ESPECTáCULOS › LOS CIRUJANOS ARGENTINOS HABLAN DE LA
FIEBRE CATODICA DESATADA POR EL QUIROFANO
“Esto es un acto quirúrgico, no magia”
Por primera vez, los médicos locales dan su versión de por qué operan por TV, una decisión que les acarreó no pocas críticas. Frente a los cuestionamientos sobre la exhibición en vivo desde el quirófano, responden: “Mostramos lo que hacemos todos los días, no estamos sobre el escenario”.
Por Julián Gorodischer
El cirujano ingresa al quirófano con una sonrisa: ahora pincha, corta y extrae la grasita en directo para todo el que quiera observar. Es el nuevo protagonista de la TV quirúrgica, desde que algún adelantado se dio cuenta de que operar traía buen rating: el local Transformaciones (Canal 13, los martes a las 22) es uno de los programas más vistos del verano, con 17 puntos promedio. Y el estadounidense Extreme Make Over (modelo de la réplica criolla) hizo lo propio en el Norte. En el centro de la polémica, condenados por la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica (que rechazó la experiencia en un comunicado), los cirujanos locales se presentan con el porte del médico catódico pos Robert Rey (de Doctor 90210, de E!): amables, proclives a la palmada, muy elogiosos del estado anterior pero seguros de que siempre “vas a quedar mejor”. Así contiene a sus chicas el cirujano plástico Guillermo Blugerman en el reality de Karina Mazzocco. ¿Una respuesta para sus detractores? “No somos miembros de la Sociedad –dice–, eso es un club. Pertenecer no capacita más o menos, ni habilita a dictar códigos de ética: sus argumentos están basados en la punición y el miedo.”
¿Cómo empezó todo? Extreme Make Over (por Sony, los domingos a las 23) recreó el lado marketinero de la cirugía: el sueño americano remitido al cambio de look definitivo, el casting de gorditas y narigones que siempre son mejores, más sanos, con parejas estables en el después. Extreme... es el reality mejor logrado: maneja la intriga y resume la mentalidad provinciana de Estados Unidos, esa expectativa por cortarse que siempre es avalada por “querer parecerse a una estrella de Hollywood”. Cuando, en 2003, el programa reemplazó a American Idol entre los ciclos más vistos, E! Entertainment redobló la apuesta con Doctor 90210, con el protagónico absoluto del doctor Robert Rey, un brasileño radicado en Beverly Hills que opera en musculosa y lleva la cámara a su domicilio. El cirujano-estrella es ejemplar puertas adentro, siempre “pensando en el trabajo”, esposo, padre y médico ideal que triplica las consultas por implantes de mama y estiramientos. Después de que la Organización Mundial de la Salud detectara un crecimiento alarmante de consultas de menores de 18, el local Guillermo Blugerman quiere diferenciarse del solo actoral de Robert Rey: “Mostramos lo que hacemos todos los días, no estamos sobre el escenario. Por eso hacemos chistes, hablamos con palabras comunes: lo más importante es la naturalidad”.
–¿Y qué talento se requiere para operar ante las cámaras?
G. B.: –Saber que la perfección es enemiga de lo bueno. Si uno quiere (como expresó el doctor José Juri en Adikta) que una paciente se opere y al día siguiente pueda estar en una fiesta, se equivoca. Eso es ridículo; eso es magia.
“Es importante trascender lo meramente estético”, agrega la cirujana plástica Anastasia Chomyszyn, que también operó en Transformaciones. “Quisimos mostrar cómo ayudamos a chicos quemados, por ejemplo.” Ante las cámaras asistió en la operación de Sergio, un obeso de 270 kilos que bajó a 95 y al que hubo que hacerle un bypass gástrico, y retirarle el delantal de piel que le quedaba flojo en el abdomen. “Después le traspusimos el ombligo”, dice Anastasia, habituada a la era en que la TV invade el quirófano cuando la manguera liposucciona y la aguja entra en la vena. Sólo la serie Nip Tuck, de Fox, se rió de la tendencia, exacerbando el alto impacto al límite del episodio policial (una muerte en vivo) o el deleite escatológico (chorreos varios). Un paso antes de la parodia, Transformaciones los selecciona como en Popstars, en un casting que privilegia las historias emotivas y los finales sorprendentes. “Hacemos entrevistas en etapas”, revela Anastasia. “El criterio es que sea alguien que interese al público, que pueda conmover, que tenga algo para contar. ¿Ejemplos? Un papá y su hija con dos narices aguileñas iguales, o una señora que quiere seducir a su novio bastante menor, o una madre que consulta junto con su hija.”
–¿Y cómo diferenciaría la experiencia local de las cirugías de Doctor 90210 o Extreme Make Over? –se le pregunta al cirujano catódico Augusto Pontón.
A. P.: –Acá no se hace evidente el show: estas historias aportan a la sociedad sin esa cosa tan frívola. Es sólo el pre, el post, y el resultado psicológico de ese cambio. Si mostrás la cirugía, llevás más conocimiento a la sociedad para que saquen sus propias conclusiones. No hay que esconder. Pero es importante nunca mostrar un cambio mágico: es un acto quirúrgico y no ir a la peluquería.
La extraña cirujana Mónica Portnoy lo hizo mucho antes de Transformaciones: exhibió ante las cámaras de su programa Verse bien (por Nueva Imagen) las sesiones de implante de botox y colágeno, abrió el consultorio e inauguró, incluso, la “botox party” criolla, una reunión social típica en Estados Unidos que convoca a las señoras a un té con inyecciones incluidas. Ahora no quiere hablar ni posar. “Tengo mucho miedo a los secuestros”, dice después de ser tapa de la revista TXT. “Se sabe que el cirujano está en lo más alto de la escala social, y recibí amenazas.” Antes, había expresado su defensa del cirujano catódico ante la cronista Florencia Werchowsky. “No sé por qué tanta gente está en contra, se puede tener todos los cuidados que se requieren... No se hace a la intemperie, no hay tierra ni se corren riesgos porque es un tratamiento muy sencillo y ambulatorio. Y una busca que se lo puedan hacer todos, que no sea exclusivo de las actrices o de la gente de nivel económico alto. ¿Qué tiene de malo darles más posibilidades a tus pacientes?”
En la vereda opuesta, el cirujano Leslie Ortner llama a recuperar el inocuo antes y después. “Hay cosas que los pacientes tienen que saber y otras que no”, dice. “Ni cortes, ni sangre, ni pinchazos. Nunca voy a mostrar cómo relleno o pincho, prefiero el antes y después, allí se ve la firma de cada profesional. Yo le pregunté a mi secretaria: ¿usted quiere ver cómo opero? Y me dijo que no. Lo máximo fue mostrar una aguja ya clavada en la vena para ver cómo mejora la zona.” Leslie sueña con un regreso a lo básico (como el de su programa Vida estética de Plus Satelital): apenas un pizarrón con esquemas, un puntero y un resaltador en rojo para retomar el espíritu de Memoria (de Chiche Gelblung) y operar virtualmente a un dibujo. “Es más fino, delicado. No hay que perder el buen gusto.”