ESPECTáCULOS
La gigantesca prueba acusatoria que también es relato de aventuras
El film de Leigh retrata un drama familiar en los suburbios de Londres, abriendo un resquicio para la esperanza. Trelew, de Mariana Arruti, deja constancia de uno de los hechos más sangrientos de la década del ’70: la fuga de la cárcel de Rawson y la posterior masacre.
Por H. B.
Durante los primeros cinco minutos, en los que intenta describir la coyuntura que llevó al surgimiento de las luchas populares en la Argentina de los ’70, Trelew asoma como un documental político más, hecho de generalidades y de consignas. En los restantes 90 minutos, el cuarto trabajo de la joven realizadora y antropóloga Mariana Arruti (de ella se habían conocido anteriormente Los presos de Bragado e Historias no contadas) logra constituirse en el apasionante relato de un hecho clave de esos años, en el que no sólo es posible leer la época toda, sino prefigurar, como quien observa el huevo de la serpiente, los horrores que sobrevinieron poco más tarde.
Lo que narra Trelew es uno de los hechos más espectaculares primero, más luctuosos a la larga, de la lucha política de la década del setenta. En pleno gobierno de facto de Lanusse, un largo centenar de altos dirigentes guerrilleros decidió fugar de la cárcel de máxima seguridad de Rawson, donde estaban confinados. Notablemente planificado y ejecutado, por causa de una falla humana el operativo funcionó sólo a medias. Un grupo pequeño logró fugar en avión, buscando refugio en Chile y más tarde en Cuba, pero una veintena de evadidos quedaron desprotegidos y debieron rendirse ante los militares, que los trasladaron a la base aeronaval Almirante Zar, próxima a Trelew. Unos días más tarde, el 22 de agosto de 1972, los fusilaron. Entre los masacrados se encontraba Ana María Villarreal de Santucho (que tenía un embarazo avanzado), además de altos dirigentes de FAR, ERP y Montoneros, como Domingo Menna, Antonio Pujadas, María Angélica Sabelli y María Rosa Berger.
Como lo consigna un cartel al final del film, la Armada ha negado toda responsabilidad hasta el día de hoy, haciendo del 22 de agosto no sólo una de las fechas más ignominiosas de la historia argentina de los últimos 30 años, sino además el anticipo –una suerte de laboratorio monstruoso– de los crímenes cometidos más tarde por la última dictadura militar. Sirviéndose de los múltiples testimonios de los sobrevivientes, Arruti arma un relato coral, del que participan no sólo ex guerrilleros de nota (Gorriarán Merlo, Vaca Narvaja, Pedro Cazes Camarero), sino también integrantes del grupo de apoyo externo y abogados de presos políticos. Pero además, incluye testimonios de vecinos de la zona, remiseros que transportaron a algunos de los combatientes fugados, ex conscriptos de la base naval y hasta personal de la funeraria que retiró los cuerpos.
Así, la película funciona no sólo como una suerte de gigantesca prueba acusatoria –aportada por testigos presenciales y víctimas de los hechos–, sino que avanza impulsada hacia adelante, con la fuerza del más vívido y apasionante relato de aventuras. Con final trágico, eso sí. Como puntadas sobre un tapiz, las distintas voces se engarzan mediante un titánico trabajo de edición, encarado por la propia realizadora. Puede ser que Arruti peque por momentos de excesiva velocidad en el entrecortado y pegado, como si importara casi más el ritmo que lo que se dice. Sin embargo, del entretejido surge una variedad de matices que ya quisieran para sí cientos de films de ficción. Afloran en estos relatos determinación y coraje (“sabíamos que no podíamos fallar”, coinciden varios de ellos) pero también cualidades menos frecuentes, como pueden ser el humor (el fallido proyecto de construir un túnel se vuelve desternillante) o la distensión. “Aunque estábamos en prisión éramos felices, porque sentíamos que a la larga triunfaríamos”, dice alguien por allí y en esa idea parecería destilarse, con la luz más transparente, el aire entero de una época. Aquella frase queda resonando, como el eco de una música lejana. Una música que Trelew vuelve a traer.