ESPECTáCULOS › OPINION
Derivaciones de un piquete teatral
Por Dario Luchetta *
La idea de elaborar un programa de extensión cultural autónomo surgió de Alejandra Boero, meses antes de diciembre del 2001. Nos preguntábamos cómo armar un piquete teatral. Aquella idea fue decantando. En ese tiempo pasaron muchas cosas en el país y la escuela de Andamio pasó a transformarse en proyecto universitario. Fue desde esa calidad que empezamos a organizar este intercambio cultural, porque lo nuestro no es imponer una cultura sino realizar un aporte y generar una dialéctica. Arrancamos con una obra de Ghiano y otra de Pinti, y seguiremos con otras: una versión criolla de Pulgarcito y otra de Proceso a la sombra de un burro, del autor austríaco Friedrich Dürrenmatt. Los actores son los encargados de llamar a las organizaciones sociales de base. Nos manejamos con un criterio muy amplio. Una de las premisas es trabajar directamente para las personas a las cuales van dirigidas las obras y no en funciones de beneficencia para terceros. Vamos a villas, comedores, hogares parroquiales... No queremos ser instrumento de ningún puntero ni formar parte de la campaña política de nadie. La experiencia es alucinante. En un colegio de Florencio Varela, por ejemplo, hicimos una función para mil pibes y otra para adultos, y nos recibieron con una calidez tan grande que nos hizo llorar. La gente es muy espontánea y hace comentarios sobre los personajes. En el Barrio Novak (por el obispo Jorge Novak), en Quilmes Oeste, nos convidaron con empanadas bendecidas; y en otro comedor nos ofrecieron mate cocido y alfajores, un imán decorado con una tela y un yuyito, y 50 pesos que juntaron entre todos. No aceptamos la plata, pero nos sentimos halagados de que entendieran que lo nuestro era un trabajo en serio, que la escenografía estaba hecha con gran cuidado y que los respetamos. Uno de los problemas más graves que encontramos en algunos de esos lugares fue el del consumo de droga. Eso nos hizo pasar a veces malos momentos, porque algunos pibes nos patoteaban, pero por alguna razón terminaban entendiendo que lo nuestro iba en serio y dejaban de provocarnos. En general, antes de hacer las funciones, viajo hasta el lugar, que en muchos casos no está señalizado. Entonces me pasan cosas increíbles, como por ejemplo bajar de un colectivo o de un ómnibus y encontrar a dos bolivianas sosteniendo una pancarta, como quien alza un cartel en el aeropuerto. Allí aparecía escrito “Señor Darío”. Me esperaban como a un viajero de otro país. Ellas serían las que después me guiarían dentro de la villa.
* Encargado del Programa de Extensión Cultural de Andamio 90.