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Piel
Por Oscar Masetti*
La chica dejó caer su mirada celeste sobre los papeles que el hombre desplegó en la mesa. El hombre no se movió, aunque aspiró el perfume que venía y venía.
Unos dedos de ángel abandonaron el pocillo de café y el platito con la medialuna. El hombre siguió la pequeña columna de vapor que subía desde el líquido marrón. Más allá, frotándose contra el límite de la mesa, la piel dorada e inmortal convocaba silenciosa a una agitación del deseo. “¿Qué piel era ésa?”, pensó el hombre.
Despegó los ojos del diario, comenzando el recorrido placentero. La chica lucía un vaquero muy ajustado y una diminuta remera. Entre ambos bordes de tela, una franja de esa piel dorada. A partir del extraño confluir de mesa y piel, frontera ardiente entre mesa y carne, el hombre viajó por territorios y parajes donde la imaginación más despiadada ejerce una dictadura total. ¿Dónde acampaba la realidad? ¿En las doradas espigas de ese bello vientre? ¿En el curvo misterio de dos colinas solitarias?
Cuando la mirada llegó al final de su viaje, el hombre se vio reflejado en los espejos irónicos de dos soles celestes. Así fue que se encontró con su imagen de labios apretados y ojos abiertos con asombro.
* Lector de Rosario
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