ESPECTáCULOS
Puente Celeste o la construcción de un lenguaje colectivo original
Cinco solistas de gran nivel conforman un grupo en el que la totalidad es más que la suma de las partes. El “cirujeo étnico” lleva a un estilo fuertemente individual y, sobre todo, porteño.
Por Diego Fischerman
Una primera mirada podría agotarse en el hecho de que Puente Celeste utiliza instrumentos exóticos. Podría pensarse que su música se corresponde con esa dudosa bolsa de gatos a la que el mercado denomina world music. Aparecen, en efecto, un sitar, más tarde un berimbao, tablas y numerosos instrumentos de percusión de distintas partes del mundo (incluyendo un bombo argentino). Pero el sitar es tocado con slide –una especie de cejilla que se desplaza por el diapasón alterando las alturas de todas las cuerdas y no sólo de aquellas que se pulsan–, el berimbao puede intervenir en una chacarera o ser tocado con armónicos y un tema poblado por todos los gestos de la expresividad puede tener como letra un texto totalmente retrogradado, lo que produce un lenguaje tan nuevo como incomprensible (en “Buey”, una hermosa canción del primer CD que cerró la primera parte del concierto). En Puente Celeste nada es lo que aparenta en primera instancia y allí, en esa suerte de permanente desplazamiento de timbres, partículas melódicas o células rítmicas, fraseos y procedimientos, es donde se encuentra uno de sus principales –y más interesantes– sellos de fábrica.
Aquí nada está donde se esperaría que estuviera. Y si se planteara una discusión acerca de la posible argentinidad (o, con mayor precisión, porteñidad) de esta música, cabría argumentar que sólo un grupo de argentinos podría ser tan extranjero. Tal vez Buenos Aires sea el único lugar posible, como antes lo fue para el tango, para estas mezclas, irreverencias, contaminaciones y buceos en tradiciones tan diversas. El fallecido Collin Walcott, fundador e intérprete de sitar y tablas en el grupo Oregon, decía en un reportaje publicado en 1974 por la revista Down Beat que “no hay que confundirse: yo uso instrumentos orientales pero nuestra música es occidental, con mayor exactitud de Oregon”. En una granja de ese estado fue donde esos cuatro músicos (Walcott, Ralph Towner, Paul McCandless y Glenn Moore) se habían juntado a improvisar, grabar e inventar una nueva música. Cuando, en la nota de Página/12 del pasado lunes 10, Edgardo Cardozo, guitarrista de Puente Celeste dice “tampoco puedo tocar como un africano” y agrega que en el grupo “existe cierto cirujeo étnico”, va en la misma dirección. En esta música de profunda originalidad, donde se juntan Spinetta, el primer Soft Machine, Oregon, el klezmer, las milonguitas, Shakti, el chamamé, un espíritu festivo que llevó a algunas jóvenes del público a ponerse a bailar y vaya a saberse cuántas cosas más, de lo que se trata es de llevar hasta el límite las tensiones existentes entre las connotaciones culturales de timbres y rasgos rítmicos, melódicos y armónicos y sus usos en contextos distintos (y muchas veces contrastantes).
Tal vez no tendría demasiada gracia (no en Buenos Aires, por lo menos) hacer un raga como si quien toca fuera hindú o un chamamé como si se tratara de correntinos o paraguayos. Pero la apuesta de Puente Celeste es, por supuesto, otra. El camino de este grupo que empezó como proyecto personal de Santiago Vázquez y se convirtió en un quinteto donde todos sus integrantes comparten decisiones estéticas, es, por lo pronto, bastante interesante en tanto va en sentido contrario al de la mayoría de los grupos. En general el tiempo de existencia compartida lleva a que lasdiferencias vayan acentuándose a medida que los divismos y crisis narcisistas afloran. No se trata, por otra parte, de integrantes anónimos. Tanto Marcelo Moguilevsky como Alejandro Franov, Cardozo, Vázquez y Luciano Dyzenchauz tienen personalidades fuertes y trayectorias solistas de importancia. Quizá tenga que ver con el hecho de que el estilo de Puente Celeste aparece expresamente armado sobre las diferencias pero el hecho es que el nivel de interacción, de involucramiento de cada uno de los músicos y de peculiaridad del estilo colectivo hacen esta música impensable en el caso de que no se tratara, precisamente, de un grupo.