Miércoles, 20 de marzo de 2013 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Claudia Mazzeo describe la evolución del trabajo de los periodistas científicos y asegura que, además de acercar al investigador con los potenciales beneficiarios del saber científico, se plantean otros objetivos, como indagar sobre diferentes aspectos del conocimiento, poniendo también en evidencia las posibles incongruencias del sistema.
Por Claudia Mazzeo *
“No basta con que los resultados de las investigaciones sean conocidos, elaborados y aplicados por unos cuantos especialistas. Si los conocimientos científicos se limitan a un pequeño grupo de hombres, se debilita la mentalidad filosófica de un pueblo, que camina así a su empobrecimiento espiritual.”
Albert Einstein
Argentina es uno de los pocos países de la región que ostenta una tradición de más de veinticinco años en la formación ininterrumpida de periodistas científicos. Quienes entre mediados y fines de los ’80 nos vimos tentados a seguir los “experimentos” ideados por el químico Enrique Belocopitow, para formar profesionales capaces de actuar de nexos entre los investigadores y la sociedad, lejos estábamos de imaginar que, más allá de nuestros anhelos, llegaría de verdad el día en que, en nuestro país, la ciencia y la tecnología serían llamadas a desempeñar el papel protagónico que ocupan hoy.
Es probable que quien como profesional escriba por primera vez en estos días un artículo sobre ciencia apenas perciba que, a comienzos de los ’90, lograr que un investigador con cierto prestigio aceptara ser entrevistado sin recelo no era una tarea sencilla.
Recuerdo claramente que el camino más corto para echar a perder una entrevista era preguntarle al interlocutor para qué servía lo que investigaba. Las barreras que separaban las llamadas ciencias básicas de las aplicadas eran poco menos que inquebrantables. Y si el editor del medio para el que trabajábamos nos pedía un título, o un copete, en el que resumiéramos cuáles eran los resultados que perseguía el estudio en cuestión, nos ponía prácticamente en un lugar equivalente al de un hijo de padres recién separados, y había que hacer malabares para no defraudar a uno o a otro, en función de la respuesta.
En contraste, los investigadores actuales se han habituado a fundamentar sus pedidos de subsidios brindando explicaciones claras y, en ocasiones, hasta aventuradas, de cuáles son los fines que persiguen con su trabajo. Más aún, esta tendencia no reconoce fronteras y hasta se observa en revistas científicas internacionales, que permutan siglas casi inescrutables por oraciones con sujeto y predicado, alejándose de la jerga y acercándose al gancho periodístico, en un claro intento de ampliar el universo de lectores y, en consecuencia, el índice de citas y de impacto.
Por otra parte, los periodistas científicos también hemos evolucionado. En un país donde el sistema científico-tecnológico ha sido ampliamente fortalecido, el periodista científico, además de acercar al investigador con los potenciales beneficiarios del conocimiento que éste genere, se plantea otros objetivos, como poder indagar sobre los múltiples aspectos que hacen al conocimiento, alertando también sobre las posibles incongruencias del sistema.
La capacitación juega en todo esto un papel protagónico. Así lo entiende la Red Argentina de Periodistas Científicos, fundada en 2007, cuyos integrantes, que hoy superan el centenar, reafirman mediante diferentes estrategias (cursos, publicaciones, reuniones periódicas) su compromiso de “contribuir a la capacitación profesional y a la reflexión crítica sobre la relación entre ciencia, medios y sociedad”.
Además de la escuela de Belocopitow, con base en la actual Fundación Instituto Leloir (FIL), en los últimos años se han ido sumando numerosas propuestas relativas a la comunicación de la ciencia. En lo que hace a la formación, las especializaciones de las universidades nacionales de Río Negro y de Córdoba, además de la propuesta de la española Universidad Pompeu Fabra.
En lo referente a la comunicación, se reconoce el trabajo de las agencias de noticias CyTA, en la FIL, y de la CTyS, en la Universidad Nacional de La Matanza, iniciativa esta última surgida en 2010, que ofrece a los egresados en Comunicación Social una nueva instancia de capacitación, además de una salida laboral. Asimismo, se destaca la creación de áreas y departamentos de comunicación en universidades, centros de Conicet y centros tecnológicos como el INTA y el INTI. También la aparición de secciones, suplementos, revistas, diarios, blogs, programas de radio y TV, libros y colecciones de divulgación, ferias y eventos. Y como broche de oro, Tecnópolis, una megamuestra de ciencia y tecnología, que pone en valor “lo que fuimos y somos capaces los argentinos cuando avanzamos por el camino del conocimiento, la creatividad y la innovación”.
* Periodista especializada en ciencia, tecnología y ambiente. Docente universitaria en grado y posgrado.
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