ESPECTáCULOS › “LOS SIMPSON”
Una radiografía de esa familia especial
A propósito del estreno de la temporada 16 de Los Simpson, investigadores desentrañan los modelos teóricos que los rigen.
Por Julián Gorodischer
Comienza un tour al planeta Simpson, analizado por expertos. Cuando hoy se estrene (a las 20.30, en Fox) la temporada número 16 de la serie animada más famosa, volverá una noción particular sobre el trabajo, la sexualidad, la política, la religión, la familia y la moda. Ninguna otra serie logró tanto en tanto tiempo: 60 millones de espectadores en 66 países, la consagración como “mejor programa de la historia” –según las revistas Time y la Rolling Stone argentina– y más de 2500 millones de dólares en ganancias para el canal Fox. Los Simpson es El Icono de nuestro tiempo, el baúl donde se acumula el total de las citas a la cultura de masas y, además, ¿la parodia de cómo vivimos o un mundito aparte? Se trata, ahora, de mirarlos con lupa, en una función asistida por psicólogos, sociólogos, diseñadores y semiólogos que analizan la ficción como una esfera autónoma.
Bart, Lisa, Homero, Marge... todo el pueblo de Springfield: estudiados como modelos teóricos, comentados como un modo de hacer política y negocios, de entender el sexo, el look y los amigos. ¿Qué idea de Dios promueven las criaturas de Matt Groening? Acaso una mezcla de mesías y superhéroe. ¿Y, más mundanamente, qué moda rige su vestuario? Tal vez la pura textura funcional desprovista de ornamento. ¿Y sobre la sexualidad animada? Seguro más negadores del contacto que derrochones de afecto. ¿Y cómo reaccionan ante la política? Asumidos como fervientes antirrepublicanos y víctimas de un gobierno municipal corrupto... pero capaces de organizarse para reaccionar.
Anti look
Los rige la defensa de la ropa funcional, la extinción del accesorio o, tal vez, la consagración del peinado. Los Simpson se destacan por el pelo que crece contra la gravedad, y los define como una mezcla de punkies y producidos para una fiesta de casamiento: ¡allí hay estilo! “Para salir de paseo, la ropa es de Gap o de TJ Max, como un rejunte discontinuo de cosas baratas –enumera con malicia la crítica de modas Silvana Moreno–. Usan vestidos de fiesta por 30 dólares, ropa básica sin colores porque lo que les importa es otra cosa... pero no sé qué es”. Cultivan el autovintage: es un culto a la ropa usada sólo que no elegida en ferias sino como la sobra en el placard que les quedó del abuelo.
“El look nunca será ornamental –sigue el analista de tendencias Nicolás Artusi–, más bien funcional en el más estricto sentido del término. Ya van 16 años, pero la ropa nunca cambia de temporada: será difícil ver a Marge desprovista de su vestido verde raído (tan ama de casa), al director Skinner sin las estrecheces textiles propias de un docente estatal, al jefe Gorgory sin su uniforme de policía ni a Moe sin el delantal de cantinero.” Los críticos comparan el universo Springfield con el de Playmobil: el vestuario determina ocupación y talento, se homologa al rasgo de personalidad. Sucede con Homero y su impersonal chomba y jean siempre celeste. “Bueno para nada”, sentencia Artusi.
Sexo, sexo, ¿sexo?
Más acostumbrados a dispararse látigos de cinismo que a dedicarse mimos, convencidos de que el sarcasmo es seductor... Matt Groening los diseñó bajo la metáfora del inodoro: en la serie se purga el affaire Nixon, el descontrol bélico de los Bush, el conservadurismo del americano medio, el dogma autoritario de la Iglesia: no hay cabida para palabras dulces ni arrumacos. Este es un cross a la mandíbula narrado en gags.... “El clima afectivo no es de lo más erótico que digamos –entiende el sexólogo Adrián Sapetti–. Hay distancia afectiva, poco mimo y poco juego con los hijos como retrato de la familia norteamericana media: ¡es realismo! Besarse allá es de maricón, siempre dan la mano, representando esa cosa descorporizada del amor, sumado al temor actual de que tocar a un chico sea interpretado como pedofilia. En Los Simpson se satiriza ese terror al contacto.”
La forma natural de la sexualidad es, en el dibujo, la represión. Cuenta el semiólogo Rafa Blanco (Ciencias Sociales, UBA) que el programa refleja esa tensa relación que la clase media tiene respecto de la homosexualidad en los ’90: se acepta pero en otra familia. “Marge tiene su amigo gay, Javier, con quien escucha ABBA, pero se escandaliza cuando el profesor Skinner le comunica (equívocamente) que a Bart le gustan los hombres. Smithers ama al Señor Burns, su jefe, pero sólo puede compartir ese secreto con los más jóvenes. Han sabido representar el tema de manera ácida y compleja, lejos del estereotipo del gay o la lesbiana.”
Lazos familiares
“No siguen juntos por ser buenos y lindos sino a pesar de todos sus defectos después de aquel primer capítulo en que Marge decidió luchar por su matrimonio contra los consejos de un terapeuta radial”, sintetizó la periodista Gabriela Esquivada en un lúcido análisis de la estructura familiar. En una casa se concentran males y vicios: padre ausente, televisor-tótem, falta de comunicación, envidia y recelo entre padres e hijos, pero “en el fondo –dice el semiólogo José Luis Petris (UBA)– es un modelo familiar conservador: es eso que nunca se rompe, ese último refugio que mantiene a todos en cada una de sus miserias y de sus problemas. Podrás sentir vergüenza como Lisa, o envidiar y celar a tus propios hijos, pero todo se termina perdonando”. La familia que horroriza a los Bush describe una paradoja: eterniza una profunda crisis pero “en un orden familiar inquebrantable –sigue Petris–. Eso tranquiliza a quienes pueden procesar allí sus miserias”. No es el único teórico que ha visto en Los Simpson más un sistema familiar y laboral conservador que el tan promocionado terremoto contra todo discurso hegemónico.
También en el libro The Simpsons: a complete guide to our favorite family de Ray Richmond, se resumen los reparos en un conteo. “Hablando de conservadurismo –dice allí–, de los 63 personajes registrados sólo 16 corresponden a mujeres. Todos los personajes femeninos son esposas y madres, o bien mujeres que trabajan y son terriblemente frustradas (como Patty y Selma, hermanas de Marge). De 248 episodios, sólo 28 se dedicaron a Lisa y 21 a Marge mientras que el resto corresponde a Homero y a Bart. Reflejan la realidad de la subfiguración de la mujer en las sociedades y no proponen ningún cambio al statu quo.” La estructura familiar es coherente con una actitud hacia la política. “Lisa, a diferencia de Mafalda, no es una internacionalista –escribe la investigadora mexicana María Cristina Rosas–. El alcalde es corrupto; son indulgentes con los demócratas e implacables con los republicanos. El más maltratado es Nixon, que representa la corrupción en extremo del sistema político.”
Dictadura laboral
Los Simpson resumen una conciencia de clase típica de los sectores medios estadounidenses: tal vez es el trabajo el área en que se hacen menos universales, más anclados a un tiempo y lugar de origen. Según el teórico Carlos Eroles (Trabajo Social, UBA), “el sector medio de los Estados Unidos no tiene conciencia de clase como se ve en Los Simpson. La Argentina tampoco, pero le queda un resabio importante de conciencia sindical que viene de los tiempos del peronismo”. Homero es el resumen de la subjetividad obrera en ciudades: resiste a la coerción industrial con una tendencia natural al ocio, anticapitalista, en fuga del mínimo esfuerzo, defensor de todos los placeres de la inmovilidad: ver televisión o beber cerveza. Su resistencia es pasiva, pacífica e individual. Es el canto al hombre inactivo, una revolucionaria toma de partido que contradice los dictados del mundo moderno: productividad, limpieza, eficiencia y reducción del tiempo libre. Homero despotrica, en un capítulo, contra el esfuerzo que implica retirar la mano del bolsillo trasero del pantalón, cuando se engancha levemente con las costuras.
En el estatismo del héroe de Springfield se escucha, tal vez, el grito más estridente en contra de la industria, el comercio... ¡el capital! Frente al sistema corrompido en el cual el villano más extremo es Montgomery Burns, jefe de Homero, capitalista ferviente y dueño de una contaminante central nuclear, allí mismo donde la ley es representada por el vago policía Wiggum y el gobierno está a cargo del corruptísimo alcalde Diamond Joe Quimby, la rebelión se ejerce en soledad y puertas adentro, como evasión catódica o etílica.
“El mundo del trabajo está organizado en forma represiva, injusta –analiza el semiólogo Oscar Steimberg (UBA)–, obedeciendo a redes de poder sin objetivo social. Es muy fuerte la presencia del creyente absoluto, del mojigato: cualquier cosa se puede decir de Los Simpson menos que es funcional a un aparato de dominación. Es una ficción crítica pero, eso sí, le falta mostrar el modo o las posibilidades de la destrucción de las instituciones.” Otra vez, como en el plano familiar, la institución es desenmascarada, pero nunca se cuestiona su continuidad.
Mi religión
Mark Pinsky es un ensayista norteamericano que compiló obsesivamente la cantidad de referencias religiosas a lo largo de 16 años de serie. En su libro El evangelio según Los Simpson, detectó que un 70 por ciento de los episodios tiene una cita a la religión. “Los judíos son tratados con respeto –escribió–, los hindúes son subestimados con ignorancia (por ejempo, Apu), y hay burlas frecuentes a los Testigos de Jehová.” El dios de Homero es una mezcla de mesías y superhéroe, extremadamente mundano, útil para cuestiones prácticas pero olvidado una vez que pasó lo peor de una crisis. Dice Homero: Tú que estás allá en las alturas... Por favor sálvame Superman.
Y, en otro episodio, reza Bart: Dios justiciero, gracias por el puchero. Gabriela Esquivada interpretó en su artículo cómo la tele y la cerveza adquieren en la serie rasgos de ídolo pagano. “Homero sale religiosamente a beber cerveza en la taberna de Moe –escribió en la desaparecida revista TXT–. Y siempre prefiere yacer con el control remoto en la mano, como confesó: ‘Televisión, maestra, madre, amante secreta’. ¿Por qué no Dios? En un episodio, Dios habla a Homero y reconoce que también él prefería mirar deportes por TV en vez de ir a misa. Homero hace ofrendas de leche y galletitas que termina comiendo él mismo.” “La venta de almas al diablo o al mejor postor –agrega Esquivada– ha sido un tema repetido.” “Su fe no es bíblica sino mágico-religiosa –sigue Pinsky–. Dios es como un paracaídas que esperan no utilizar nunca pero saben que está ahí. Una vez que han superado la crisis todo pensamiento sobre Dios se esfuma.”