ESPECTáCULOS › A LA MANERA DEL HISTORY CHANNEL
El Führer perdido en su laberinto
La producción concebida por Bernd Eichinger hace de la historia un espectáculo de una estética televisiva.
Por Luciano Monteagudo
En febrero de 2002, un documental de producción austríaca, titulado In Toten Winkel: Hitlers Sekretärin (“A ciegas: la secretaria de Hitler”), se convirtió en el acontecimiento del Festival de Berlín (dos meses después se exhibió a sala llena aquí en el Bafici). El film de André Heller y Othmar Schmiderer fue realizado con una pequeña cámara de video, en un único escenario y con un solo personaje: Traudl Junge, quien supo ser la secretaria privada de Adolf Hitler entre 1942 y el fin de la guerra y que, después de 56 años de silencio, se decidió a enfrentar una cámara y contar sus recuerdos –particularmente los últimos días de Hitler y su entorno en el bunker de Berlín– casi a la manera de un testamento.
Lo que impactaba del testimonio de Frau Junge –fallecida en los mismos días en que se daba a conocer el film– no era tanto el agobiante sentimiento de culpa con el que convivió durante medio siglo (“Jamás me voy a perdonar”, repetía una y otra vez, entre suspiros de angustia) sino aquello que el destino singular de esa mujer alemana reflejaba de todo un pueblo, enceguecido por la figura de Hitler. Al prescindir por completo de material de archivo, de música, de comentarios o de cualquier otra cosa que no fuera la imagen fija y la palabra de Junge, el film conseguía algo muy extraño, extraer un bloque macizo de historia, como cuando los arqueólogos urbanos de Berlín excavaban en las catacumbas de la ciudad para descubrir la topografía del horror nazi.
El film La caída está basado parcialmente en ese mismo testimonio de Frau Junge y cita –a modo de prólogo y epílogo– dos de sus fragmentos, pero sigue el camino inverso. Allí donde el documental elegía el despojamiento absoluto para destacar el valor intrínseco de esos dichos, la película escrita y producida por el zar del cine alemán Bernd Eichinger (responsable de éxitos internacionales tan anodinos como El nombre de la rosa, La casa de los espíritus y En un lugar de Africa) prefiere la reconstrucción de época fastuosa, la superproducción poblada de actores y extras, la música enfática y una dramaturgia plena de lugares comunes y subrayados. El efecto que consigue es el de la banalización y la superficialidad para un tema que hubiera requerido del máximo rigor y profundidad.
Atento a la tendencia de la época, Eichinger y su obediente director Olivier Hirschbiegel (muy fogueado en el docudrama de TV) hacen de la historia un show, un espectáculo, con una estética televisiva no muy diferente a la de las ficcionalizaciones que suele ofrecer el History Channel, salvo por el dispendioso despliegue de producción. La estructura dramática está, a su vez, muy calculada para los hábitos de un público cada vez más formateado por los tiempos de la pantalla chica. El núcleo del film transcurre en el ámbito cerrado del búnker en el que Hitler (Bruno Ganz), Eva Braun (Juliane Köhler) y el matrimonio Goebbels (Ulrich Matthes, Corinna Harfouch) se debaten en su Götterdamnerung, pero la película pareciera padecer de claustrofobia: cada tanto, necesita salir a tomar aire fresco y distraerse un poco con los tiros, los tanques y las explosiones que se suceden en la superficie, en los alrededores de la Cancillería.
A pesar de los múltiples elogios que despertó la interpretación de Bruno Ganz (y de las acusaciones que recibió de haber “humanizado” a la figura de Hitler), se diría que el suyo es más bien un trabajo previsible, donde siempre se ve más al actor que al personaje. En todo caso, la responsabilidad es de Hirschbiegel, que le permite a Ganz hacer su unipersonal mientras él, como director, prescinde de todo punto de vista. En ese afán de neutralidad, La caída –como señala brillantemente Wim Wenders (ver aparte)– cae en su propia trampa. ¿Hasta dónde puede afirmarse que es objetiva una película que muestra en plano detalle y casi con delectación tantas muertes (incluidas las de varios niños), pero que se permite escamotear pudorosamente el final de Hitler y Goebbels?