ESPECTáCULOS › EL SECRETO DE EL GRAN REGRESO
El atractivo de una dupla fuerte
El mix entre Alfredo Alcón y Nicolás Cabré da por resultado un éxito teatral al que se sienten convocados amantes de teatro pero también televidentes con ganas de asomarse, en vacaciones, a un texto de calidad.
Por J. G.
Hay funciones agotadas para El gran regreso en una ciudad marcada por la revista y el vodevil. Pero en la sala del teatro Auditorium (en el Boulevard Marítimo, junto al Casino) domina un público atípico, algo culposo, harto de las puertas que se abren y cierran y los desnudos. Y los hacedores comentan orgullosos que es la primera vez que, aquí, un drama “convoca a multitudes”, según dice el boletero sorprendido por las dos funciones de los viernes y los sábados. Las señoras de estola de piel en pleno enero, las hijas con sus madres, las fans convocadas por “¡Nico!”, los ex seguidores de Son amores (Canal 13, 2002-2003) llenan la sala “más paqueta” de La Feliz, encantados con la composición de El Judío que hace Alfredo Alcón y por el balbuceo-marca-de-fábrica de Nicolás Cabré.
El actor joven se fue construyendo un aura teatral alejada del estereotipo televisivo (ni recitado del guión, ni físico inflado). Ya en Gasoleros (Canal 13, 2001-2002) despuntó como “el abrumado”, con sus característicos mohínes de confundido, air agresivo, balbuceo y leve tartamudeo para naturalizar el recitado y volverlo creíble. Luego en Son amores quebró el “modo catódico” con sus locuritas de sobrino rebelde y gracioso: furia desmedida o risa maníaca por fuera de todo índice realista para acercarlo a la caricatura y sacarlo del tan mentado costumbrismo. En el teatro, junto a Alcón, se reinventa a las órdenes del Gran Actor Argentino, en su misma escuela, abriendo el show con un largo monólogo telefónico en el que satura todos sus tics conocidos: mano a la cabeza, sudor, frases entrecortadas, hasta robarse el aplauso de pie. Cabré sabe que a la platea le gustan los intensos y que “las chicas” vibran cuando él llora su queja de desempleado, dejado por su esposa y desesperanzado, luchando contra los desvaríos de su padre actor (Alcón) que cree que regresa a las tablas con gloria y, en verdad, apenas accede a un reemplazo.
En la obra, Cabré lucha contra la grandilocuencia de su padre, tratando de hacerle entender que “su gran regreso” es un recurso de ahogado. Y se debate entre darle la paliza o la palmada, entre la culpa y el desahogo. Lo suyo, se ve, son las duplas actorales, para complementar el descenso a los infiernos de Alcón (en el teatro), para ofrecer variantes de objeto de deseo a las fanáticas (junto a Mariano Martínez en Son amores) o para redimir el capricho actoral de su ex jefe y programador Adrián Suar en la miniserie Sin código (Canal 13, 2004). Yendo de a dos, Cabré se mueve cómodo: convierte al diálogo en monólogo estelar, satura el parlamento de gags de comedia o sollozos, y maneja bien los tempos: rápido en la réplica, demorado en la tensión dramática. De Alcón tomó la habilidad para crisparse, sin la dicción estirada que hizo famoso a su mentor, más balbuceante, pero también más seductor, con clubes de fans que esperan a la salida para saber si es verdad “lo del romance con la promotora”.
Cabré da los pasos justos: generoso para delegar, cómodo en el rol de facilitador. Y se reserva para sí lo que mejor le sale: el papel de confundido por contexto. El estará abrumado pero no será nunca neurótico (así en la vida como en el escenario), con muchas cosas claras (buen hijo, honesto, trabajador y heterosexual) y apenas alterado por la coyuntura: desempleo y falta de oportunidades. Así es el personaje que a Cabré le calza perfecto: desequilibrado pero no por naturaleza, intenso pero sólo en términos lógicos, ermitaño a pesar de la compañía. De eso siempre se vuelve, sabe Cabré, que se lleva bien con una angustia más momentánea que existencial. Así les gusta a las chicas de la platea, señoras de visita en Mar del Plata que lo miran extasiadas al murmullo de “¡Promete...!”. Después le dan la palmada a la salida, le piden la firma en el pañuelo (a la vieja usanza) y recomiendan a sus amigas a este yerno ideal. “Vale la pena... no sabés lo que es ese chico...”