Miércoles, 26 de febrero de 2014 | Hoy
Esteban Viu reflexiona sobre la pérdida del sentido original del vocablo comunicación y la influencia del avance de las nuevas tecnologías, en la vida cotidiana y sobre todo en los más jóvenes. ¿Nos comunicamos o apenas interactuamos? ¿La tecnología nos une? ¿Y en qué queda el contacto personal? Juan Escobar señala que la responsabilidad social empresaria queda por fuera de la agenda de los medios y señala que difundir los principios de RSE y hacerlos propios sería una gran contribución en la materia.
Por Esteban Viu *
La comunicación para el ser humano es algo tan básico como el ejercicio de respirar. Es un proceso inherente a la formación de una comunidad, nos constituye como sujetos.
El término comunicar aparece a mitad del siglo XIV y su sentido básico es “participar en”, noción que fue azotada por un torbellino tecnológico. La idea de participación o de poner cosas en común con el correr del tiempo fue mutando hasta casi confundirse con la noción de “transmisión”. Hoy se interpreta la comunicación como intercambio de mensajes que se pueda alcanzar a través de las redes sociales, SMS o chat.
Si bien las nuevas tecnologías permitieron acortar distancias y hasta fueron factores fundamentales en los sucesos de la historia moderna, como las rebeliones que se desarrollaron en Medio Oriente, en donde los smartphones y las redes sociales funcionaron como instrumentos para quebrantar la censura informativa y denunciar a los gobiernos dictatoriales, el amplio abanico de posibilidades que nos brindan los dispositivos más tecnológicos nos hace creer que, por momentos, estamos sobrecomunicados, cuando en realidad sólo interactuamos a través de un móvil.
El detrimento en el sentido de la comunicación, que se da sobre todo en los jóvenes que nacieron y se criaron bajo estos nuevos aparatos de la tecnología, ha llevado a la pérdida de la esencia de una mesa familiar o una reunión con amigos. Varios de los presentes le ponen más atención al celular, pendientes de algún mensaje o llamada, que al resto de las personas, perdiendo la noción de que la verdadera comunicación está frente a sus narices y son ellos los que no la están ejerciendo, siendo esclavos de sus aparatos. Es la tecnología quien nos dice qué hacer, cómo hacerlo y para qué.
Lo natural, hasta no hace mucho tiempo, era encontrarnos con amigos a celebrar algún acontecimiento o simplemente dirigirnos a la plaza del barrio a conversar, entre risas y con algún mate de por medio. En ese lugar y en ese instante es donde se produce la verdadera comunicación, porque ya no participamos sólo con palabras, también lo hacemos a través de los gestos, las miradas e incluso con nuestros silencios. En ese instante se produce la unión de las personas, que es otro factor determinante para la comunicación.
Ahora, sólo esperamos que algún “amigo” le dé me gusta a una publicación en Facebook, como si fuese un factor determinante para saber que existo. Hacemos todo para conseguir ese pulgar arriba, estamos obligados a agradar y, lo que es peor, en un mundo virtual.
Este proceso de “pérdida comunicacional” puede encontrar su origen en los años ’50, con la llegada de la televisión a los hogares. El artefacto, ultranovedoso para la época, y sus contenidos comenzaron a acaparar cada vez más tiempo de nuestras vidas. Hasta el año 2010, según un estudio realizado en los Estados Unidos (el país que más horas de TV consume al año), sus habitantes pasaban algo más de seis horas por día frente al televisor. Suponiendo que se emplean ocho horas para dormir, ocho para trabajar y ocho para el ocio, sólo aprovechaban dos horas de sus días para el resto de las actividades. Esta cifra ha comenzado a mermar en el último tiempo, desviándose a los celulares de última generación, que en la práctica es casi lo mismo.
La creciente demanda de estas tecnologías a un costo accesible para la gran mayoría y el sumiso acostumbramiento de la sociedad a un régimen capitalista que nos dice cuándo hay que cambiar nuestros equipos han generado un enorme consumo, en algunos casos excesivo, que influye en la comunicación interpersonal de manera negativa, haciéndola cada vez más precaria.
La sociedad ha dejado de “participar en” para “transmitir a”, lo que culmina en un enorme grado de individualismo en las comunidades. Poco a poco parece que dejamos de convivir, para sólo cohabitar en el mismo espacio.
No existe nada en la vida del hombre que no implique participación; la manera como nos relacionamos mediante la comunicación determina qué tipo de sociedad tendremos a futuro.
¿Esto implicaría un nuevo modelo de comunicación, que no sea excluyente, o luchar para recuperar el sentido de la palabra y de la comunicación?
Aquí es donde la sociedad tiene que dejar de lado el individualismo y retomar las acciones conjuntas; un proceso que, sin comunicación verdadera, es imposible de llevar a la praxis. Debemos recordar que no sólo por leer y escribir nos estamos comunicando.
* Periodista.
Por Juan Escobar *
La responsabilidad social no será televisada. A juzgar por los hechos, no al menos por ahora. Más allá de alguna pequeña isla en el océano de la programación, la temática permanece en general ausente de esas pantallas. Así quedó demostrado hace pocas semanas, cuando tuvo lugar el acontecimiento más importante vinculado con la temática de los últimos tiempos en Argentina. El Primer Congreso Internacional de Responsabilidad Social, organizado a mediados de octubre por Fonres, convocó a una multitud que participó de una intensa actividad durante tres días.
La presidencia académica estuvo a cargo de Bernardo Kliksberg, de lejos la figura más relevante en el país y la región en lo que hace a la promoción de la ética para el desarrollo. El evento contó con la presencia de figuras de relevancia internacional, de quienes sólo la participación del líder latinoamericano Inácio Lula da Silva tuvo alguna cobertura televisiva –aunque no de los medios dominantes– y sólo en la parte más política de su disertación.
No es nuevo el escaso interés en la difusión de la temática por parte de los grandes medios de comunicación, tanto audiovisual como impresa. Si bien la temática de la responsabilidad social tampoco es nueva, comienza a hacerse un lugar en la opinión pública, de manera lenta pero sostenida.
Con la decisión de enviar al Congreso el proyecto de reforma de la, hasta ese momento, Ley de Radiodifusión de la dictadura, se legitimó un debate que se venía dando en segmentos acotados de la sociedad civil desde la recuperación de la democracia en 1983. La virulencia de la reacción en contra del proyecto durante el debate legislativo, el anuncio de catástrofes que nunca llegaron y la posterior dilación durante cuatro años, contribuyeron sin embargo a brindarle una mayor visibilidad y persistencia a la cuestión. ¿Por qué?
En el marco del cuestionamiento a la ley, los grandes medios dejaron de hablar a través de sus productos para empezar a hablar, cada vez más, en primera persona. El discurso corporativo impregnó palmariamente las líneas editoriales. Era la corporación empresaria la que hablaba ahora, dejando claro el predominio de sus intereses económicos, al punto de reclamar a la vista de todos que se le reconozca el derecho a ejercer la posición dominante que detenta de hecho en los mercados.
Lo destacable de esta situación es que al visibilizarse los medios como empresas se vuelven susceptibles de que se les comience a demandar en mayor medida la responsabilidad social que les corresponde por su posición en los mercados y la vida de las comunidades.
La demanda de responsabilidad social empresaria (RSE) se orienta hacia una mejor gestión por parte de las organizaciones para disminuir progresivamente los daños que su actividad genera, sea por acción (en ejercicio de la posición dominante) u omisión (por comportamientos negligentes) en los distintos segmentos sociales con los que se vincula.
En 1999, las Naciones Unidas lanzaron la iniciativa del Pacto Global. Allí se establecieron parámetros básicos sintetizados en sus diez principios, para lo que se puede considerar una gestión socialmente responsable de las organizaciones, especialmente de las empresarias.
De los diez principios, dos se refieren a la protección de los derechos humanos, tres al cuidado del medio ambiente y uno a la lucha contra la corrupción. Los cuatro restantes se orientan a evitar el abuso de posición dominante en las relaciones laborales y las prácticas antisindicales.
La historia de las corporaciones empresarias abunda en ejemplos sobre situaciones de ésas. Y los grandes medios de comunicación no han sido la excepción. Particularmente en lo que prescribe el Principio 3 del Pacto Global: “Las empresas deben apoyar la libertad de afiliación y el reconocimiento efectivo del derecho a la negociación colectiva”. A partir de esto se deduce que el desconocimiento y la persecución de las comisiones internas está claramente contraindicado para cualquier empresa que se pretenda socialmente responsable.
Reconocerlo, por parte de las instancias directivas de las grandes empresas periodísticas, sería un buen comienzo en el sentido de la congruencia entre los discursos y las prácticas. Sin embargo, lo determinante sería la difusión de esos criterios entre el gran público, para que el lugar de las empresas en el mercado se corresponda efectivamente con un ejercicio más responsable de la actividad.
* Coordinador del Departamento de Responsabilidad Social de SIDbaires (www.sidbaires.org.ar).
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