ESPECTáCULOS › “JUEGO DE ESPIAS”, CON ROBERT REDFORD Y BRAD PITT

Una de amor entre agentes de la CIA

 Por Luciano Monteagudo

Si en su momento Quentin Tarantino había hecho una lectura gay de Top Gun (1986), con sus dos pilotos de aviones caza declarándose su mutua pasión con piruetas en el aire, qué no diría ahora de la nueva película del director Tony Scott, Juego de espías. Lo que allí era subtexto aquí es casi directamente texto, a secas. Una historia de amor, y no otra cosa, con un final romántico incluso a la manera de Casablanca, es este Spygame entre una pareja de agentes de la CIA, encarnados por dos de los galanes más cotizados de Hollywood, Robert Redford y Brad Pitt.
El primero es Nathan, un veterano de la agencia, casi un dandy, que maneja un Porsche Carrera, fuma auténticos puros cubanos y no se acerca a un whisky que tenga menos de doce años de añejo. El segundo es Tom, un muchacho que descubrió su vocación de francotirador en el campamento de los boy-scouts, literalmente. Esa sólida formación, típicamente estadounidense, le permitió convertirse en un soldado de élite en los últimos días de Vietnam, que fue dónde lo encontró Nathan. A partir de allí, fue un coup de coeur, un flechazo al corazón. Ya nunca pudieron separarse. Tom se convirtió en su alumno favorito, en su protegido, en el sumiso Trilby del Svengali de la CIA. La acción los podía poner bajo la línea de fuego en el muro de Berlín ‘76 o en las barricadas de Beirut ‘85, pero siempre juntos, uno al lado del otro. Tuvo que venir sin embargo Elizabeth (Catherine McCormack) a romper esa armonía. No parece precisamente una casualidad que la crisis entre ambos la provoque una militante por los derechos humanos, que en Medio Oriente juega para el bando de los palestinos. Herido en sus sentimientos (personales y nacionales), Nathan se ocupará de hacerle toda una escena de celos a Tom, con ella delante, pero no podrá dejar de ayudarlo cuando él más lo necesite, para darle su última prueba de amor, como cuando Humphrey Bogart deja volar a Ingrid Bergman.
Filmada a la manera de un videoclip (un videoclip de dos horas ocho minutos), con planos que duran menos que los de un corto publicitario de televisión, Juego de espías es ciertamente una película extenuante, pero con algunas pequeñas recompensas, como las fugaces intervenciones de David Hemmings y Charlotte Rampling. También es de valorar en el film de Scott la manera en que transparenta –anticipándose a la revelación de que los atentados de Setiembre 11 pudieron haberse evitado– la absoluta ineptitud de la CIA. Tal como lo plantea este Juego de espías un solo hombre, en las narices de la plana mayor de la agencia, es capaz de burlar todos los códigos de seguridad y ordenar en menos de 24 horas un ataque aéreo masivo como una simple ofrenda de amor.

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