ESPECTáCULOS
Las últimas canciones
Por C. V.
Era un martes al mediodía. Se había dispuesto hacer una entrevista con Pappo para hablar de Buscando un amor, su último y brillante disco, y la cita fue en el taller de La Paternal. “Venite al mediodía, que el muchacho está probando la moto y seguro se va a tomar un tiempo para comer”, había dicho su representante. El taller presentaba un puñado de hombres tuerca en la puerta y un ruido ensordecedor adentro: Pappo estaba endemoniado arriba de su moto. “Escuchá el ruido, es un caño.” No le importaba otra cosa que la potencia del motor, mientras un humo negro tapaba al resto. “Che... hay que arreglarle el caño a ésta. Esta noche la preciso”, le decía a uno de los asistentes. Antes de hablar del disco, hubo que escuchar largo y tendido sobre fierros: en quince minutos nombró al menos 20 marcas de coches y motores y enseguida olvidó la idea de “morfar un sánguche” en el barcito. “Vení que te muestro el micro.” Ese día estaba particularmente contento, como cuando en el San Pedro Rock se mandó una corrida de una punta a otra del escenario, y pidió disculpas por la falta de aire. “Lo compré hace poco y ya está listo para girar.” Era un Chevallier al que pintores amigos habían borrado la marca para dejar sólo el gris de la fachada. Ingresar fue conocer un poco más a Pappo: motor impecable, seis cuchetas con baño para los músicos y una habitación privada para él, con cama matrimonial, baño y TV empotrada. “Decime si no está bueno, a vos qué te parece.” Pappo no tenía un carácter amigable con todos, pero si por alguna irracional razón alguien le caía en gracia, estaba todo bien. Podía hacer millones de preguntas insólitas, hasta con inocencia de pibe. “Che, ¿y cómo empezás a escribir la nota? ¿Qué ponés primero?”, preguntó ese día. La entrecasa de aquel reportaje, el último de Página/12 al Carpo, tuvo ribetes comiquísimos y el pico histriónico fue cuando comparó al fotógrafo, que parecía un contorsionista para lograr la mejor toma de Pappo dentro del micro, con el preso de Operación Ja Ja.
El posterior cruce fue en el último Cosquín, en la comuna San Roque. Allí Pappo fue uno de los grandes protagonistas. Paradoja del destino, le sacó el mayor jugo posible y desplegó, a manera de testamento, una síntesis de su vida. El primer día tocó como solista y compartió tres temas con Charly García, de quien no era precisamente amigo (ver página 22). Tocaron Desconfío, Popotitos y una versión impresionante de Sucio y desprolijo, un bonus track forzado por pedido de García. “Gracias García”, lo había despedido secamente Pappo, y Charly le rogó el tema de Pappo’s Blues. “Sucio. Dale, hagamos Sucio y desprolijo, dale”, insistió. Después tenía que tocar Molotov, pero había que sacar al Carpo. Cumplido el tiempo asignado para tocar se quedó, y no sólo eso: a los pedidos desesperados respondió: “Yo me quedo acá, Molotov que espere” y ordenó al Bolsa, su baterista, hacer un solo. Nadie dijo ni mu.
Al otro día salió con Riff y ofreció un show contundente. Un desperfecto técnico paralizó el set entre Ruedas de metal y Quién eres tú, forastero y Pappo embistió socarronamente contra Catupecu Machu, que tocaban en el escenario de enfrente. “Che, déjense de hacer ruido al pedo. No hagan estupideces, acá está el verdadero rock, ahora vamos a romperle el culo a éstos”, y siguió. El Carpo también tenía esos exabruptos.