ESPECTáCULOS › “MUNDUS TRUCUS”, EN EL TEATRO DEL ABASTO
Un monstruo típicamente argentino
Por Silvina Friera
Trucus es un monstruo atípico, un outsider de la iconografía de engendros con trazos gruesos que pululan en las historias infantiles. Simpático e irreverente, casi siempre bordeando el absurdo, de nariz prolongada y piernas delgadas. Un títere singular por su comportamiento estrafalario. Cuando se encuentra con Margarita, una niña ofuscada con su hermana y sus padres, que quiere escapar de su casa (“en mi familia todo es grito y confusión”, dice acongojada), consigue asustarla porque ella lo confunde con un bicho bolita mutante. Después del error, Trucus advierte las dificultades de moverse entre los hombres porque “todos son propensos a poner apodos”, de acuerdo con las apariencias físicas. A pesar del antagonismo inicial, el esmirriado monstruito, que percibe la insatisfacción de la pequeña con su vida cotidiana, le propone un viaje para que conozca su fascinante planeta, a cambio de que ella le diga un buen trabalenguas.
Mundus trucus, escrita y dirigida por Pepe Márquez, entretiene gracias a un argumento sencillo. Lejos de las extravagancias estéticas, la obra ofrece un espacio de originalidad por el modo de mixturar la manipulación de los títeres y las interpretaciones de los actores con un lenguaje ameno y atractivo. Desconfiada, como buena hija de argentinos que intuye que las palabras se pueden violar más fácilmente que los reglamentos, Margarita exige firmar un contrato antes de acceder a la aventura. Sin embargo, para viajar tendrá que aceptar las condiciones que impone el monstruo, y terminará sellando el acuerdo, a falta de lapicera y papel, escupiéndose las manos. No bien llega al planeta, la niña tropieza con un sapus (“petiso”, “jetón” y “feo”, según Margarita, que no puede evitar clasificar con motes a todo lo que se le cruza por su camino), un personaje que se jacta de ser el record invicto en mancha venenosa. Víctima de un hechizo de la bruja, el sapo necesita de un beso para romper con esa maldición y recuperar su identidad.
Si en la tierra hay problemas, Margarita, que huyó de su casa por la incomprensión de su entorno, se enfrenta con otro mundo, también atravesado por las tensiones entre el “ser” y lo que “deber ser”, la realidad inmediata y el ideal. La puesta ahonda en esta ambigüedad, propia del imaginario de los chicos, aunque los adultos no se hallan eximidos de estas contradicciones. La bruja de ese planeta no deja de ser tan cruel como la de otros cuentos infantiles. Sin embargo, Patricia Rey le imprime matices actorales que la distancian de la rigidez del estereotipo y le confiere una humanidad más exacerbada. Ineficiente, atolondrada y embustera, la bruja divierte a los chicos, más por las torpezas que manifiesta en su oficio –los fracasos reiterados cuando intenta hechizar a Margarita–, que por la perversidad que proclama. La niña, desencantada por la promesa de un mundo fabuloso ininteligible, se siente desamparada, extraña a su familia y quiere regresar. Sin embargo, una serie de complicaciones impiden su retorno. El contrato “firmado” garantizaba sólo el viaje de ida. Abrumada por la viveza criolla de trucus (un monstruo made in Argentina, sin dudas), la niña pide ayuda a sus nuevos amigos, entre ellos la tía Trucus, que pronto conseguirán eludir los obstáculos y harán que Margarita se reencuentre con sus afectos. En agradecimiento por la colaboración recibida, la niña le da un beso a sapus para que pueda volver a su condición previa al hechizo. Los títeres (Trucus, su tía, Sapus y Planchus), sugestivos y coloridos, disponen de una platea adicta a sus peripecias y acrobacias. Los titiriteros Javier Pironi y Omar Luzi manejan a sus muñecos con solvencia y versatilidad. Como los manipuladores están expuestos a la vista del público, no omiten la importancia del trabajo corporal y vocal, que adquiere una armonía en el conjunto de la puesta. La experiencia vivida sacude los valores de la niña que comprende que las peleas con su hermana pueden superarse, que los conflictos nunca se resuelven en otros mundos, que la ilusión del viaje como evasión es un juego con final incierto.