ESPECTáCULOS › ANTONIO FLORIO Y LA CAPELLA DELLA PIETA DE’ TURCHINI TOCARAN EN EL TEATRO COLON

“La ciudad de los delirios y la pasión”

Nápoles fue uno de los centros culturales del siglo XVIII. Uno de los mejores grupos de cámara actuales se dedica a su música.

 Por Diego Fischerman

El reino de Nápoles fue, durante los siglos XVII y XVIII, uno de los grandes centros culturales de Europa. Y, de hecho, invenciones como la ópera buffa le deben su existencia. Pero, si el norte predominó en otros cánones, también lo hizo en el de la música clásica y, en particular, el del barroco. De ahí que Venecia, Dresde, Leipzig o Londres hayan terminado funcionando como sinónimo exclusivo de la música de la época y grandes autores como Cristofaro Caresana, Leonardo Vinci o Francesco Provenzale hayan quedado totalmente eclipsados. En los últimos diez años, sin embargo, mucha de esa música magnífica está volviendo a la vida y el mérito le corresponde, casi por entero, a un clavecinista, cellista y director napolitano llamado Antonio Florio.
Al frente de su Capella della pietà de’ Turchini –un grupo de músicos especializados en las maneras de cantar y en la interpretación de los instrumentos del barroco–, grabó muchísimas de estas composiciones, entre ellas obras maestras como La vittoria dell infante de Caresana o los Motetes de Provenzale, recibiendo varias veces los premios más importantes de la industria del disco clásico. Y este martes y miércoles, Florio y su grupo estarán en el Teatro Colón, como parte del ciclo del Mozarteum Argentino y con los auspicios del Ministero degli Affari Esteri y el Ministero per i Beni e le AttivitO Culturali de Italia, el Cidim (Comitato Nazionale Italiano Musica), el CIM/Unesco, la Embajada de Italia en Argentina y el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires. El programa, ya registrado por ellos en disco, lleva el nombre de Festa Napoletana e incluirá cinco cuadros. El primero de ellos será “El hospital de los locos: el Carnaval” –obras de Trabaci. Biffi, Giramo y Mannelli, entre otros– y el segundo se titula “Canciones del sueño y la melancolía” –composiciones de Provenzale, Ziani (la encantadora canzonetta “Dormite pupille”), Kapsberger y Barbella–. Los otros cuadros serán “Cómicos y cantantes en el teatro de ópera”, con obras y fragmentos anónimos, de Vinci, Pergolesi y De Majo; “Ritos y devociones”, incluyendo un Stabat Mater tradicional y un diálogo de Domenico Arcucci, y, como conclusión, “Gran final de tarantelas”, con obras anónimas, de Faggioli, Cottrau y Caresana.
Alumno de composición de Nino Rota en el Conservatorio de Bari, Florio contaba a Goldberg, una revista especializada en música antigua: “Ahora disponemos, en Nápoles, del Centro de Música Antigua, donde trabajamos, ensayamos y damos cursos y seminarios. Tengo, por ejemplo, un magnífico recuerdo de la grabación de las Vísperas de Provenzale. Es una reconstrucción de una celebración litúrgica que tuvo lugar en el oratorio napolitano de los Girolamini. Esta obra es típica del genio de Provenzale y expresa a la perfección la singularidad napolitana, que es un fenómeno particular en el paisaje italiano del Barroco. Este proyecto contó con la aprobación científica del director de la biblioteca del oratorio de los Girolamini. La orden es la propietaria de los archivos en los que estuvimos trabajando. Esos fondos, que no son accesibles al público, contienen la memoria musical del Nápoles barroco. Son una mina. Allí descubrí las deslumbrantes partituras de Caresana. En las interpretaciones del oratorio de los Girolamini se utilizaba vestuario y un plan semiescénico. Una puesta en espacio, como diríamos ahora. Las Vísperas de Provenzale proporcionan una justa idea del rebosante fervor musical del Nápoles del siglo XVII, la ciudad de las quinientas iglesias”.
El director se refiere, también, a un lenguaje musical en el que, frecuentemente, los distintos géneros podían mezclarse con facilidad. “En Nápoles la alianza entre lo profano y lo sagrado, entre la iglesia y la calle, es natural. Esta sutil mezcla está presente en la composición musical. A menudo surge, como un componente fundamental del fervor religioso, un paganismo supersticioso y popular. Así, bailes populares como la tarantela se convirtieron en elementos habituales de las celebraciones. Nápoles es, en el siglo XVII, un activo centro cultural que exporta su maestría fuera de Italia. Los lazos privilegiados entre Nápoles y España, sobre todo la corte madrileña, animan los intercambios artísticos. Pintores, cantantes y músicos proporcionan a Madrid la vitalidad de la creación napolitana. Los castrati más famosos, adulados en toda Europa, se forman en Nápoles. Por esta razón, esta es la ciudad de la voz por excelencia, del teatro, de sus ambigüedades, de sus delirios más caprichosos.” En ese sentido, Antonio Florio señala que “las actividades musicales estaban patrocinadas por una multitud de instituciones religiosas y por los cuatro conservatorios. Todo era pretexto para el espectáculo y el teatro. La teatralidad exaltaba la efusión religiosa. Nápoles encarnaba la irrefrenable tentación del trastorno, el delirio, la pasión. La Nápoles de comienzos del Barroco era la subversión, lo imprevisible, la vida”.

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La Capella della pietà de’ Turchini hará su Festa Napoletana martes y miércoles.
 
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