ESPECTáCULOS
En la cocina de los “Indomables”
Por Julián Gorodischer
Pettinato se creía David Letterman, y estaba feliz con su invención del preguntador maldito (“pero con onda, eh”) que había recreado en Duro de acostar; alimentó su propio mito, se definió como la gran estrella de una pequeña comarca para darse cuenta, ahora, de que el último que decide sobre sí mismo es... él mismo. “Uno está en la suya –dice–, los críticos y la gente son los que dan el veredicto: ahora dicen que lo mejor que hice es este papel en Indomables.” Al rock-star, el que se acomoda el jopo con paciencia en el camarín, el que aún mantiene el porte erguido del saxofonista, no le cierra del todo que la consagración llegue con el formato más remanido de la tele, del 2000 en adelante: el programa de panel. “Me dejé las patillas, quiero ser como Elvis, pero me dicen Menem”, dice en el off del estreno, a punto de salir a la escena. En Indomables se habla de todo y de nada a la vez: de cómo le queda la sunga al juez Zaffaroni, y de si el tamaño importa (esa obsesión que vuelve), y Pettinato sobrevuela las peleas por la palabra con la ductilidad de un papimafi: quita y entrega el turno de habla consciente de su placer.
¡Cómo se disfruta ese favoritismo con la nueva-linda Jackie Keen, ese coqueteo que conoce tan pero tan bien! El tipo encaja ciento por ciento con la onda Gvirtz: tono asordinado para deslizarse por el trash de la semana televisiva como un surfista de olas breves, sin riesgo, con la tabla a salvo y la tranquilidad de tener la orilla cerca. Entre los dos (Gvirtz y Pettinato, productor y conductor estrella, respectivamente) hay una conexión evidente, un trato de íntimos que aparece en las palmadas en la espalda, los secretos al oído, los empujones en los cortes. “Es un capo, está chapita...”, define Gvirtz, que lo concibió exactamente igual a como le gustan al aire. Un poco cretinos pero “con onda” (repite Petti, desvivido por el aire cool), nada que ver con “la actitud de un Baby Etchecopar, que siempre está puteando a todo el mundo”. Nada que ver.
Pettinato se encarga del trabajo liviano para atemperar a la maldita del panel (Fernanda Iglesias) que tira a matar a la Brédice porque canta mal y a Pipo Cipolatti porque cobra como invitado. Petti opone el bardo ligero para molestar al panelista nerd (Guillermo Pardini), siempre pensando en “eso”, ligeramente erotómano cuando insiste con que la tiene chiquita: “Con sunga se me forma una montañita de azúcar”, confiesa con el encanto del que vuelve del ridículo. Porque, ante todo, tiene ese talento que a otros les falta: sabe retornar del papelón, sale airoso del coqueteo con la telebasura (duelos, peleas, escándalos, los tópicos de Gvirtz), y con la firme intención de seguir pareciéndose a Elvis, cada vez más rock-star. “Y yo que alguna vez quise ser el Dennis Miller de Saturday Night Live...”, otra vez, con ese tufillo a frustrado que le da mayor encanto al Señor Exito. El, que está a punto de sacar una revista y conduce programas en radio y en dos canales, también se queja. “¿Qué es el éxito?”
Pettinato, como Indomables, siempre es y no es a la vez: se diluye en las imitaciones de Majul y Tinelli (sus fetiches) para reforzar el linaje con TVR. Si una vez la idea era producir un panel bobo, con el tiempo esto se parece a otra cosa: otro resumen irónico de medios, otro circo de voces en pelea constante para cuerear al enemigo pero, eso sí, con un tipo al frente que hace cualquier cosa. Dedica quince minutos al retrato de un Majul exasperado repitiendo “¿Tenés miedo?” al invitado (Andy Kusnetzoff) sin formular una sola pregunta verdadera porque “para qué escuchar cien veces lo mismo”. Si fuera gerente prohibiría los invitados. Pero, como no lo es, ofrece su performance del sin-deseo, con ese espíritu liviano que da el no creer en lo que se practica. El tedio (tal vez una forma de la histeria) de Pettinato lo encuentra siempre flotante, en los cortes, después del corte, con la concentración del samurai. Así le salen sus remates, con el repentinismo del sablazo. Muy a tono con Indomables, esa excitante propuesta de ver otra vez lo mismo (el duelo de Pipo, el affaire de Nicole), pero esta vez sin el gesto reconcentrado del chimentero. “Y con ustedes, ¡el Mini!”, anuncia Pettinato, gozando entre el freak de circo y el trash de la tarde, reconvertido en objeto de culto. Encantado de la belleza que brinda la basura. Como un rey entre la claque de reidores, el chimento, el tono elevado de una falsa discusión. Pero valga, por tercera vez, la aclaración: “Sin bajar línea, siempre con onda”.