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Por Julieta Alvarez*

Desde que decidieron que eran demasiado grandes para andar juntas en el carrito, ir de compras con las nenas roza el surrealismo. Oli examina y sentencia: “Este tomate está bárbaro, ¿no, ma?” Lisa prefiere apurar, ya está en la cola, quiere alcanzar las bolsitas al chico que las pesa y pone precio, como ve que hacen los grandes. Me dicen que las deje ir, quieren elegir ellas mismas el postrecito, pero enseguida, desde alguna góndola perdida, distingo el: “¡Mami, mami, dónde estás!”, que enseguida traduzco en ya encontraron el postrecito y se aburren sueltas por ahí. En la carnicería, todavía se asombran de encontrar las cabezas de animales. Antes pensaban que no eran de verdad, que comían vaya una a saber qué cosa menos esos bichitos adorables que veían en televisión. “¿Esto es de vaca?”; “No, esto no es de vaca, ¿no, ma?”, pero sí, chicas, qué va a ser. Se alborotan, se dispersan, quieren llevar todo todo el tiempo, la más chica enfrenta los sobrecitos de jugo de mango con mirada de entendida y sentencia: “Este, llevemos éste que es de manzana”. Por algún motivo, creen que los empleados de los supermercados duermen siempre ahí adentro, que la cajera se queda con toda la plata que le doy, que es mejor tener muchos billetes de poco valor que uno solo de más valor. Están convencidas de que cada vez que terminamos de comprar, terminamos teniendo más plata. Yo las dejo, total, ya van a aprender. Todavía tienen tiempo.

* Lectora
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