ESPECTáCULOS
Un Rey Arturo que no sale a la búsqueda del Grial
La nueva versión dirigida por Antoine Fuqua pretende contar “la verdadera historia” del célebre personaje, pero pierde puntos en sus diálogos pomposos y batallas efectistas entre la niebla.
Por Martín Pérez
Ni Camelot, ni Santo Grial, ni triángulo amoroso entre el rey, la reina y un caballero. No hay nada de eso en esta nueva versión de la saga del Rey Arturo, que elige contar el mito según lo que algunos historiadores parecen asegurar que es su base histórica. Así es como hay que retroceder mil años en la historia, y Arturo y sus caballeros son en realidad guerreros oriundos del Cáucaso, vencidos y reclutados por el Imperio Romano para proteger sus fronteras más lejanas. Trasplantados al norte de Gran Bretaña para un servicio militar que durará quince años, lucharán al servicio de Roma contra los Pictos, los verdaderos dueños de esa tierra, que aparecen como un ejército de indios cuasi-norteamericanos, desnudos y pintados a pesar de que, al decir de alguno de los caballeros de Arturo, allí cuando no llueve, nieva. Y cuando no nieva, hay niebla. Y eso en verano.
Aunque desde sus afiches se vincule a este Rey Arturo con una película como La leyenda del Perla Negra, poco hay de aquella película en ésta. Es verdad, Jerry Bruckheimer puso su firma –y su dinero– en ambas. Pero poco hay del espectacular desplante del productor de los más despampanantes (y descerebrados) blockbusters de Hollywood en este extraño producto del revisionismo épico. Salvo por el hecho de que, a pesar de asegurar querer contar de una vez por todas la historia de Arturo tal como sucedió realmente, no parece haber mucho interés por ninguna precisión histórica. Con guión de David Franzoni, el mismo de Gladiador, la historia que se cuenta aquí es la de un nuevo sirviente de Roma que termina enfrentándose a ella. Con la llegada de los Sajones, todos –menos Arturo, tal vez– sabrán darse cuenta desde el comienzo que los guerreros del Cáucaso terminarán uniéndose a los Pictos para reclamar lo que será su tierra, liderados por un tal Merlín.
Llena de niebla y batallas, Rey Arturo es una película clase B demasiado embebida en épica desde su mismísimo prólogo. Repleta de actores sin carisma, sus únicos atractivos son las escasas apariciones del malvado jefe sajón, encarnado por Stellan Skarsgård (Contra viento y marea), un actor que es llamado el Christopher Walken sueco, y que hace su papel como si no le importase lo más mínimo. Y después también ilumina la pantalla la belleza de Keira Knigthly –una Ginebra muy guerrera–, una especie de nueva versión de Wynona Ryder, más alta y estilizada, aunque con más labios y, a juzgar por sus elecciones laborales, mucho menos freak y rebelde. Pero eso no alcanza para entusiasmar con una historia que no deja de ser interesante, pero con la que Fuqua no alcanza jamás a entretener. Allí están las miraditas de soslayo entre Lancelot y Ginebra, pero la cosa no pasa de eso. Poco convencida de querer contar otra historia, el Rey Arturo de Fuqua no es ni mito ni hereje, apenas una más de batallas heroicas, con malos que son como barrabravas de fútbol, y héroes que parecen estar demasiado preocupados por las palabras pomposas. Salvo que sea hora de hacer chistes de vestuario.