ESPECTáCULOS › “ME RIO DE LA PLATA”, DE CARACACHUMBA
Los viajes de Roque
En el show con que presenta su flamante CD, el grupo abre el juego: a su habitual repertorio de ritmos rioplatenses agrega un paseo por el mundo, protagonizado por su títere más querible.
Por Verónica Abdala
Frente a esa concepción facilista que subestima a los chicos por el mero hecho de serlo, están quienes cultivan los medios que en definitiva pueden contribuir a su formación. Frente a quienes suponen que conviene entretenerlos a grito limpio y con los mismos chistes de hace tres décadas, están aquellos que consiguen liberarse de los lugares comunes y no le temen al riesgo ni a las sutilezas, bajo la certeza de que el esfuerzo y la convocatoria se justifica únicamente si es funcional a una propuesta de calidad. El grupo Caracachumba, que por estos días presenta su CD multimedia Me río de la Plata en la Casona del Teatro (Corrientes 1979) deja claro desde que suena el primer acorde que se inscribe en esta segunda línea. Los Caracachumba –cuatro músicos y una titiritera, parte fundadora del Movimiento de Música para niños, Momusi– prefieren los silencios al ruido innecesario o las estridencias a destiempo, la sugerencia de un títere que mira hondo a la histeria injustificada y la excitación desprovista de estímulo y de razón.
Al principio, los chicos esperan más de eso que conocen y consumen generalmente a través de la televisión. Pero a poco de comenzado el show descubren que se trata de una propuesta diferente, sin mayores sobresaltos, que se desarrolla a partir de un puñado de valiosas canciones, interpretadas con gracia y sensibilidad. Después de Se me lengua la traba –espectáculo estrenado en 1993 por el que recibieron una mención especial en el II Festival Internacional de Títeres Con Ojos de Niños– y Chumban los parches (1998), por el que fueron nominados para los premios ACE como el Mejor espectáculo infantil de la temporada en 1999, los integrantes del grupo se zambullen en el imaginario rioplatense y sus ritmos, acompañados por el sonido de violines, guitarras, piano, tambores, silbatos, bombos, quenas y sikus.
Los chicos acompañan con la voz y batiendo palmas los tangos, candombes y milongas protagonizadas por morenos, tangueros, marineros y chicos que, como ellos, se asoman por primera vez al mundo y a las mil vueltas que a veces tiene el amor. Una vez más, los músicos llegan rodeados de títeres -a cargo de Itatí Figueroa–, que junto con los juegos de palabras y el humor definen en buena parte la estética del proyecto impulsado por su directora, Florencia Steinhardt, en 1992.
La dirección de Claudio Hochman apunta a enriquecer el repertorio musical con una puesta cuidada, que acompaña las canciones. Los títeres, en este marco, cumplen una función central. Roque es uno de los muñecos que reaparece en este espectáculo, en calidad de protagonista. La excusa de los viajes de este personaje –que escribe a los Caracachumba desde lejanas geografías– les sirve para sumar a los ritmos locales melodías típicas de Arabia y de Bolivia y hasta un tema que “viaja desde Austria” y que invita a soñar con príncipes y princesas con el trasfondo de un vals.
Otros de los personajes a los que da vida Figueroa son un hombrecito enamorado que llora la ausencia de su amor, tres pares de zapatos que intercambian algo más que unos pasos de baile, y un malevo tentado con una inmensa torta de chocolate y flanqueado por un diablo y un ángel, que se trenzan en una memorable discusión. El malevo descubre que con ellos tiene todo para perder, y que en el fondo no son tan distintos. No le quedandudas cuando oye el tanguito que le dedican, al final: “Se te hace agua la boca, se te hace agua/ Esta vez es por la rabia/ qué querés si estás en babia/ alguien te iba a madrugar/ Siendo lo vivos que somos/ no nos explicamos cómo/ vos te fuiste a distraer./ Si la torta está perdida/ morfate una papa hervida/ y andá a cantarle a Gardel...”