PSICOLOGíA › ACTUALIDAD DEL DIALOGO QUE, ACERCA DE LA GUERRA, SOSTUVIERON FREUD Y EL TEORICO DE LA RELATIVIDAD

Sobre la pregunta que Albert Einstein no podía contestar

Las pasiones y las pulsiones de los seres humanos los propician para la guerra, según le explicaba Sigmund Freud a Einstein en una correspondencia ya célebre. Pero, observa el autor de esta nota, los efectos de la pulsión de muerte pueden diferirse y desplazarse mediante una “democracia de la alegría de lo necesario”.

Por Enrique Carpintero *

¿Por qué la guerra? Preguntó Albert Einstein en carta a Freud: “¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?” Y llega a un último interrogante: “¿Es posible controlar la evolución mental del hombre para ponerlo a salvo de la psicosis del odio y la destructividad?”
Freud estima que al principio los conflictos de intereses entre los humanos se solucionaban exclusivamente mediante la violencia; cierto camino llevó de la violencia al derecho “... a través del hecho de que la mayor fortaleza de uno podía ser compensada por la unión de los más débiles. La violencia es quebrantada por la unión y ahora el poder de estos unidos constituye el derecho, en oposición a la violencia única. Vemos que el derecho es el poder de una comunidad. Sigue siendo una violencia pronta a dirigirse contra cualquier individuo que le haga frente”.
La admisión de una comunidad de intereses entre los miembros de un grupo unidos por ligazones de sentimiento deviene en su genuina fortaleza. Sin embargo, en toda comunidad se incluyen elementos de poder desigual entre varones y mujeres, pobres y ricos y, a consecuencia de las guerras, vencedores y vencidos. Entonces –le contesta Freud a Einstein– el derecho de la comunidad “se convierte en la expresión de las desiguales relaciones de poder que imperan en su seno; las leyes son hechas por los dominadores y para ellos, y son escasos los derechos concedidos a los sometidos”. A partir de este hecho se dan conflictos como consecuencia de diferentes factores históricos cuya violencia instituye un nuevo orden de derecho. Sostiene Freud que en determinados momentos de la historia de la humanidad, “por paradójico que suene, habría que confesar que la guerra no sería un medio inapropiado para establecer la anhelada paz ya que es capaz de crear unidades mayores dentro de las cuales una poderosa violencia central vuelve imposible ulteriores guerras”. Pero esta situación no puede ser duradera ya que se vuelven a suscitar nuevos conflictos cuya resolución es violenta. Freud coincide con Einstein en que la forma de prevenir las guerras es lograr que los seres humanos acuerden que una institución sea la encargada de resolver los conflictos, pero cree que hay pocas perspectivas de que la Liga de las Naciones logre resultados satisfactorios. Lamentablemente, el tiempo confirmó sus dudas.
Al señalar la multiplicidad de factores por los que los seres humanos responden afirmativamente a la guerra, Freud destaca la condición pulsional del sujeto: el interjuego entre las pulsiones de vida (Eros), que tienden a la creatividad, y las pulsiones de muerte que llevan a la destrucción. Ambas pulsiones son indispensables, ya que en los fenómenos de la vida se da una acción conjugada y contraria entre ambas. De esta manera “la pulsión de autoconservación es sin duda de naturaleza erótica, pero justamente ella necesita disponer de la agresión si es que ha de conseguir su propósito. De igual modo, la pulsión de amor dirigida a objetos requiere un complemento de pulsión de apoderamiento si es que ha de tomar su objeto”. En toda acción humana vamos a encontrar mociones pulsionales provenientes de Eros y de destrucción. Este es el descubrimiento freudiano: que la pulsión de muerte da sentido a la pulsión de vida. El desafío es generar una cultura que utilice la fuerza de la muerte como pulsión al servicio de la vida.
¿Cómo oponerse a la guerra? Freud observa que, puesto que “la guerra es un desborde de la pulsión de destrucción, lo natural será apelar a su contrario, el Eros”. Todo cuanto establezca ligazones de sentimientos entre los sujetos ejerce un efecto contrario a la guerra: esos vínculos de amor y sentimientos comunes que producen identificaciones entre quienes viven en una comunidad. Sin embargo, estas relaciones de solidaridad son difíciles de cumplir, ya que encuentran el obstáculo de la inclinación delsujeto a la crueldad. Sobre esta crueldad originaria, el poder impone su dominación: lleva a los humanos a la guerra planteando una “justicia” o “ideales religiosos” donde esa crueldad subsiste sin sentimiento de culpa. El resultado es que “la guerra en su forma actual ya no da oportunidad ninguna para cumplir el viejo ideal heroico, y que debido al perfeccionamiento de los medios de destrucción una guerra futura significaría el exterminio de uno de los contendientes o de ambos”. Esta circunstancia se vuelve más importante en la guerra de Estados Unidos contra Irak, al utilizar armas cuya tecnología supera ampliamente a las de cualquier adversario. Los límites espaciales y temporales se diluyen aunque están presentes en todos los ámbitos de la sociedad civil, siendo ésta el principal campo de batalla.
Freud adhiere a una propuesta pacífica de resolución de los conflictos. No es un pacifismo ingenuo: “No es posible condenar toda clase de guerra por igual”. No niega la crueldad originaria del sujeto, sino que trata de encontrar formas “indirectas” para desplazar sus efectos en el desarrollo de la cultura. Agregamos que la lucha por la paz debe modificar las condiciones sociales, económicas y políticas que llevan a la guerra. Esto presupone reconocer la importancia de las luchas sociales y políticas para diferir y desplazar los efectos de la pulsión de muerte. Se debe aceptar el papel que cumplen las pasiones humanas y encontrar formas organizativas para transformar las actuales condiciones de vida: no es suficiente condenar la guerra, la violencia o la opresión sino comprender las causas que las determinan. Es decir, es necesaria una política que afirme las pasiones alegres; que dé cuenta del colectivo social y se apoye en el disenso y el pluralismo del pensamiento crítico; una política cuyo objetivo sea una “democracia de la alegría de lo necesario”, basada en la distribución equitativa de los bienes materiales y no materiales.
En nuestra época encontramos importantes movimientos sociales que enfrentan al Imperio que quiere imponer el capitalismo mundializado. Pero, también, una resignación fatalista de amplios sectores de la población. Al afirmar que “todo está mal” se termina por negarse a entender positivamente lo que está ocurriendo y por creer en un ideal utópico que se opondría a la imperfección de la realidad. En cambio, el realismo crítico de Baruj Spinoza supone una concepción afirmativa del vivir humano, que implica construir una Topía: un lugar donde evitar la muerte o afirmar la vida, en el orden que planteó Martin Luther King: “Aun si el mundo fuera a estallar, yo igual plantaría un manzano”.

* Psicoanalista. Director de la revista Topía. El presente texto forma parte del libro de próxima aparición: Una democracia de la alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud.

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