ESPECTáCULOS
Recordando al Gordo en la cancha donde jugó partidos memorables
El mítico auditorio de Radio Nacional sirvió para un desfile de figuras que corporizó un sentido homenaje musical a Aníbal Troilo.
Por Karina Micheletto
La idea era homenajear a Aníbal Troilo, a pocas horas de que se cumpla el aniversario noventa de su nacimiento. El escenario elegido fue el mismo que Pichuco pisó varias veces al frente de su orquesta y de su cuarteto, cuando Radio El Mundo centralizaba los ciclos que hoy se recuerdan como clásicos, desde el auditorio que hoy pertenece a Radio Nacional, en Maipú al 500. El programa La Fonola organizó el jueves una emisión en vivo por la que pasaron varios amigos de Pichuco. Entre ellos, los locutores Héctor Larrea y Antonio Carrizo, que presentaron varias veces a Pichuco en el mismo auditorio. También Tito Reyes, el último cantor que tuvo la orquesta de Troilo, a quien le sobró cancha para mostrar voz y manejo de escenario. Y Raúl Lavié, que lanzó una confesión: siendo muy joven se negó a cantar en la orquesta de Troilo aduciendo que él “ya estaba en otra”, porque había empezado a actuar en el Club del Clan. “¡Perdón, Gordo, perdón!”, gritó Lavié antes de cantar Barrio de tango, Sur y Te llaman malevo.
El programa La Fonola, que conduce Marcelo Guaita y que se emite por La Folclórica (98.7), realiza este homenaje todos los años. Pero como era de esperarse, en el 90º aniversario la convocatoria adquirió una dimensión mayor. Tito Reyes, pañuelo en mano y elegante porte, sorprendió con Yo soy del ’30 y El conventillo, “una milonga que al Gordo le gustaba –dijo– porque nos divertíamos en el escenario”. Después le dedicó un poema al homenajeado y recordó la generosidad que todos destacan en Troilo: “Homero Expósito decía que Pichuco tenía los bolsillos rotos. Y era verdad. No le duraba un mango en el bolsillo, y no es que lo gastara: lo ofrecía con generosidad de amigo”.
Entre el público, varios hinchas pedían temas. “¡Acá vino la barra, Tito!”, gritaban con voces roncas los de las primeras filas. Más tarde pasaron por escena la orquesta Gente de Tango, María José Mentada y la Orquesta Típica Fernández Fierro con el cantante Walter “Chino” Laborde. Lookeados como siempre (como para fiesta electrónica), la Típica Fernández Fierro hubiera desentonado mucho en una sala en la que predominaban las calvas. Pero en la música, quedó demostrado, la pinta es lo de menos, y versiones de la orquesta como la de Zita –el tango que Piazzolla le dedicó a la esposa de Troilo– hicieron que los tangueros terminaran gritando “¡Al Colón!”.
La música del homenaje se fue alternando con cariñosas anécdotas. “En este estudio vi por primera vez a Troilo con ojos asombrados de adolescente”, dijo Larrea. “Era un ser luminoso, esos espíritus delicados que hacen sentir que la vida es bella.” “Pichuco podía ser muy amigo de los burros, de la noche, de River, pero a la hora de la música era profesional hasta la obsesión”, aclaró después Carrizo. “Era uno de los pocos que no empezaba una temporada sin algo nuevo en su repertorio. Las veces que pasó por aquí Pichuco tuvo muy en cuenta que este estudio es un potro difícil de domar: es demasiado grande, y se hace complicado manejar el sonido. Cuando iba a tocar Troilo, el primero que llegaba era Paquito, el que inventó el oficio de ‘llevarle el bandoneón a Troilo’. Dejaba el bandoneón sobre la silla. Después llegaba Pichuco, acomodaba las partes en los atriles y comenzaba la ceremonia de preparar el altar: contaba las baldosas entre silla y silla y entre atril y atril. Llegaba el locutor, después los músicos, y empezaba la misa de la actuación de Pichuco.”