ESPECTáCULOS › “BUENA VIDA (DELIVERY)”, DEL DIRECTOR DEBUTANTE LEONARDO DI CESARE
Una guerra de pobres contra pobres
A través de la historia de un motoquero que se enreda con la gente equivocada, el film da una sombría visión de estos años de crisis.
Por Luciano Monteagudo
El escenario es el conurbano bonaerense y la circunstancia los momentos más difíciles de la crisis pos De la Rúa. Se habla de patacones y lecops y el paisaje parece más gris y triste que nunca. La familia de Hernán decide emigrar a España en busca de trabajo, pero él se queda. Al fin y al cabo, su ciclomotor le permite hacer changas en una mensajería del barrio. A los 24 años no es mucho, pero tiene la casa para él y con eso se arregla, aunque la soledad lo persiga de cerca. Con sus compañeros del delivery, Hernán no tiene mucho de qué conversar y una mañana se anima a sacarle charla a Pato, una piba que trabaja en la estación de servicio donde él carga combustible. Al principio parece que todo va bien, que hay onda, pero poco a poco Hernán irá descubriendo, para su sorpresa, que la gente no siempre es como parece, que las apariencias engañan. Y que no se puede ser confiado...
Ganador de un concurso de guiones organizado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, el proyecto de Buena vida (delivery) obtuvo el aporte financiero de Hubert Bals Fund, del Festival de Rotterdam, y la participación del Fonds Sud francés, que permitieron la concreción del film en tiempos en que los costos de hacer cine se triplicaron en la Argentina. Un nuevo empujón del Incaa llevó a la película a la edición de marzo pasado del Festival de Mar del Plata, donde ganó –por unanimidad del jurado– el Astor de Oro al film y el Astor de Plata al guión. No parece poco para un director debutante en el largometraje, Leonardo Di Cesare (Buenos Aires, 1968), que tiene una formación teatral –en la Escuela Nacional de Arte Dramático y con el maestro Augusto Fernandes–, algo inusual entre quienes hoy se lanzan a hacer cine en la Argentina.
Su película, sin embargo, no está pensada como un ejercicio de histrionismo, sino que prefiere más bien ir pintando un ambiente y desarrollar la trayectoria de sus personajes frente a circunstancias cada vez más adversas. Hernán (Nacho Toselli) le ofrece a Pato (Moro Anghileri), que tiene cara de andar en problemas, alquilarle una pieza. Después de todo, espacio no le falta. Ella primero duda, pero después acepta. Se muda, hace vida de inquilina por unos días, pero no tardará en pasar un par de noches con Hernán. Hasta que llegan los padres de Pato, con una nena. Dicen que es por 24 horas nomás, que están buscando un pariente, pero para cuando Hernán se quiera dar cuenta los tiene instalados. Y con una fábrica de churros en el living. “Te invadieron la casa, che. Andá a consultar un boga”, le sugiere el dueño de la mensajería (Oscar Alegre) antes de cerrar el boliche y dejar a sus motoqueros en la calle, sin siquiera pagarles los sueldos.
La espiral de desgracias que se abaten sobre Hernán se irá profundizando cada vez más, hasta convertirse en una suerte de martirologio. El film de Di Cesare, siempre en un estilo muy prosaico y un medio tono naturalista, con algunos toques de humor negro, irá dando cuenta de la beata pasividad de Hernán, de la ambigüedad de Pato y de la siniestra bonhomía de sus padres. Claramente, la intención del film es poner en escena la feroz guerra de pobres contra pobres que desde la crisis se ha instalado como nunca en el país. Pero el efecto que produce Buena vida (delivery) es quizás otro, como si la película –a través de la figura de Hernán– no hiciera sino reflejar los temores más profundos y arraigados de la clase media: el miedo a ser invadido, a perder la propiedad, a tener que pensar a toda persona extraña como un potencial enemigo.