ESPECTáCULOS › “CUENTOS DE HADAS”, CON DIRECCION DE VIRGINIA LAGO
El país del reino del revés
La autora uruguaya Raquel Diana enhebra viejos
relatos infantiles con episodios históricos y experiencias subjetivas en una original obra.
Por Hilda Cabrera
Blanca cree que nunca dejó la infancia porque no pudo despedirse de sus compañeros de sexto grado. Hubo entonces una huelga de maestros, y recuerda que poco después “se sucedieron muchas desgracias”. No sabe bien qué ocurrió, pero algo le contaron. En esta pieza de la uruguaya Raquel Diana (la primera de esta actriz y autora que se estrena en la Argentina), la acción se desarrolla de modo fragmentado, lo que no significa que carezca de un hilo conductor. La historia es discontinua, porque circula con “pedacitos” de memoria, y esquiva, porque no aporta datos concretos. Es que el anclaje de Cuentos de hadas está a medio camino entre la realidad y la literatura, referida ésta al universo femenino. El varón está presente, pero a partir de lo que de él cuentan tres personajes: Blanca, protagonista de varios soliloquios; Maruja y Carmen. Esos apartes son básicamente expresión de sentimientos, y en el caso de Blanca, de enlace con relatos de sortilegios. El resultado es la construcción de un imaginario que la muestra tan vulnerable como un ave alzando vuelo delante de una escopeta.
Enhebrar algunos pocos elementos de cuentos clásicos infantiles con episodios históricos y experiencias de la propia autora se convierte en esta obra en un comportamiento heredado, siempre por línea materna o desde un aspecto femenino, como sería por ejemplo acunar “berretines” de princesa. Estas mujeres muestran a veces gran fortaleza y en otras ocasiones aparentan una levedad propia de los fugitivos. Acaso las contagie la atmósfera que se desprende de la acertada escenografía de Marta Albertinazzi, casi la copia de la ilustración de un cuento para niños. Este paisaje podría ser el de un parque en invierno, poblado de árboles de ramas desnudas, donde, aun cuando todo está al alcance de la mirada, es fácil perderse. Las sillas y las mesas allí puestas son punto de confluencia de estas mujeres que dialogan de modo cotidiano y con una candidez que hace dudar de algunas afirmaciones. Las que emite Carmen, por ejemplo, especie de ángel guardián que, a pesar de su aspecto de señora simple, conoce el valor, peso y significado de cada palabra. Ella sabe qué cosas rodean a las palabras clandestino y contacto, y a la expresión Sol y mar (en aquellos tiempos, sinónimo de que alguien había sido apresado).
La evocación es fuente de teatralidad en esta puesta de Virginia Lago, conducida a ritmo pausado y donde las transfiguraciones no son nunca abruptas. La directora (también actriz, pero no en este montaje) tiene presente en este trabajo aquello que se dice en la canción “El reino del revés”, de la compositora María Elena Walsh. Es precisamente con este tema musical con el que se inicia la obra. Así, mientras se lo escucha a través de una cinta grabada, un lienzo pintado y artesanal como el telón de un retablo de títeres se enrolla para dejar al descubierto un paisaje invernal. Quizá sea también ésta una manera de subrayar que la madrastra de Cuentos... es bonita y no destila maldad. Lo singular es que estos juegos entre realidad, fantasía y gestos cotidianos funcionan por momentoscomo complemento informativo de una historia sobre la cual el espectador se preguntará probablemente por qué arranca en 1972 (año en que se quiebra el orden constitucional en Uruguay y se impone un gobierno títere de los militares) y, entre muchos otros interrogantes, por qué los personajes deben tomar recaudos durante una conversación telefónica. En este punto el título resulta una ironía, pero sólo a medias, porque el eje aquí no está puesto en la indagación de hechos concretos sino en la diversidad de los sentimientos y las emociones de los personajes.
De apariencia sencilla, esta pieza estrenada en el Teatro El Galpón de Montevideo en 1998 guarda, como si se tratase de un tesoro, esos mínimos y nunca olvidados gestos y conocimientos que, de alguna manera, circulan de madres a hijas, y por extensión de tías a sobrinas, de madrastras a hijastras. Como se aprecia en la obra, no obstruye ese circuito el hecho de que una hija tenga de su madre sólo una foto. Tal vez por eso uno de los aspectos más interesantes de este montaje es haber logrado recrear escénicamente un mundo de naturaleza subjetiva, donde es posible intercambiar confidencias y legados. En ese universo resulta entonces creíble el relato que hace Blanca a su hija, a la que aún no ha parido, pero a quien tiene urgencia de contar, porque quizá después no haya tiempo o su hija no quiera escucharla.
Blanca se ubica a sí misma entre esa “gente buena que cree en cuentos de hadas” y desea construir un mundo mejor. Integra ese universo de individuos que combinan la propia reflexión con la búsqueda de un resorte mágico que imprima a la vida cotidiana sensaciones lo suficientemente gratas como para no romperse la cabeza contra la realidad. Lo que se cuenta aquí parte, en todo caso, de la necesidad del aprendizaje de los afectos, como lo testimonian Blanca, la joven enamorada y militante obrera del Sindicato Unico de la Aguja; la coqueta Maruja y la maternal Carmen, que en este montaje interpretan las excelentes Claudia Rucci, Irene Almus y Lidia Catalano.