ESPECTáCULOS › UN MUNDO MENOS PEOR, DE ALEJANDRO AGRESTI
Demasiadas historias
En el nuevo film del realizador de Valentín, la superposición de subtramas termina jugando en contra. Curiosamente, este cine de Agresti termina pareciéndose al que alguna vez vino a renovar.
Por L. M.
Es curioso, pero la obra de Alejandro Agresti, que a fines de los ’80 y comienzos de los ’90 irrumpió como una bocanada fresca en el acartonado panorama del cine argentino, con films insólitos y provocativos como Boda secreta, El amor es una mujer gorda y El acto en cuestión, poco a poco se fue volviendo cada vez más parecida a aquellas películas de las que se diferenciaba. La prueba más contundente viene a darla Un mundo menos peor, su largometraje más reciente, construido a partir de una serie de clichés melodramáticos y de personajes estereotipados que buscan ostensiblemente la conmiseración del espectador.
Una mañana, Isabel (Mónica Galán) llega en ómnibus a Mar de Ajó. La acompañan sus dos hijas, una ya adulta, Leticia (Julieta Cardinali), y otra niña. El balneario está fuera de temporada y a poco de llegar se convierten en la comidilla de la curiosidad malsana del pueblo. Así, se irá sabiendo que Isabel supo ser la mujer de Cholo (Carlos Roffé), que lo amó perdidamente, que Leticia es hija de él, pero que Cholo nunca la conoció, porque durante la dictadura militar él fue un detenido-desaparecido y cuando recuperó la libertad se inventó –para sí mismo y para los demás, quizá víctima de un shock traumático– una nueva personalidad como panadero en Mar de Ajó.
Ese núcleo argumental ya sería suficiente para toda una película, pero Agresti no se priva de incorporar subtramas y personajes, como si no estuviera decidido a contar algo en particular sino más bien a conmover los sentimientos de sus espectadores de la manera que sea, apelando abusivamente a la música compuesta por el francés Philippe Sarde si le parece necesario. Así, se informará que Isabel tuvo una vida desdichada, que fracasó su pareja con otro hombre (el padre de su segunda hija), que la acaban de operar de cáncer y sigue perdidamente enamorada del Cholo, que dice desconocerla. Hay también un maestro de música idealista, una vecina chusma, una pareja de lesbianas que esconde su relación, un niño difícil pero simpático (a cargo del protagonista de Valentín), un amigo del Cholo (Ulises Dumont) que toma clases de aviación a escondidas de su familia y hasta un instructor de vuelo que fue piloto de la Fuerza Aérea durante la guerra de Malvinas y que ahora se siente despreciado por la gente, a pesar de que, como él dice, “yo me jugué por mi país”.
Aun considerando el esfuerzo y la nobleza del trabajo del elenco, parecería que ningún personaje existe por sí mismo sino que –a la manera del cine argentino contra el que se rebeló el primer Agresti– todos son representaciones simbólicas de un discurso preconcebido. Cuando no meros resortes del guión, como ese conductor del ómnibus que parece existir sólo para contar una parte de su pasado. Todo se anuncia o se declama: el amor, la amistad, la soledad, el dolor. A la manera de cierto cine italiano caduco y sentimental, se habla de ideales generosos pero vencidos y la película parece proponer una confusa y demagógica noción de reconciliación nacional.