ESPECTáCULOS › INTI ILLIMANI Y QUILAPAYUN, JUNTOS PARA UNA NOCHE DE ALTA EMOCION
Canción urgente para Latinoamérica
Los dos grupos chilenos protagonizaron una velada de espíritus inflamados, en la que no faltaron los saludos al pueblo de Venezuela. El final, claro, fue con todas las voces juntas.
Por Cristian Vitale
Siempre hay una “excusa” para que la tradición sobreviviente del canto popular chileno –o sea, Quilapayún e Inti Illimani– encuentre una razón para recrear su background transformador. Muy atrás en el tiempo están Salvador Allende y su causa, un poco más acá la penuria del exilio –ambos grupos estuvieron 15 años sin pisar Chile– o el legado de Pablo Neruda. En el Rex la “excusa” fue Hugo Chávez. El triunfo del presidente de Venezuela en el referendo revivió la mística latinoamericana y popular que engendran ambos grupos y la transportó al presente. “Viva el comandante Chávez”, gritó la platea ante Simón Bolívar, para que cayera una catarata de vítores y aplausos... “¡¡¡Viva!!!”, retrucó Jorge Ball, el venezolano integrado a Inti Illimani en 1982. El tono político, inevitable, adquirió entidad por el triunfo del pueblo venezolano en las elecciones del domingo y sus ecos en el continente: “Nació de tu Venezuela/ y por todo el tiempo vuela (...)/ señalando el rumbo cierto/ en este suelo cubierto/ de muertos con dignidad”, fue la frase clave, que Inti Illimani ya cantaba en 1969 y repetía en 1973, en una obra medular como Viva Chile.
De quienes la cantaron durante la conmocionada etapa de Viva Chile, sólo la revivieron su director artístico, Horacio Salinas, y José Seves, pero faltaron Max Berrú –retirado en 1997– y otro de los fundadores, Jorge Coulón..., dato que explica otro elemento común a ambos grupos en el presente: la división. Un bemol que resta más que sumar (Coulón dirige la otra parte de Inti Illimani, que actuará el 19 y 20 de noviembre en el Ateneo). El grupo originado en la Universidad Técnica del Estado de Santiago en 1967 completó su set con canciones históricas en su mayoría compuestas en el exilio: Cándido, un son entrecortado y percusivo grabado en Roma en 1985 en el disco De canto y baile; Danza Di Cala Luna (Imaginación, 1984), una bellísima melodía de guitarra, que reveló una vez más a Salinas como un formidable prestidigitador de sonidos cosmopolitas, y Son para Portinari, el poema que el poeta cubano Nicolás Guillén le escribió a Cándido Portinari en una servilleta, editado en Palimpsesto (1981). Los Inti desempolvaron el escueto y encantador poema de Violeta Parra Run Run se fue pa’l norte. Hubo tiempo también para mostrar parte del material de los ’90 –poco difundido aquí–, como el rioplatense Mulata, del disco Andadas (1993), que sirvió para lucimiento de dos de los integrantes más jóvenes: el baterista Danilo Donoso y el contrabajista Fernando Julio. Pero el mayor agite corporal llegó de parte de un clásico atemporal: Samba Landó.
Quilapayún, también con su bemol dado por la existencia de una agrupación paralela liderada por Rodolfo Parada en Francia, aportó solemnidad, magnificencia y madurez musical. El hondo ensamble vocal de Plegaria a un labrador, salido de la pluma de Víctor Jara a fines de los ’60, dio pie para continuar con el legado del músico que se llevó la violencia de Pinochet tras el golpe militar contra Allende (Te recuerdo Amanda) y el existir obligado de Quilapayún en el exilio. “Esta es una canción hecha en el exilio y tiene textos de Pablo Neruda”, prenunció Eduardo Carrasco para introducir a la lúgubre Entre morir y no morir, mixtura de vals francés con ritmos araucanos, que explican la “doble identidad” a que el grupo se vio sometido durante gran parte de su trayectoria. Conmovieron también Premonición a la muerte de Joaquín Murieta (1975), del mismo poeta, y Memento (1980), un texto de Federico García Lorca, que los Quila cantaron a capella con aire y nervio de sobra. Pero el canto clave coordinó la impronta bolivariana con una apuesta irrevocable hacia el futuro: “Patria, luz y bandera/ de los puños alzados/ volverás a florecer”, que motivó un comentario en la platea: “Ojalá pudiese aunque sea agarrar la guitarra como ellos”.
Hasta aquí, 80 minutos repartidos entre grupo y grupo. El resto, otros tantos, mostró a todos los músicos en escena: los ocho de Quilapayún y los siete de Inti Illimani. Así reunidos recibieron a Jaime Torres y su charango para interpretar Entre amor, y a Pedro Aznar, presentado como “alguien que se ganó el corazón de los chilenos”. El ex Seru realzó su veta folklórica interpretando a voz quebrada la baguala Arriba quemando el sol, de Violeta Parra. Pero el momento más vibrante llegó al final: confundidos en un solo canto, se despacharon con apoteósicas versiones de El pueblo unido jamás será vencido y La muralla, y La vida total, inspirada alquimia de melancolías y quimeras de los Quila: “El cuerpo es un combate que se pierde/ se pierde sin retorno a lo increíble/ lo increíble será lo que no podemos/ y lo que no podemos será lo que siempre queramos”.