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Tocar madera

Es probable que los niños sigan haciendo berrinches para exigir de sus padres el último adefesio de plástico chino –¿recuerdan el yo-yo tóxico?–, pero no es necesario ceder. Aquellos juguetes de madera que acompañaron otras infancias hoy vuelven a fabricarse, incluso a estar de moda. Para arrastrarlos o para sentarse encima, estos objetos de materiales nobles pueden imprimir en la memoria otras sensaciones, tan duraderas como el mismo juguete.

Por Sonia Santoro

Es difícil que uno recuerde especialmente un juguete de plástico. A lo sumo puede añorar a la muñeca preferida o a esos autitos de colección que de tanto mirarlos sin tocar sobreviven al paso del tiempo. De los juguetes de madera, en cambio, uno puede recordar muchas cosas: el olor a pintura; el perfecto hamacarse de esos caballitos con pie fijo; los despintados cubos del rompecabezas de Blancanieves; la imposibilidad de hacerlos trizas a martillazos; la vez que le pintó una pata al gato desarmable o le arregló las ruedas al autito de cuatro líneas. Seguro que el recuerdo viene empujado por un aire nostálgico, aun en el caso de que no haya tenido ningún juguete de madera con el que entretenerse en sus años infantiles. Porque las películas y las publicidades, que han hecho un trabajo fino a lo largo de los años, se han encargado de grabarnos a todos los mortales esa típica imagen, en color sepia si quiere, de un baúl a medio abrir del que se asoman un caballito y algún trompo gastados. Como sea, los juguetes de madera volvieron a estar de moda. Ahora se los llama juguetes naturales. Los diseñadores crean recordando cosas de cuando eran niños. Y sí, los juguetes se repiten, como tantas cosas. La esencia es la misma: darle al chico una manera más artesanal, natural, humana de crecer.
Juguetes de madera hubo siempre. Al menos no hay quien pueda precisar el origen. Se dice que el yo-yo precedió a los griegos y que tal vez lo inventaron en China. El maestro Pablo Medina aporta un dato interesante sobre los juguetes de los indios mapuches. Cuenta que cuando los colonizadores llegaron aquí se sorprendieron con el juego de La Chueca –precursor del hóckey–, que debe su nombre a que los indios tomaban una madera verde, la mojaban, la doblaban al fuego para darle una forma que permitiera agarrar o empujar una pelota.
Medina es correntino e hijo de un ebanista que proveyó a sus hijos de cantidad de juguetes de arrastre y carros para cargar co-sas. Desde 1975, dirige La Nube (www.asociación-lanube.com.ar), ONG dedicada a preservar la cultura infantil. Tiene 60 mil libros para niños y 100 juguetes de distintas épocas, principalmente de madera. ¿Por qué de madera? “Porque el juguete de madera tiene la calidez que no tienen los otros juguetes, porque se puede romper y se puede recomponer. Porque se puede destruir, reformar, pintar. El de plástico se rompió y se rompió. Y el de lata es peligroso, hoy es para coleccionistas, casi no existe. La madera es como lo más cercano a lo humano, da la vida, da calor; produce el fuego para cocinar los alimentos; abriga, si uno hace una vivienda con madera”, piensa Medina.
Sorprenden las posibilidades de la madera para lograr cosas tan disímiles como clásicos bloques de construcción, caballos de palo, juguetes de arrastre y encastre de todo tipo, trompos, yo-yos, baleros, rompecabezas, ta-te-tis, trencitos, muñecos articulados o equilibristas. Mariana Padilla, de Mi Pequeño Puercoespín (Uriarte 1308) y José Luis Morales, de Jopajapa (Gurruchaga 1660), notaron esto cuando empezaron a crear los juguetes que no encontraban para sus hijos y terminaron poniéndose sendos negocios. “Empezamos haciendo ferias y vimos que existía la necesidad de una cantidad de gente de tener juguetes más nobles, más sanos, cosas más simples que le dejen al chico más espacio para jugar. Porque da para muchas cosas más un juguete simple que un juguete que ya hace las cosas por su cuenta; que un juguete al que le diste cuerda y con las pilas hace eso y no más que eso”, cuenta Padilla, rodeada de objetos de colores fuertes, ajenos al estilo country y a los ositos color pastel que suelen atosigar a las madres los primeros años de vida de un niño.
Morales todavía se tortura al pensar en aquel avión –regalo del primer año de su hijo Felipe– que al tocarlo escupía la Lambada sin parar. El sonido de los juguetes de madera, dice, es mucho más armonioso. ¡Y cómo contradecirlo! “Los míos son juguetes simples para chicos simples. Los juguetes son lo que ven y ellos juegan a lo que inventan”, hermosa definición de este papá que se resistía a que su hijo tuviera todo armado: la estación de servicio con la rampa, con el despacha nafta, con la gomería, por caso. “¡Que lo invente! Que lo haga con un pedacito de madera, con cubitos, con triangulitos, pero que le dé a la imaginación un protagonismo”, dice Morales.
Hay quienes hablan de que el juguete transmite valores como la dedicación, la importancia de los objetos únicos, la paciencia; hasta un cierto gusto estético y conceptos como peso o equilibrio. “Un auto de plástico grande tiene un peso que es ficticio. Un auto de madera tiene un peso real de lo que es el juguete en sí. Eso es importante porque así el chico empieza a asociar el tamaño con el peso. Hay un montón de juguetes de madera que trabajan con el equilibrio. El chico va trabajando con el equilibrio y el peso de las cosas. Es parte de una visión global de algo más noble”, dice Padilla. Medina prefiere hablar de buen juego: “Hay juegos que permiten que el chico gatee y pase a pararse y está implícito que esto es un buen juego. Un balero no tiene sentido si juego solo, si juego con el otro estoy compitiendo sanamente. Además tiene fundamentos de óptica y de física: hay un peso mayor y hay que elevarlo par embocarlo; ¿cómo calculo? Con la vista. Y por otra parte está el juego con el otro: a ver si vos lo embocás, a qué no. Estamos desarrollando el lenguaje, la competencia, la comparación, una cantidad de cosas que se perdieron porque la computadora está ahí y no hay intercambio, ni siquiera con el objeto porque la computadora hace cosas que están armadas. Acá yo puedo inventar: lo voy a tirar de atrás, lo voy a embocar de acá, me voy a sentar”.
Por supuesto que nadie va a inculcar a los chicos que no toquen un plástico nunca jamás. Pero mientras los padres puedan elegir, la madera es una alternativa interesante para ofrecerles. Haga como esta cronista, compre el artesanal triciclo de madera que supone le hubiera gustado tener cuando tenía dos y regáleselo a su hijo. Tarde o temprano, el chico lo va a registrar, aunque sea para sentarse y mirar la tele desde ahí arriba. Recuerde eso de que lo que se aprende de niño no se olvida jamás. Lo que se hizo una vez es muy probable que se repita –¿o no leyó el comienzo de la nota?

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