ESPECTáCULOS › “MINORITY REPORT”, DE STEVEN SPIELBERG, CON TOM CRUISE
Cuando el destino es una pesadilla
A partir de un relato de Philip K. Dick, el director de “Inteligencia artificial” vuelve a incursionar en el futuro, ahora para convertir temas metafísicos en un film de acción.
Por Luciano Monteagudo
Es por lo menos curioso que Steven Spielberg haya filmado, una detrás de otra, casi sin solución de continuidad, dos películas ambientadas en el futuro, como si de pronto el Rey Midas de Hollywood, el Bill Gates de la industria audiovisual, hubiera querido hacerse una idea del mundo de aquí a cincuenta años. O incluso se hubiera animado –con ese inmoderado poder que tiene el cine para intervenir en el imaginario popular– a prefigurarlo. En Inteligencia artificial, basada en un proyecto inconcluso de Stanley Kubrick, inspirado a su vez en un relato de Brian Aldiss, la raza humana hacia el año 2051 estaba a punto de ser desplazada por robots, no sólo sumamente inteligentes sino también cada vez más sensibles y exigentes de afecto. Apenas tres años más tarde, en la ciudad de Washington del 2054 que pinta ahora Minority Report (a partir de un cuento de otro maestro de la ciencia ficción, Philip K. Dick), todo parece mucho menos abstracto y más reconocible, como si fuera una versión un tanto perfeccionada y aséptica del presente. Particularmente aséptica, se diría, en algunas áreas –como la de la seguridad, por ejemplo– al punto que la tasa de criminalidad ha descendido a cero. A costa, claro, de cercenar unas cuantas libertades individuales. De esto precisamente, de una invasión indiscriminada sobre la privacidad, la conciencia y el destino personal, se supone que trata Sentencia previa (tal como expresa el título de estreno local), pero cuyo desarrollo la película de Spielberg termina desmintiendo.
El detective John Anderton (Tom Cruise) es la estrella de “Pre-Crime”, un programa que hizo de la seguridad pública un negocio privado. Gracias al uso sistemático de tres videntes con poderes telepáticos, llamados “pre-cogs”, que son capaces de anticipar el futuro, todo crimen violento puede ser detectado antes de ser cometido. El trabajo de Anderton consiste en ordenar e interpretar –como un cineasta frente a la mesa de edición– las imágenes que producen estos videntes y atrapar al culpable antes de que lo sea realmente. Que no haya alcanzado a perpetrar el delito es lo de menos. Con la intención basta y, sin que medien procedimientos legales, el acusado es recluido en una suerte de cápsula de hibernación, de la que ya no podrá salir jamás.
¿El sistema es perfecto? Estadísticas en mano, eso es lo que afirma Lamar Burgess (Max von Sydow), el sinuoso y multimillonario dueño de “Pre–Crime”. Y también lo cree el propio Anderton, hasta que él mismo descubre, como en una pesadilla, que está por cometer un crimen premeditado contra alguien que ni siquiera conoce. ¿Alguien estará conspirando contra él? ¿El FBI querrá apoderarse de “Pre-Crime”? La paranoia, se sabe, es una de las constantes de la literatura de Philip K. Dick, y Minority Report no pretende ser la excepción. ¿Hay alguna forma de cambiar el futuro? ¿Los “pre-cogs” acaso no pueden equivocarse? ¿Existe el libre albedrío? Esas son preguntas que de pronto empieza a plantearse Anderton, al mismo tiempo que parecen ofrecerse al espectador. El problema es que cuando el héroe se da a la fuga para probar su inocencia –un poco como la figura del “falso culpable” que recorre la obra de Hitchcock– toda posibilidad de reflexión parece quedar atrás. Si el estilo frío y pausado de Inteligencia artificial permitía considerar la naturalezahumana de los cyborgs, en Minority Report es tal el vértigo narrativo y el abigarramiento de imágenes con que Spielberg aborda su material, que en esa carrera desenfrenada parecen quedar atrás las preocupaciones que supuestamente lo llevaron a hacer el film.
Es obvio que Spielberg maneja esa montaña rusa en la que se convierte su película con un ritmo impecable y que, salvo hacia el final, cuando de pronto las explicaciones se multiplican innecesariamente, no se permite casi ni un solo momento de desmayo. Pero a diferencia de Blade Runner –el film que popularizó la literatura de Dick y que también combinaba claves del film noir con las de la ciencia ficción–, Minority Report parece privilegiar el mero espectáculo y el diseño visual por encima de cualquier otra consideración. La idea de que en ese futuro la publicidad desenfrenada, por ejemplo, llegue al límite de establecer no sólo la identidad del consumidor sino también sus gustos personales podría resultar aterradora, pero en el film se convierte –paradójicamente– en una mera excusa para hacer a su vez propaganda desembozada de las tiendas Gap o de la lujosa línea de productos Bulgari.
Otro tanto sucede con las “víctimas” de “Pre-Crime”. El relato de Dick y hasta el título original del film remiten a ese “Informe en minoría” que puede exponer uno de los videntes, estableciendo el beneficio de la duda sobre la factibilidad del delito (y por lo tanto la posibilidad de inocencia del inculpado). Pero la película convierte ese núcleo dramático en una subtrama y se desentiende de lo que significan los cuerpos de esos centenares de condenados sumariamente a una hibernación eterna. La sensación que deja Minority Report es que Spielberg, tan ansioso por manipular las imágenes como lo hace su protagonista (¿su alter ego?), se hubiera olvidado de hacerse cargo del planteo de su propio film.