SOCIEDAD › SERGIO ROSALES HABLA DE QUIEN DESTRUYO A SU FAMILIA

“Cabello nunca pidió perdón”

Su esposa y su hijita murieron hace cuatro años, atropelladas por un auto preparado para correr picadas. Hoy empieza el juicio y Rosales quiere que se aplique una pena de cumplimiento efectivo.

 Por Horacio Cecchi

Sergio levanta la vista, pregunta si los anteojos oscuros molestan para la foto. “Me agarró alergia en los ojos”, justifica enseguida y agrega “capaz que piensan que estoy modelando. Como para modelar estoy”, y entonces decide quitarse los anteojos. A sus espaldas, un cartel de tres metros de altura sintetiza su proyecto de vida de los últimos cuatro años: “No se olviden de Celia y Vanina –dice el texto por encima de una foto de madre e hija–. Asesinadas por las picadas mortales de Sebastián Cabello”, agrega más abajo. No hace falta recordar que Celia González Carman y Vanina eran la mujer y la hija de Sergio Rosales. Ambas murieron carbonizadas dentro de su auto en la avenida Cantilo, el 30 de agosto del ‘99, embestidas por un Honda Civic preparado para picadas y conducido por Sebastián Cabello. Hoy, tras una prolongada investigación, se inicia el juicio oral. Cabello está acusado de doble homicidio doloso (de 8 a 25 años de prisión). Llegará libre al juicio. Lo que se discutirá en las audiencias es si sale de la misma forma. La primera jugarreta del destino no suma a favor del acusado: se sentará en el banquillo el mismo día en que Celia hubiera cumplido 43 años.
En la esquina de Melián y Paroissien, sobre el Parque Saavedra, crecen dos pinos de altura mediana, uno junto al otro, ambos con una pequeña inclinación hacia el norte. Tienen cuatro años de edad. Para el caso, tiempo e inclinación son significantes. El tiempo, porque fueron plantados por Rosales el 15 de octubre del ‘99, en recuerdo de su mujer y su hija. La inclinación era inevitable: “Los planté yo para que sigan vivas. Crecieron torcidos”, dice. También Rosales lucha contra la gravedad.
A unos diez metros se levanta el inmenso cartelón de fondo negro, donde las sonrisas congeladas de Celia y Vanina cortan en dos el tiempo.
–¿Por qué el cartel fue levantado acá si el hecho ocurrió en la avenida Cantilo?
–En esa casa vivíamos los tres –desliza su voz Rosales mientras señala hacia una vieja casona de paredes amarillas y rejas negras.
La casona se encuentra frente al cartel, cruzando Melián, con más detalle en el 4432. Junto a la puerta de entrada hay un local. “Ahí Celia tenía la veterinaria.” Siete meses después de perderlas, Rosales levantó todo y se fue. No porque hubiese tomado la decisión por su propia cuenta, sino porque la vivienda era alquilada, el contrato se venció, estamos en la Argentina y le pidieron más plata por el alquiler.
“Al principio los objetos tienen un significado enorme –dice–. La ropa de mi mujer, la de la gorda. Me lo quedé todo. ¿Qué voy a hacer? ¿La voy a donar? No puedo. ¿La voy a tirar? Menos. Desprenderme de la casa era un problema. El tema del alquiler lo aceleró. Pero con las cosas no pude. Las agarré todas y me las llevé. Las tengo conmigo, en mi casa.”
Mientras habla, un colectivero de la línea 71 que pasa por la misma esquina hace sonar su bocina y saluda a Rosales. Minutos después, pasa un vecino a su lado y le toca el hombro. La escena se repite una decena de veces a lo largo de la entrevista. Es posible que, como sostiene Rosales, tanta demostración se deba simplemente a que nació en el barrio. Pero rostros y tonos parecen discutirlo y evidencian que desde hace un tiempo el barrio lo contiene.
“El lunes (por hoy), Celia cumple 43”, dice, en tiempo presente. La memoria es generosa y sabe repartirse. Al menos, es lo que Rosales pretende. No ser el único sobre el que recaigan los recuerdos. “Que ese asesino sepa que Celia cumple años el mismo día que empieza el juicio.” Asegura que no es venganza sino pretensión de que “actúe la Justicia. Que lo condenen con cumplimiento efectivo. Eso espero de la Justicia. A Celia y a Vanina nadie me las va a devolver. Pero sería vergonzoso que le den una condena condicional”.
Desde hace cuatro años, todos sus proyectos y esfuerzos están concentrados en el juicio. “No puedo pensar en otra cosa. Más allá no tengo proyectos de nada. Cuando termine el juicio veré”, dice y enciene o
tro cigarrillo. “Estuve derrumbado. Al principio, varias veces pensé en el suicidio. Quería morirme. No podía comer ni dormir. Estuve seis meses sin ir a laburar. En el trabajo (la empresa de correos DHL) me dijeron ‘cuando sientas que podés, levantá el teléfono y volvé’. El trabajo es mi mundo. Si no fuera por ellos me habría derrumbado. Ahora me dieron licencia para estar en el juicio.”
Rosales se define como “tímido y vergonzoso. Esto de que te pongan una cámara adelante no me gusta. Me tuve que acostumbrar a la fuerza. Pero no tengo otra forma de equilibrar la balanza. Cabello es un tipo que siente desprecio hacia los demás. Nunca fue capaz de acercarse, nunca tuvo un gesto de arrepentimiento. No nos llamó nunca, nunca pidió perdón por lo que hizo. Tiene poder económico y cree que con eso resuelve todo. Contrató a un abogado con muchas influencias, (Oscar) Salvi. En las últimas elecciones a presidente yo estaba aterrorizado de que ganara Menem. Yo lo había escuchado decir en público que cuando ganara iba a designar a Salvi como ministro de Justicia. Si ganaba, el caso se terminaba ahí mismo”.
Mientras habla, Rosales toma entre sus dedos la medallita que cuelga de su cuello. Tiene tallados los rostros de Celia y Vanina. “No me la saco nunca –asegura–. Esta medallita tiene una historia especial. Yo cumplo años el 23 de septiembre. En el ‘99, en agosto, antes de que pase todo, Celia le había encargado en secreto a una vecina hacerme la medallita y le había dado un álbum de fotos para elegir una y ponerla. Después de que pasó todo, un día la vecina vino y me contó la historia de la medallita. Yo no sabía nada. Ella todavía no había elegido la foto pero ya era tarde. Le hice poner ésta”, dice, y muestra los rostros de Celia y Vanina.
Hoy empieza el esperado juicio, en el Tribunal Oral 30. Fueron citados 36 testigos. Las audiencias se extenderán hasta el 12 de noviembre. Recién después, quizá Rosales pueda encarar nuevos proyectos. Y que las lágrimas pierdan ese formato de alergia.

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“Que ese asesino sepa que Celia cumple años el mismo día que empieza el juicio”, dice Rosales.
El cartel que recuerda a Celia y a Vanina está frente a la casa de Saavedra, donde vivían los tres.
 
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