ESPECTáCULOS › SUPER SIZE ME VS. MCDONALD’S
Una película en cuerpo presente
Digno alumno de la escuela de Michael Moore, Morgan Sprulock –director y protagonista– no hace otra cosa que comer comida chatarra durante un mes. El resultado es un documental contundente y entretenido.
Por Martín Pérez
Hace ya una década, Nicholas Cage se puso al servicio del director británico Mike Figgis para interpretar un personaje que decidía dejarlo todo, dirigirse a Las Vegas y, una vez allí, beber hasta morir. La película en cuestión se llamó Adiós a Las Vegas, y por su labor encarnando aquel trágico personaje recibió un Oscar. Seguramente no hubiese obtenido igual resultado con los votantes de la Academia si, en vez de beber hasta que su hígado dijera basta, el personaje de Cage hubiese decidido matarse comiendo en McDonald’s. Lejos de estar teñida de un romanticismo terminal, hubiese sido una película grotesca e incluso ridícula, y que además nadie se hubiese tomado en serio. Pero, gracias a Super Size Me, es posible saber que el protagonista de Adiós a Las Vegas podría efectivamente haber comido con el payaso Ronald hasta que su hígado se convirtiese en paté, ya que eso es lo que le sucede a Morgan Sprulock, el director, guionista y protagonista de un contundente y entretenido documental centrado en su decisión de seguir una estricta McDieta durante un mes, con consecuencias para su hígado sorprendentemente similares a la trágica gesta de aquel personaje de Cage. Pero con mucho menos romanticismo, claro está.
Responsable de un programa de MTV en el que alentaba a sus participantes a hacer cosas imposibles o ridículas, Sprulock decidió rodar Super Size Me luego de leer sobre el juicio que dos jóvenes obesas le entablaron a McDonald’s. A pesar de no poder evitar burlarse de ese litigio (“Nuestro deporte nacional es: ¡demandar a los bastardos!”), Sprulock subraya dos cosas: que en defensa de su cliente los abogados de McDonald’s aseguran que todo el mundo sabe que los alimentos despachados allí no son muy saludables. Y que, luego de haber salido airosos de los estrados, la cadena logró hacer pasar por el Congreso una ley que los exime de posibles juicios futuros. Con ese punto de partida, Sprulock elige ponerle el cuerpo a su aventura, y –con una abundante supervisión médica– decide comer durante treinta días en McDonald’s, para comprobar si aquellas chicas litigantes tenían o no razón, para ver qué tan saludable puede ser semejante menú.
Las denuncias contra las cadenas de comida chatarra no son ninguna novedad en Estados Unidos, y más después de que hace un par de años su servicio de salud denunciase que dos de cada tres norteamericanos son obesos. A pesar de tener ya más de un lustro de antigüedad, un libro como el ejemplar Fast Food Nation, de Eric
Schlosser, sigue siendo un contundente alegato contra este negocio, poniendo en tela de juicio tanto su salubridad como su legalidad, e incluso denunciando la protección de cada una de sus irregularidades por parte de la clase política. Sin llegar siquiera a arañar el nivel de excelencia del trabajo de Schlosser –lamentablemente aún inédito al castellano–, mientras Sprulock realiza su dieta no se priva de pasear por todo Estados Unidos, entrevistando entre hamburguesas a especialistas de todo tipo, que comprueban lo que es ya bien sabido: que las empresas como McDonald’s no buscan lo mejor para sus clientes, sino que simplemente regresen lo más pronto posible por una nueva dosis de alimento.
A pesar de que por momentos su documental parece un zapping por los canales educativos del cable, incluyendo un gratuito segmento de una operación para reducir el estómago digna de Discovery Health, Fast Food Nation es una película entretenida y que da en el blanco. Digno alumno de la escuela de Michael Moore, Sprulock no tiene ningún problema en burlarse de sí mismo, especialmente llevando una dieta que le provocó un significativo aumento de peso, llenó su hígado de grasa, cambió su humor y hasta su vida sexual. Con mucha gracia a la hora de elegir la música –el tema de los títulos marca la pauta: Chicas gorditas, de Queen– y utilizando generosamente animaciones y gráficos, Super Size Me es una película directa, que se escandaliza genuinamente cuando deja en claro que lo que busca este negocio de la comida basura es hacer adictos a los niños desde pequeños (y ahí es cuando Ronald McDonald’s es retratado bailando al son del tema Pusher man). Así que, para cuando uno de los tantos doctores de Sprulock compara frente a cámara el estado de su hígado con el del protagonista de Adiós a Las Vegas, cada espectador ya sabe que le tomará un buen tiempo poder volver a permitirse comer en McDonald’s. Se es lo que se come, después de todo. Y Super Size Me no ahorra ningún recurso para dejar en claro qué es lo que se come bajo los arcos dorados.