ESPECTáCULOS
“Yo siempre trato de divertirme, pero también me gusta molestar”
Así define su visión del cine el holandés Alex Van Warmerdam, un talento poco conocido que acaba de estrenar aquí “Ménage à trois”.
Por Martín Pérez
Un granjero iletrado, una esposa manipuladora y una profesora seductora que entra en sus vidas. Con esos tres personajes, el director holandés Alex Van Warmerdam construyó el cuarto opus de su filmografía, con el que compitió cuatro años atrás en el Festival de Mar del Plata, sin ninguna suerte. Un detalle que, cuando se trata de semejante festival y semejantes premios, funciona prácticamente a la inversa. De hecho, semejante ausencia de galardones la pone a la altura de Happiness, de Todd Solondz, también en competencia en aquella edición y también ignorada totalmente. La misma suerte que corrió entonces Kleine Teun –o El pequeño Tony–, que ayer finalmente tuvo su estreno comercial local, bajo el título de Ménage à trois.
“Lo único que me disgusta del título elegido por la distribuidora local para estrenar mi film en la Argentina es que yo siempre prefiero que la gente vaya al cine sin saber demasiado qué es lo que va a ver. Y con ese título ya saben qué imaginarse”, le confía Van Warmerdam a Página/12, al teléfono desde Holanda. “Pero tengo que reconocer que el título original es demasiado confuso, con el riesgo de parecer un film infantil”, agrega el director, cuyo film absurdo y cruel nada tiene de infantil, salvo las decididas aunque también ingenuamente crudas motivaciones de sus protagonistas. Que son tres, sí, pero quieren dejar de serlo. Porque, a diferencia de lo que sugiere su título en castellano, su triángulo amoroso es más sobre el poder que sobre sexo, camas y/o amores.
Teatral, absurdo y con un humor tirando a negrísimo, el cine de Alex Van Warmerdam supo de cierto carácter de culto desde su debut una década atrás con Abel, una curiosa ópera prima que hizo conocido su nombre entre los cinéfilos de todo el mundo. “Fue mi primera película y le debo mucho, pero hace tiempo que no he vuelto a verla. Recuerdo que tiene escenas muy fuertes y otras muy graciosas”, dice Van Warmerdam de aquel film en el que un hijo sobreprotegido es echado al mundo por su padre –y ante la mirada protectora de su madre– cuando ya es un adulto. Tanto aquel Abel protagónico como este Brand, el granjero de Ménage à trois, son interpretados por el propio Alex, que asegura no encontrar demasiadas similitudes entre ambos personajes. “Creo que Abel era más un hombre, o más bien un niño de acción que Brand”, explica. “Pero tengo que aceptar que ambos son infantiles. Los dos viven el momento, y no son capaces de mirar hacia el futuro.”
Si Abel fue forzado a enfrentarse a ese mundo exterior que apenas miraba con largavistas antes de ser echado por su padre, en Ménage à trois las tentaciones de ese mundo ajeno llegan de prepo hasta Brand bajo la forma de una profesora guiada hasta allí por su propia mujer, que ejercerá su poder sobre él cada vez que éste sea desafiado. Con un caprichoso sentido del humor, Van Warmerdam acelera y simplifica los tiempos y las intenciones de las relaciones de sus personajes, buscando más inquietar que divertir. “En mis films trato de divertirme, pero también me gusta molestar”, explica Van Warmerdam. “Por eso una de las cosas que me preocupo por ir quitando de mis historias son los chistes. Es algo que aprendí luego de Abel, porque me parece que la risa es lo más parecido a una droga que tiene el espectador de cine. Y es una droga muy adictiva. Tanto, que el público se enoja mucho cuando se la quitan.”
Autor, actor y director de sus obras de teatro, y montajista y autor de la música en sus films, Van Warmerdam es todo un personaje de la escena cinematográfica tanto holandesa como, en menor medida, europea. “La escena del cine en Holanda es pequeña y naturalista. Eso no es lo mío, por eso me sentiré siempre como un outsider”, dice Van Warmerdam, que supo de éxitos locales con sus films ya a partir de Abel (1991), y con sus obras de teatro. Su filmografía se completa con Die Noorderlingen (Los norteños, 1992) y Die Jurk (El vestido, 1996), ganadora del premio de la crítica enel Festival de Venecia. “Soy un decidido admirador de Hitchcock, pero más que nada de cómo el gran Alfred pensaba sus films, con la idea de dejar bien en claro cada una de sus motivaciones. Pero no creo que se vea su influencia en la temática de mis films”, dice el director holandés, que también se confiesa admirador de Buñuel, Fellini y Laurel y Hardy, influencias reconocibles en los pasos de comedia muda y la feroz crítica social de sus absurdos cinematográficos. Con mucho de teatro, claro. “Me gusta rodar mis films con muy pocos cortes”, explica. “Al contrario de lo que decía Cocteau, yo muevo mi cámara sólo cuando se mueven mis personajes. Y hago muy poca edición. Porque me parece que cada corte justifica lo que sucede en la pantalla. Como un asesinato, por ejemplo.”
Si bien tal vez Ménage à trois no sea el mejor film de la carrera de Van Warmerdam, su estreno porteño funciona como eficaz presentación de su cine. Después de Abel, por supuesto. Y antes de Grimm, su próximo film –una particular adaptación de Hansel y Gretel y otros relatos de los Hermanos Grimm–, en el que participará nada menos que Ulises Dumont, un actor que el director descubrió por casualidad en la televisión holandesa. “Estaba viendo El viento se llevó lo que, de Alejandro Agresti, y cuando apareció Dumont pensé inmediatamente que era el actor ideal para uno de los personajes de mi nuevo film”, relata Van Warmerdam, que se sorprende cuando se le dice que Dumont es un actor muy conocido en Argentina. “¿Lo conoce?”, pregunta del otro lado de la línea. “Creo que es un gran actor. Me encontré con él en Biarritz y comenzaremos a rodar en octubre”, adelanta Van Warmerdam, que cuando se le pregunta por Argentina no dice tango, ni bife, ni siquiera Ulises Dumont, sino... Máxima. “Nuestra familia real es tan estúpida que me abochorna, pero ella es otra cosa. Acá es muy querida”, explica Alex, cuya obra está tan obsesionada con familias estúpidas que bien podría incluir a la realeza. “Bueno, justamente estoy pensando en escribir una obra de teatro sobre el tema después de mi próxima película. Pero no sobre nuestra familia real, sino sobre la realeza en general”, responde cuando se le sugiere el asunto. ¿Y habría allí un lugar para una Máxima? “No, porque estoy pensando en una reina adolescente, una joven a la que fuerzan a ser reina. Una lástima, ¿no?”