ESPECTáCULOS
“Las razones del bosque”, o esa fascinación de Chéjov por la vida
La puesta de Diego Kogan y Patricia Zangaro
incorpora al dramaturgo ruso a la escena, en un juego actoral de teatro dentro del teatro.
Por Hilda Cabrera
Una intención musical parece animar esta puesta de naturaleza fragmentaria que se desarrolla sin embargo con extremada fluidez, quizá por la similitud formal de cada una de las escenas que la componen y por tratarse de variaciones sobre temas del ruso Anton Chéjov (1860-1904), escritor y dramaturgo inconfundible. La afinada dirección de Diego Kogan contribuye a ese desarrollo sin cortes, aun cuando en cada secuencia se elabora de modo sintético una historia. El tema inspirador de estas “razones” expuestas por la dramaturga Patricia Zangaro ha sido el bosque, los árboles (abetos, robles, arces, cipreses y abedules) que tanto impresionan a los personajes de Chéjov. Un ejemplo es el del barón teniente Tusenbach, cuando se despide de Irina antes de batirse a duelo. En ese momento decisivo, él cree percibir expectación hasta en la naturaleza y se reconforta imaginando que incluso un árbol seco se balancea con el viento, igual que los que conservan su savia: “Del mismo modo –dice– me parece que si muero, de una manera u otra, estaré participando de la vida.”
En el montaje realizado por el equipo del Teatro Payró, el escritor Chéjov es un personaje. Es ese Hombre de Blanco, médico y autor, que a imagen del artista ruso advierte “el moho de la mezquindad” en el comportamiento cotidiano, como escribió Máximo Gorki. Las razones... evidencia el estímulo que siguen generando las obras del creador de Ivanov, “revisadas” en diferentes épocas, como ha sucedido con Las tres hermanas, de 1901, y El jardín de los cerezos, de 1904. La pieza que se ofrece en el Payró –que este año celebra los cincuenta años de su fundación– es en parte sostenida por los comentarios que deslizan los mismos personajes (a la manera de teatro dentro del teatro), recurso que le otorga matiz épico a lo cotidiano. Ellos revelan tener conciencia de su situación, de su forcejeo entre la infelicidad y el anhelo, según observaron algunos estudiosos del autor de La gaviota (que había sido un fracaso en 1896 y fue un triunfo cuando la dirigió Stanislavsky en 1898, en el Teatro de Arte de Moscú); de Tío Vania (de 1899) y de piezas en un acto como El aniversario y El canto del cisne.
Si bien los integrantes del elenco que dirige Kogan (también a cargo de las luces) flaquean, salvo excepciones, en el manejo de las respectivas voces, demuestran un fuerte compromiso con su trabajo. Traducen con delicadeza los sentimientos de los personajes y enlazan de modo creíble ficción y realidad. La puesta se asemeja a un juego existencial del que participan individuos que están tan desamparados como ansiosos ante los impedimentos que surgen, más que del entorno, de la propia condición humana.
En la variedad aparece el tan trajinado síntoma del aburrimiento, que, para el novelista ruso Leon Tolstoi (1828-1910), autor de las célebres Ana Karenina y La guerra y la paz, era ante todo, y especialmente en Chéjov, el deseo del deseo. En este acercamiento al mundo creado por el autor ruso, Zangaro preserva la ambigüedad de los personajes y el juego característico de la actividad teatral. Es así que unos y otros respetan el turno de las salidas a escena, impuesto aquí por La Vieja que interpreta Felisa Yeni. Esto permite que la Muchacha que Ama, la de Tacos Altos, la Enferma, el Muchacho de la Armónica y el Hombre de Blanco se explayen sobre sus deseos y contrariedades, incluidos su conciencia de “nulidad” y el temor a que, en definitiva, “la vida se vaya sin haberla vivido”.