ESPECTáCULOS › TRANSGRESORA OPERA PRIMA DE VERONICA CHEN, "VAGON FUMADOR"
El sexo en la vidriera de los cajeros
El encuentro entre un joven taxi-boy y la cantante de un grupo de rock sirve a la debutante directora argentina para trazar el retrato de una Buenos Aires de crudeza nocturna, concebida como “un monstruo, un pulpo lleno de tentáculos”.
Por Luciano Monteagudo
Filmada en Súper 16mm, muchas veces cámara en mano, en las calles de una Buenos Aires siempre nocturna, Vagón fumador tiene sin embargo la originalidad de no buscar un registro necesariamente realista de la ciudad. En el centro de la ópera prima de Verónica Chen –que saltó del Festival de Buenos Aires a la Mostra de Venecia, pasando por Montreal, Tesalónica y Toulouse, entre una decena de festivales internacionales– hay dos personajes unidos circunstancialmente por el paisaje urbano de la medianoche, por esa ciudad que parece –según ellos mismos la definen– “un monstruo, un pulpo lleno de tentáculos”. Rondan los 20 años. Ella es Reni (Cecilia Bengolea), una cantante de un grupo de rock, que está teniendo problemas con el resto de los integrantes de la banda. El es Andrés (Leonardo Brezicki), un taxi-boy que acostumbra prestar sus servicios en las cabinas de los cajeros automáticos. Reni queda fascinada por la libertad de Andrés, por la manera en que él se exhibe orgulloso en esas vidrieras frías, anónimas. A su vez, Andrés siente curiosidad por Reni, que se acerca a él sin pedirle nada a cambio, con cierta pureza todavía adolescente.
En términos argumentales, no sucede mucho más en Vagón fumador que no sean los sucesivos encuentros de ambos, en los que ocasionalmente Reni se animará a probar un poco del mundo prohibido de Andrés. Pero la fuerza de la película de Chen radica sobre todo en sus imágenes, en la manera en que es capaz de tomarle el pulso a la ciudad, en cierto espíritu anarco que parece trascender a los personajes para apropiarse del film todo. El hecho de que los cajeros sean un escenario privilegiado de Vagón fumador habla no sólo de cierta intuición premonitoria de la película para vislumbrar la importancia que llegarían a adquirir en la vida cotidiana de los argentinos. Expresa también la intención transgresora con que son utilizados: un espacio privado, perteneciente a una institución del valor simbólico de un banco, se convierte en una vitrina pública, donde la transacción de dinero queda suplantada por la transacción de sexo. A su vez, Chen reemplaza la cámara de vigilancia por su propia cámara y lo que registra en ese cubículo de vidrio y acero ya no es la rutina del deber sino la posibilidad del placer, los juegos eróticos, un improvisado ballet de cuerpos deformados por la lente anamórfica.
Hay una apropiación de la ciudad que es muy particular también en Vagón fumador (un título caprichoso quizá, pero que parece aludir de manera más general a la satisfacción de un deseo). Difícilmente la elegante Plaza San Martín sea parte del circuito de oferta sexual de Buenos Aires, pero el film la convierte en el lugar de reunión de Andrés y sus amigos y clientes, un aquelarre de taxi-boys aullando frente al Círculo Militar y alrededor del Monumento al Libertador. Esa vampirización de la ciudad (hay algo profundamente nocturno en el film de Chen) le da un valor de extrañamiento a Vagón fumador, como si con los materiales más próximos el film alcanzara a construir una realidad paralela, que es la de sus personajes, inmersos en su propia visión del mundo, ajenos a cualquier prejuicio moral.
Es verdad que cuesta sobreponerse a la precariedad de algunos diálogos y a la ininteligibilidad de la dicción de sus intérpretes, pero contra susmomentos menos afortunados la película de Chen opone el hechizo de sus recorridos por Buenos Aires. Con el acompañamiento de un excelente diseño sonoro de Edgardo Rudnitsky, la cámara –como si se hubiera subido a los rollers de Andrés– va atravesando en ralenti las calles y se detiene ocasionalmente en la textura de un rostro o en la dinámica de un gesto, capaces de enriquecer el paisaje de neón.