedrón visitó la AMIA durante el rodaje, y se quedó durante cuatro horas.

Proyecto Doria

El único que adoptó una arista legalista sobre el atentado fue el director Alejandro Doria al rodar su corto Vergüenza. “Fui el último en integrarme al equipo de Patagonik. La historia surgió cuando nos juntamos con Aída Bortnik: me entusiasmé con una idea de Aída y ella con una mía, optamos con una base mía y empezamos a elaborarla. Es la historia de una mujer que, cansada de 10 años de impunidad, decide presentarse a declarar todo lo que sabe. Y resuelve hacer una denuncia. En el original era una mujer que hacía un ensayo de la acusación que va a hacer, pero tuvo una derivación impensada: es la fresita de la torta que surgió naturalmente y creo que lo hace muy fuerte”, cuenta Doria. No dice de qué se trata, deja entrever que el quid estará en lo que esa mujer hizo en el atentado.
Doria juntó material “abundante y escalofriante”, dice. Y aunque admite que conocía el tema “no sabía que se había llegado a tal grado de ocultamiento de la verdad por parte del Estado. Cuando armamos el guión queríamos decirlo todo pero no podíamos”. Vergüenza se centra en lo que sucedió desde la explosión y cómo se ocultó la información desde el gobierno. La historia sucede en la actualidad. Se trabajó junto a Margarita Jusid y la imagen la hizo Willy Behnish (ayudante de cámara de Doria en Pasajeros del jardín y camarógrafo de Esperando la carroza) prácticamente en blanco y negro. Es un monólogo de Susú Pecoraro, con la música de Balada para mi muerte de Astor Piazzolla, interpretado por Pablo Siegler, conocido por sus bandas de sonido para el cine. “Cuando se junta toda la información sobre el atentado no se puede creer lo que sucedió.”
Doria recuerda el famoso helicóptero que habría sobrevolado la AMIA un día antes: “Era un helicóptero negro, que sobrevoló largamente la zona de la AMIA, hubo gente que tomó los números, que lo identificó, pero nunca se investigó. Ese helicóptero no debe existir más”. ¿Qué significó el atentado? “Me inclino a creer que fue una respuesta de países musulmanes a compromisos que había contraído el entonces presidente que no fueron cumplidos”, cierra Doria. “Aunque no creo que haya sido un atentado antisemita”, sentencia. Antes de entregar su corto, controlando los cortes del pseudomonólogo que hace Susú, Doria se preguntaba por qué Menem, sus ministros, sus jueces, sus fiscales, las autoridades de la Iglesia se callaron. “¿Por qué consintieron? Me da unas ganas de llorar espantosas.”

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Daniel Burman (arriba, derecha) prepara un encuadre de su corto, realizado en el barrio del Once.
 
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