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Más importante que el Viagra. Así es como calculan los hombres de traje que sería una pastilla derivada de una flor llamada “orquídea sangrienta”, de la que imaginan destilar algo parecido a la fuente de la juventud. Pero empaquetada y lista para vender. Claro que para eso necesitan encontrar esa maravillosa flor, y desgraciadamente, sólo se la consigue cada siete años. Por eso es que aparecerá en Borneo un equipo de media docena de científicos, dispuestos a remontar los ríos en medio de la temporada de lluvias, en busca de hacer el descubrimiento médico más importante desde la penicilina. Y de paso, por supuesto, engrosar sus cuentas bancarias.
Con la ambición llevándolos al medio de la selva con teléfonos celulares y un equipamiento que no tardará en perderse en el fondo del río, Anaconda 2 es básicamente una copia en carbónico de la película original, que siete años atrás sorprendió al revelarse como un film clase B entretenido y, a no olvidarse, con Jennifer López. Casi lo mismo, pero sin J. Lo, se puede decir de esta secuela, que también sufre por la ausencia de una protagonista destacada en su principal papel: el de la anaconda. Porque por algo le han puesto Anacondas en el título original. Porque, al cabo, no hay aquí ninguna anaconda dos, sino decenas de ellas.
Con un simpático monito como el protagonista más carismático del film, Anaconda 2 es un producto que no pierde el tiempo y declara su clase desde su primera escena. Sin ofrecer ni un solo sacrificio humano en su primera media hora se las ingenia para ser entretenida, y a pesar de que su argumento se evidencia como atado con alambre (y eso que está firmado por ¡siete! personas), es una película que jamás se resigna a su destino descartable. Es verdad, su clímax más bien aburre, y la proliferación de anacondas termina anulándolas como fuente de temor. Pero su tambaleante trama siempre tiene a mano una araña, una catarata o incluso un ser humano despreciable capaz de ocupar ese lugar.