ESPECTáCULOS › EL DIRECTOR ALEMAN WIM WENDERS ANALIZA “LA
CAIDA”, EL FILM SOBRE LOS ULTIMOS DIAS DE HITLER
“Me da rabia la supuesta neutralidad”
El realizador de Paris, Texas señala la peligrosa ausencia de un punto de vista en el film de Bernd Eichinger y se alarma del modo en que La caída escamotea el momento de la muerte de Hitler. “¿Por qué, carajo? ¿Por qué no mostrar que ese miserable por fin está muerto? ¿Por qué hacerle este honor que no les hace a otros?”
Por Wim Wenders *
Un profesor de historia inteligente, Joachim C. Fest, escribió un libro sobre los doce últimos días del Tercer Reich, libro que inspiró la película La caída. Otra fuente de inspiración fueron las notas de Traudl Junge, la última secretaria de Hitler. La competencia del profesor, conjugada con la autenticidad de un testigo directo de los hechos: ¡imposible dudar de la seriedad de los propósitos! Con ese espíritu fue lanzada la película: “Sabemos de lo que estamos hablando”.
Pero cuando se cuenta una cosa no basta con saber de lo que se habla, también hay que saber en qué punto de vista se coloca uno, y cómo se posiciona en relación a lo que se dice. Y estos dos últimos puntos, en la realización de esta película, han estado escandalosamente descuidados, o aún peor, voluntariamente dejados de lado.
Basta con ver el comienzo. Un hombre –¡el Führer en persona!– busca una secretaria, no importa quién. Las candidatas llegan en la noche y la bruma; normal, es la guerra; luego se sientan en fila en la sala de espera, todas excitadas. Terminan por girar la cabeza (y nosotros también) hacia una puerta que se abre y ahí, con el efecto de cámara garantizado, aparece Hitler. ¡Helo aquí! El hombre es extremadamente simpático y agradable, no pregunta más que una cosa a esas damas: de dónde vienen, y termina por elegir a la más bonita, por supuesto, originaria de Munich. Le hace hacer una prueba, “Bueno, vamos, empecemos”, y le perdona con indulgencia no ser mejor dactilógrafa. Fräulein Junge no tarda en salir de la oficina agobiada (¿no acaba de equivocarse en todo?), todas las otras la miran reteniendo la respiración, y ella les anuncia, radiante, que tiene el empleo. Todas las otras candidatas se alegran, le saltan al cuello, y el espectador se mezcla en esta alegría. Acaba, a pesar de sí mismo, de identificarse con la linda y gentil Traudl. No va a dejar de hacerlo en las siguientes dos horas.
En La caída, muchas cosas se muestran según su punto de vista. El punto de vista de una joven persona inocente, precisamente liberada después de la guerra en Nuremberg por esta misma razón. No hay nada que decir a esto. Pero en la última frase, pronunciada por la verdadera señora Junge, ya adulta, la película toma alguna distancia en relación con esta visión ingenua porque “ser joven no es una excusa para no haber comprendido ciertas cosas”. La señora Junge llega a decir: “Me cuesta mucho perdonarme”.
¿La película comparte esta toma de conciencia y comunica este cambio de estado del espíritu? Una cosa es segura, ese relato es el de la joven e ingenua Traudl, las reflexiones de la vieja señora Junge son dejadas para el fin, en toda su brevedad. Y mismo ahí no habría nada que decir si La caída fuera la película de “su historia”. Pero, justamente, no lo es. Es también la película de nuestro profesor de historia; otras escenas nos son mostradas desde su punto de vista, escenas a las que Traudl no tiene el derecho de participar. En esas escenas se ve desfilar a todos los altos dignatarios del régimen nazi, en número tan importante que la cabeza baila (por suerte el “Quién es Quién del bunker del Führer” figura en la página web de la película). Se revelan los planes de batalla, se hacen informes. Esas escenas quieren hacerse eco de la “Historia”, tienen un gusto amargo de “era-así-y-de-ninguna-otra-manera”, justamente la visión del señor Fest. Si hay alguien que sabe es justamente él, ¿acaso no escribió el libro? No hay nada tampoco que decir contra el libro. Es parte de los miles de libros escritos sobre el Tercer Reich. Lleva la firma del historiador. Pero no se trasladan tan fácilmente las páginas de un libro a las imágenes de una película. Las imágenes tienen necesidad de un punto de vista claro, de una posición que La caída sólo simula.
Paralelamente a esta interminable ristra de escenas con Traudl, y el doble punto de vista híbrido que resulta, aparecen también otras perspectivas denarración. Por ejemplo, las aventuras de ese pequeño miembro de las Juventudes Hitlerianas, condecorado con la Cruz de Hierro por el Führer en persona porque detuvo a dos tanques rusos. “De manera que te llamas Peter. Me gustaría que mis generales tuvieran tanto coraje como tú.” Se sigue al muchacho a través del pueblo sitiado, sobre el cual cae una lluvia de bombas que destrozan a la gente bajo nuestros ojos. Se ve a los comandos punitivos de la SS recorrer las calles, arrestar al padre de Peter y masacrar a la madre. Y es justamente ese joven rubio el que salva a Traudl al final. Sí, cuesta creerlo, pero surge de la nada, toma la mano de la secretaria y la conduce hacia la libertad, a través de las líneas rusas, ya que se sabe que los soldados rusos no le hacen nada a una madre acompañada de su hijo. Pero ¿quién dirige este relato a ese lugar? En todo caso, ni la señora Junge ni el señor Fest. El cine, ¿quizás?
Cómo probar mejor la falta de punto de vista de esta película que revelando el peor error que comete. Mientras uno pasa el tiempo viendo brazos y piernas arrancados, soldados que se hacen masacrar, el Estado Mayor alemán pegándose un tiro en la cabeza, un miliciano de la Volkssturm asesinar a su compañera antes de suicidarse, mientras todo eso es mostrado en extenso, la película hace gala, en dos momentos, de una solicitud conmovedora. Hitler le pide a su ayudante que le consiga nafta “para que los rusos no puedan exponer mi cadáver”. “Una orden terrible, pero la voy a ejecutar”, responde el subordinado. ¿Y qué hace la película? ¡Le concede el deseo al Führer! ¡Se ve de todo en La caída, salvo la muerte de Hitler! Es detrás de una puerta cerrada que el hombre se quita la vida (a él y a su Eva) con una bala y veneno. Y así como Hitler desvía la mirada cuando muere su querida perra Blondie, la cámara desvía la suya cuando muere Hitler. Traudl está preparando una vianda para los niños Goebbels cuando siente el ruido del disparo. Luego, todos abren las puertas para echar una ojeada. A nosotros, gente de hoy, no nos está permitido ver lo que ellos ven. Vuelven la cabeza, con aspecto asustado y tristeza. “Declaro que el Führer está muerto”, se dice. En esta película, eso no debería haber sido una declaración. ¿Por qué, de pronto, tanta decencia, tanta discreción, por qué este pudor repentino? ¡¿Por qué, carajo?! ¿Por qué no mostrar que ese miserable por fin está muerto? ¿Por qué hacerle este honor, que la película no les hizo a ninguno de aquellos que debían morir en cadena?
¿Ninguno? ¡Pero sí! La excepción vale también para otro. Cuando Goebbels está frente a su mujer y levanta su pistola, como en el duelo de un western, la cámara, nuevamente se desvía con elegancia. Pero, salvo eso, ¡filma todo, siempre! Treinta segundos más tarde, no duda en mostrarnos cómo un cierto Schädle se hace saltar la cabeza tan bien que salpica la pared. Se ven millares de cadáveres, sólo el del Führer queda invisible. Es envuelto en una frazada y tirado en una fosa. Y cuando terminan de verter la nafta sobre su cadáver, hay ese corte que todavía me hace mal. Si, después de ver derramarse la nafta en un gran plano, y otro gran plano sobre el bidón de nafta y los gluglus bien sonoros, hay un corte seguido por un plano apretado sobre la botella de licor que Traudl está por vaciar –“gluglu” sigue haciendo la banda del sonido–, ella bebe para darse coraje para irse del lugar. “No, no es posible”, me dije. Y, sin embargo, siendo verdad todo lo que hay de más, ese corte me parece una estupidez increíble.
¿Qué narrador se oculta detrás de eso? ¿Qué visión da esta película? ¿Por qué no debemos ver morir a Hitler y a Goebbels? ¿No es ese escamoteo lo que hace que esas figuras sean inmortales, míticas? ¿Por qué esos monstruos han ganado el derecho de retirarse dignamente, mientras todos los otros alemanes, buenos y malos, son pura y simplemente masacrados? ¿A qué proceso de represión estamos asistiendo? ¿Quizás esas escenas nos serán entregadas como un bonus en el DVD? Ante todo, esta película no toma partido ni sobre el fascismo ni sobre Hitler. Le deja al espectador el trabajo de forjarse su propia opinión, porque ella no la tiene o finge no tenerla. La caída nos deja con una imagen del sol, de libertad. Mientras que los dos héroes alemanes sobrevivientes pedalean hacia la libertad, una luz de sol artificial ilumina a Traudl y al pequeño Peter de las Juventudes Hitlerianas. Y lo que sigue en los títulos finales parece una caricatura. Comienza con la fecha de la capitulación, evocando luego los 6 millones de judíos de los que la película no habló, no quiso o no pudo hablar, y pasa luego a una música que pone todo a un mismo nivel, a los destinos de aquellos, humanos o monstruos, que uno puede cruzar en ese lapso de tiempo de doce días. Himmler y Göring comparten el mismo cartel que todos los otros criminales de guerra o todos los otros buenos alemanes, Traudl y Peter así como millones de anónimos; verdugos y víctimas están reunidos una última vez en una neutralidad chata de esta película que me da tanta rabia.
* Una versión más extensa de este artículo apareció en el número de diciembre 2004 de la revista francesa Traffic.
Traducción: Celita Doyhambéhère.