ESPECTáCULOS › ALBERTO GRANADO, EL VERDADERO, EL COMPAÑERO DE RUTA DEL CHE
“Esta película la he vivido toda mi vida”
Por E. R.
A punto de cumplir 82 años, Alberto Granado confiesa que está contento de poder ver en la pantalla grande el viaje que realizó junto al Che en 1952. “Es que esa película la he vivido en mi cabeza desde que hice el viaje. Durante toda mi vida, cualquier cosa que haga, me hace acordar al viaje. Hay que tener en cuenta que el viaje forma parte del trípode en el que se sostiene mi vida: el viaje, el amigo Ernesto y la Revolución Cubana. Tres cosas con las que yo siempre me identifiqué y me mantuve fiel. Sentirme cerca de esa historia, aunque sea a través de la pantalla, para mí es muy emocionante”, subraya el cordobés que desde hace más de cuarenta años reside en La Habana. Con motivo del estreno de Diarios de motocicleta en el país, el compañero de viaje del Che regresó a su tierra natal y espera quedarse “hasta que mis amigos me aguanten”, aclara. “Me están tratando demasiado bien considerando que mi mérito sea por carácter transitivo”, señala en diálogo con Página/12.
–Pero usted también forma parte de ese viaje...
–Aunque yo también soy parte del viaje, hay que tener muy claro qué parte le toca a uno de la historia. Y a mí sólo me tocó ser el amigo fiel del Che, de lo cual me enorgullezco.
–¿Qué le pareció la película?
–Me gustó muchísimo. Y en eso tiene mucho que ver que a la película la hicieron tres tipos como Walter Salles, Rodrigo de la Serna y Gael García Bernal, que, además de ser técnicamente muy buenos, tienen una sensibilidad humana que les ha permitido darse cuenta lo que Ernesto y yo sentimos hace cincuenta años. Diarios de motocicleta es fiel a lo que nosotros vivimos en aquella aventura de casi 9 meses.
–¿Qué es lo que más recuerda del viaje?
–Que el viaje me sirvió para reafirmar que por los pobres de la tierra valía la pena echar la suerte. Toda la gente humilde era la que más nos ayudaba. Gente que a lo mejor tenía sólo medio litro de vino y nos lo regalaba. Recuerdo que nos encontrábamos con gente que se impresionaba con nuestra apariencia de vagos y nos ayudaba mucho. Recién después de hablar sobre literatura, fútbol, lepra, asma, la gente más pudiente nos daba una mano. En cambio, con la gente humilde no pasaba eso: nos entregaban las cosas sin esperar nada a cambio.
–¿Cómo recuerda al Che?
–El Che era un hombre sumamente sensible. La brusquedad que a veces se le notaba no era más que una especie de coraza que tenía como protección. En sus escritos se le escapa la ternura que tenía. Era un hombre tierno pero exigente: se autoexigía pero a la vez exigía a los otros. Como fue un hombre que siempre mantuvo una línea de conducta, no era fácil ser amigo del Che: él no tenía ningún reparo en señalarte tus errores. Tanto cuando era Ernesto como cuando fue el Che, él era demasiado drástico porque era demasiado pasional. La película refleja una realidad: que el Che era un ser humano, con sus errores y virtudes. Había que terminar con la solemnidad de que el Che era un hombre puro, que jamás se equivocó. Eso es una mentira.
–¿Qué opina del proceso de comercialización que posteriormente sufrió la figura del Che?
–Al principio me daba bronca porque sentía que era puro negocio. Pero luego me di cuenta de que eso de que “la gente usa remeras con la figura del Che sin saber quién era” era relativo: muchos la usan para molestar a la anterior generación que no había hecho nada. Además, nadie se hizo millonario vendiendo remeras del Che. Millonarios se hacen los que venden la energía, el gas, los que trabajan con las armas... Me di cuenta de que gracias a esas remeras las nuevas generaciones empiezan a conocer la obra del Che. Mientras no se pongan esas remeras, a mucha gente se le hará imposible conocerlo.