ESPECTáCULOS › COSQUIN SIEMPRE ROCK

Y Andrés Calamaro volvió una noche

Su esperado regreso a los escenarios, que hizo llenar la plaza Próspero Molina, fue espectacular. Lo acompañaron los músicos de la Bersuit.

 Por Roque Casciero

El retorno de Andrés Calamaro a los escenarios fue casi a la medida de los sueños de sus fans, esos que se multiplicaron en número y en fervor durante los cinco años que el Salmón estuvo alejado de las presentaciones en vivo. El cantante entregó un concierto deslumbrante, repleto de hits que atraviesan los corazones de varias generaciones (¿cuántos se habrán dado el primer beso con una canción de Andrés?), apoyado en la solidez y la mesura que exhibieron sus músicos, nada menos que la Bersuit sans Gustavo Cordera. Delirio para las veinte mil personas que colmaron la plaza Próspero Molina de Cosquín, que no podrán olvidarse jamás de ese cierre del festival Siempre Rock cargado de emociones.
Desde temprano habían pasado por los tres escenarios artistas como Attaque 77, Intoxicados, Almafuerte, Mancha de Rolando, Flavio y La Mandinga y hasta Fito Páez, que llegó como sorpresivo guitarrista de Coki & The Killer Burritos (los rosarinos tocaron cuando el sol pegaba duro y apenas había 150 entusiastas en la plaza), pero la expectativa por el regreso de Calamaro se respiraba en el aire coscoíno. Y los primeros acordes de El salmón disiparon cualquier duda que pudiera caber acerca de cuán “oxidado” pudiera estar el cantante tras su larga ausencia o sobre cómo sonaría acompañado por la Bersuit: esa canción que es una declaración de principios sonó potente, ajustada, notable. Y así seguirían Andrés y sus muchachos (todos de impecable saco, camisa y chaleco) durante el resto de la noche.
Al principio Calamaro parecía nervioso, incluso algo paranoico: saludaba con gesto mecánico, hablaba poco, se movía como si lo tironearan de varios costados a la vez y tocaba su teclado con una sola mano. Como para salvar sus inseguridades, tenía un cuaderno con las letras de las canciones, y contaba con el apoyo de los músicos, que parecían estirar las notas para aguantarlo, para contenerlo. El mismo lo reconoció: “Parir siempre cuesta un poco, pero estamos orgullosos de lo que hicimos, que es hacernos amigos”. De todos modos, se soltó con el correr de las canciones, cuando empezó a recibir el calor que venía desde el público, y hasta se permitió bromear con el juicio oral que le espera por delante: “Próximamente en Villa Devoto”, dijo, mientras ponía las manos en cruz, como si las tuviera esposadas. En realidad, esa fue la segunda referencia al tema de “me fumaría un porrito” y su consecuencia legal(ista), porque ya había soltado: “Yo soy de pocas palabras, pero pueden fumarse lo que quieran, por supuesto”. Recibió una ovación.
La lista de temas estuvo basada en canciones de su etapa solista post-Los Rodríguez: hizo Tuyo siempre, Te quiero igual, Clonazepán y circo, Los aviones, la impresionante Paloma, Vigilante medio argentino, Media Verónica, Flaca, Alta suciedad y Estadio Azteca, entre otras. Pero también hubo viajes hacia más atrás: Mi enfermedad, Copa rota y Para no olvidar (de Los Rodríguez), y ese himno llamado Costumbres argentinas (Los Abuelos de la Nada) que, paradójicamente, nunca tuvo grabación en estudio. Andrés le dedicó La libertad a “la memoria de las víctimas del motín en Córdoba” y dijo estar honrado de pisar un escenario llamado Atahualpa Yupanqui (de quien cita una frase en esa canción). La última canción de la noche fue No se puede vivir del amor, en una versión que ganó en dinámica sobre la original. Y aunque Calamaro pidió que Gustavo Cordera subiera a compartir con él Estadio Azteca, el Pelado se escabulló: era la noche de su amigo y no quiso “distraer” con su presencia. Un aplauso para su loable gesto de correrse a un costado; Cordera no lo precisa, pero muchos otros tan populares como él hubieran aprovechado para tratar de arañar un pedacito más de gloria. ¿Será posible que la dupla Calamaro-Bersuit se repita en Buenos Aires? Aunque la banda tiene una montaña de compromisos contractuales, los músicos estarían más que felices de volver a tocar con Andrés. Sólo falta que él se decida, en realidad. Pero lo importante es que volvió y venció, incluso a sus propias fobias.Más temprano, en la plaza Próspero Molina hubo literalmente para todos los gustos: desde las percusivas canciones del ex Cadillacs Flavio Cianciarullo hasta el heavy de Almafuerte, y una bengala verde que duró apenas unos segundos encendida mientras Intoxicados comenzaba Una vela: el que la prendió recibió tantos chiflidos (¿y golpes?) que enseguida la apagó. Eso fue un rato después de que dos familiares de víctimas de Cromañón subieran al escenario a pedir un minuto de silencio, que no fue respetado por los seguidores de Iorio (quien recién acababa de tocar). El otro papelón de la tarde lo hizo Willy Crook, que a la hora de comenzar su show, se comentó, andaba corriendo desnudo por los camarines. Y como empezó tarde, le cortaron su set desprolijo. Lo que sí fue cosa seria fue lo de Intoxicados: más ajustada que habitualmente, la banda de Pity Alvarez desató una fiesta de banderas y sombrillas. El cantante terminó tocando Mother de Pink Floyd, solo con su guitarra. Attaque 77 hizo un gran show, seguido con intensidad por cientos de chicos con remeras negras, que terminó con Neosatán a pura percusión. Después, en uno de los escenarios laterales, Mancha de Rolando hizo bailar con Calavera y Mago de la lluvia. Como un fan aplicado, el cantante Manuel Quieto culminó su show pidiéndole a la multitud que coreara “Olé, olé, olé, olé, Andrés, Andrés”. Y entonces, Andrés volvió.

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Calamaro, después de cinco años de “retiro”, cautivó a veinte mil fans en el cierre del festival.
 
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