ESPECTáCULOS › RADIO EL SHOW DE LA NOTICIA, DE FM 100, TRANSMITIO DESDE UN 60 EN EL OBELISCO

Pettinato o el gusto de comunicar

Gana premios en televisión y va primero en su franja en la radio. Pettinato y su raro camino hacia tanta popularidad.

 Por Emanuel Respighi

Son las cinco y media de la mañana en Buenos Aires y la ciudad aún está dormida. Si no fuera por el aleteo incesante de las palomas que a esta hora inunda las calles, el silencio sería casi total. Un panorama muy alejado al bullicio que un par de horas después azotará a la Capital Federal, entre automovilistas apurados, peatones que llegan tarde a sus trabajos y turistas extranjeros intentando llevarse algún recuerdo fotográfico de la ciudad pesificada. Sin embargo, el rutinario paisaje de esa hora del día se modifica a medida que el reloj se acerca a las seis de la mañana y el observador se aproxima al Obelisco. Algo pasa en el corazón de la ciudad: grupos de personas se aglutinan –semidormidos– en la plazoleta. Algunos con mate y bizcochos en mano. Otros, sobriamente vestidos. Pero todos con un condimento común: una radio pegada a sus orejas. La escena comienza a comprenderse cuando se avista, arriba de un colectivo de la línea 60, a Roberto Pettinato rompiendo el silencio ante una masa de fans alegres, transmitiendo en vivo El show de la noticia, el programa de radio que conduce, de lunes a viernes de 6 a 9, por FM 100.
Ni madrugar ni el viaje desde Merlo atentaron para que Martha cumpla con lo que ella define como su mejor programa: escuchar de cerca a su “ídolo”. La cuarentona, que vino sola en tren y colectivo, se jacta de ser la única oyente que siguió a Petti a “todos los lugares donde hizo el ciclo radial”. El show de la noticia ya se emitió desde la estación Federico Lacroze del subte y desde Retiro. “Lo sigo porque estoy desocupada y es mi única alegría diaria”, dice Martha, con la cámara de fotos colgada del cuello. Mientras esperan el inicio del show, Romina y Silvia matizan la espera equipadas con mate y galletitas. Ellas viajaron desde Ciudadela especialmente para ver a Pettinato, a quien también siguen en TV en Indomables. “Lo seguimos –dice Romina– porque nos hace cagar de risa. Ya se transformó en algo indispensable, como ir al baño todos los días.”

- 6 a. m. Vestido con un mameluco anaranjado y provisto de anteojos de sol que ocultan el sueño, Pettinato inicia el show ante el aplauso de un puñado de fieles que lo vivan cual estrella de rock. “¿Qué? ¿Van a tocar los Red Hot Chili Pepper que vino tanta gente?”, pregunta el animador, con la voz aún un poco ronca. El conductor comienza la mañana como continuará las siguientes tres horas de programa: de parado, colgado del estribo como si realmente estuviese viajando en el colectivo que surca la ciudad desde Constitución hasta Tigre. Instalado en la primera posición de los programas de FM en su horario (con un share de 22,7 puntos, muy por encima de La Mega), Petti hace su show, como todas las mañanas, sólo que esta vez ante los ojos de cientos de oyentes-espectadores. En la mañana del viernes no sólo su voz se encarga de divertir a la gente: también su gestualidad, que se deja ver a través de las ventanillas del interno Nº 79.
Para saciar su sesgo musical, Petti se despacha con un solo de saxo, ante el delirio de un par de fanáticos que se dejan ver con remeras y mochilas con estampas de Sumo. “He tocado en las esquinas de París y Madrid pidiendo monedas, pero nunca en el Obelisco: es mi debut”, dispara, mientras su saxo soprano comienza a despachar los primeros acordes de jazz. Luego de poner en la bandeja el disco de pasta que diariamente el conductor trae de su propia discoteca (esta vez, Los Beatles), Pettinato da paso al primer café negro de la mañana. Y se desacomoda el pelo, en su ya instalado tic mediático.

- 7 a. m. A medida que el sol va tomando vigor y la ciudad comienza a despertar, el showman se va soltando: los saludos iniciales ya dan paso a los chistes fuera de micrófono con la improvisada platea y las bromas y toqueteos con Laura Benas (la locutora) y María O’Donnell (actualidad). Claro que dentro del colectivo sobresale la relación con Iván Velasco, uno de los productores del ciclo, y el partenaire ideal para potenciar el talento en bruto de Pettinato. La usina creativa no se detiene, ni siquiera en los cortes comerciales: Velasco tira la idea de que el próximo exteriores sea en un hospital. Y Pettinato compra, claro. Sin pensarlo.
Abajo del colectivo, el puñado de fans que estoicamente se levantaron especialmente para presenciar el ciclo se mezcla con los cientos de transeúntes que, camino a sus trabajos, se ven sujetos a parar ante el humor sarcástico de Pettinato. “Prefiero llegar tarde al trabajo pero con una sonrisa”, se justificará Marcelo, de impecable traje azul. “Ver a Pettinato en vivo –agrega con una sonrisa– no es cosa de todos los días”. Las docenas de automovilistas que durante la mañana tocarán hasta el cansancio la bocina de su coche al pasar por el Obelisco o pararán alrededor de la Plaza de la República dan prueba del buen momento de Pettinato. Y también de que durante las tres horas que duró el programa la amenaza de choque en la zona del Obelisco alcanzó niveles inéditos.

- 8 a. m. Ya son cientos de fans y curiosos los que se agolpan frente al estudio-colectivo. La masa es heterogénea: hay oficinistas, jóvenes, señoras, turistas (sacando fotos, claro), rastafaris y el borracho que no puede faltar a todo banquete. El grito de “¡Pettinaaaaaaaato! se escuchará durante toda la mañana, exigiendo el saludo del ídolo. Sin embargo, el conductor no se entrega de lleno a la masa ni responde automáticamente a cada súplica. Sus seguidores, igual, festejan cada una de sus ocurrencias, aun cuando los manda al diablo con un claro gesto sexual hecho con sus manos. “Es un capo”, dice María, como vocera de la muchedumbre. Al final, una vez acabado el festival creativo, Petti accederá a los pedidos de fotógrafos de sus oyentes. Incluso, los convidará con facturas.

- 9.15 a. m. El sol pega fuerte y el show se termina. Después de más de tres horas, Pettinato despide la emisión especial con una gran parodia religiosa. Al mejor estilo del Pastor Giménez en su época de esplendor, Petti abre sus manos y arenga a la multitud, que repite cada una de sus delirantes palabras y se toman de las manos como fieles en trance. No hay dudas: Pettinato también tiene sus creyentes. “Muchas gracias por venir”, cerrará, con medio cuerpo fuera del colectivo, con su habitual sarcasmo. “Me llevo en mis oídos... la misma cera de ayer.”

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Desde la cabina montada en el 60, a las seis de la mañana.
 
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