PSICOLOGíA › SOBRE LOS PROBLEMAS INTIMOS EN LAS SEGUNDAS UNIONES DE PAREJA
“Juro que el sexo con vos es mejor”
Ya se sabe que, en aquel primer matrimonio, el sexo no era tan bueno, pero a menudo sucede que, en el segundo, tampoco lo es. Este artículo examina algunos de los problemas específicos que pueden afectar la sexualidad en las segundas uniones, aun las más “progres” o “contraculturales”.
Por Irene Meler*
El logro de una sexualidad placentera es descrito con frecuencia como característico de las segundas uniones. En algún sentido, toda relación amorosa atraviesa por un período inicial apasionado, propio del enamoramiento, pero en los casos donde uno o ambos protagonistas han tenido una unión anterior ya disuelta, la pasión adquiere el carácter de una refutación de los juicios desnarcisizantes que circularon en la situación de conflicto y ruptura de la pareja anterior. Es como si se armase de modo imaginario una escena triangular, donde el o la ex cónyuge es convocado/a para que asista a la dicha que la actual pareja proporciona. Ese paraíso vindicativo lamentablemente no es eterno. Se observa que en algunos casos, al cabo de un tiempo el deseo decae y la sexualidad se arruina. Esta situación se presenta tanto en parejas tradicionales como en aquellas que se organizan a contracorriente de los arreglos convalidados por la tradición.
Vemos con frecuencia parejas donde, mientras él se casa por segunda vez, ella inicia su primera experiencia conyugal. La dominación social masculina, que todavía persiste, promueve que las relaciones de amor se funden sobre una asimetría de experiencia, recursos y poder entre los amantes. Al principio todo marcha bien, pero ella no se conforma con ser amante, sino que al cabo de un tiempo demanda ser madre. Esta demanda está tan naturalizada que él, que con frecuencia ya es padre de un par de hijos, acepta iniciar un nuevo ciclo.
En muchas parejas unidas en segundas nupcias registramos la existencia de primeras uniones precipitadas y prematuras realizadas durante la adolescencia. Las desdichas y carencias de la infancia buscan su reparación a través del amor genital, pero se trata de demandas infantiles encubiertas bajo una apariencia erótica. Y esa situación retorna en el segundo intento, cuando él descubre con sorpresa que ahora ella prefiere el placer difuso de la lactancia a la relación sexual. Los niños, convocados para unir, para consolidar el vínculo y el nuevo proyecto de familia, en realidad separan a la pareja. Se despliega el conocido abanico de explicaciones para la falta de deseo: dolores físicos, molestias posparto, cansancio, falta de sueño, pero el hecho es que la pasión voló.
Podríamos imaginar que éste es el resultado del modelo tradicional de unión amorosa y que tal vez las parejas más innovadoras en cuanto a las relaciones de género tengan mejor destino. Pero esta hipótesis no es más que una ilusión.
Veamos una pareja de las que he denominado “contracultural”. Ella es activa, capaz y trabajadora, y se desempeña con éxito en su actividad laboral. Madre de una hija habida en una unión temprana, divorciada hace años, convivió con otro hombre y fracasó. El era inmaduro e irresponsable, y harta ya de funcionar como madre o hermana mayor de su pareja, rompió el vínculo. Al tiempo conoció a un varón algo más joven que ella, agradable, atractivo, pacífico y soltero. Es bonita e inteligente, de modo que lo sedujo con facilidad y al poco tiempo él se instaló en su casa. La inserción laboral de su actual compañero, aunque especializada, es más fluctuante, menos sólida que la propia, y esta situación se relaciona de modo muy claro con las características subjetivas de ambos. Mientras que él no despliega iniciativa para conseguir trabajo, ella dedica a su ocupación todas sus energías vitales.
En este caso no tienen hijos en común, aunque teóricamente lo desean, pero dada la situación actual no saben si podrán concretar ese proyecto. El vínculo del nuevo esposo con la hija del matrimonio anterior es cordial, y todo podría funcionar satisfactoriamente, pero ocurre que, al cabo de poco tiempo, quien pierde el deseo es él.
Aunque nos encontramos ante lo que parece en muchos aspectos la inversión de un arreglo tradicional, ciertos aspectos de las regulaciones de género permanecen estables. Cuando el hombre deja de desear a su compañera, no renuncia ni se retrae de la sexualidad sino que busca otras relaciones amorosas donde puede disfrutar de la pasión, con el consiguiente conflicto doméstico.
En este caso, podemos conjeturar que él ha elegido una madre como pareja, una madre que no es la suya, pero que al poco andar se le parece tanto que su vínculo cae bajo la interdicción del incesto. En el caso de las uniones donde el dominio está del lado femenino, otra ansiedad del varón se refiere al temor a la pérdida de la masculinidad, no sólo por cuestiones edípicas sino debido a la tentación regresiva que implica la dependencia económica.
En términos generales, sabemos que las improntas de los conflictos tempranos complican e interfieren las relaciones amorosas adultas, y que en muchos casos estas dificultades promueven primeras uniones reactivas, destinadas a la disolución. Cuando se cree haber logrado superar las fijaciones infantiles en una segunda pareja, reaparecen, en ocasiones de modo imprevisto. La genitalidad heterosexual adulta se ve obstaculizada por el apego amoroso a los objetos primarios.
Algunas mujeres reencuentran a su madre añorada y perdida a través de ser a su vez madres, y su deseo hacia el varón se desvanece, al menos de manera temporaria.
Los varones recaen en la doble elección de objeto de amor y lo hacen tanto desde una posición de dominio como en aquellos casos en que, invertidas las relaciones de poder tradicionales, han formado una pareja contracultural.
En otra ocasión describí la forma en que, en ciertos casos de doble elección amorosa, la amante solía caracterizarse por algún rasgo que remitiera a la subordinación social, como es frecuente en las relaciones entre jefes y secretarias. En esas situaciones, la mujer valorizada socialmente resulta inaccesible en tanto, por un lado, remite a la madre y, por el otro, cuestiona el dominio masculino. Se instala el tabú y la impotencia aparece como síntoma. Es en relación con otra, deseada pero sin amor, y algo desvalorizada, donde la potencia se recupera plenamente. Esta es una situación ya conocida, a cuyo análisis incorporé la dimensión de las relaciones de poder entre los géneros. Pero me resultó sorprendente comprobar que, cuando la situación se ha invertido en cuanto a las relaciones de poder en la pareja, la maternalización de la compañera insiste y crea dificultades en el vínculo. Es posible que, en el segundo caso que describí, sobre la imagen eficiente, poderosa y también atractiva de la mujer se superpongan ambas imagos parentales, ya que ella se desempeña en algunos aspectos más bien como un padre, no sólo en lo que hace a la provisión económica, sino en lo que se refiere a aportar orientación, reflexiones y juicios que guían el crecimiento personal de su pareja. Por lo tanto, en estos casos, a pesar de que la relación es heterosexual, circulan ansiedades desidentificatorias que generan temores a la homosexualidad.
El aspecto invariante es entonces la doble elección de objeto amoroso por parte del varón, pero la diferencia que parece asociarse con las relaciones de género, y que depende de si éstas son tradicionales o contraculturales, pasa por quién es el que manifiesta el desinterés sexual: la mujer en los arreglos tradicionales, y el varón cuando la jerarquía está invertida. Mientras que ellas obtienen una autorización simbólica para entregarse a placeres pregenitales sacralizados por la maternidad, ellos parecen condenados a huir de situaciones que evoquen el peligroso reengolfamiento en la madre temprana. La posición de dependencia en un hombre es repudiada en la mayor parte de los casos, aunque secretamente es añorada por todos. Cuando se instala en el vínculo revirtiendo la posición tradicional de los géneros, el disfrute en la regresión cobra el precio de la pérdida de interés sexual masculino. Retornamos así a un obstáculo ya conocido: la íntima asociación que existe entre la potencia sexual y la dominación social de los varones.
Las mujeres que se entregan a su pasión maternal satisfacen sus deseos regresivos por interpósita persona, es decir, a través de la identificación con el bebé. En su quehacer despliegan un elevado monto de agencia, y eso les permite sentirse a la vez indispensables y poderosas, aunque paguen ese poder con su dependencia social y económica con respecto del marido.
Para aportar alguna visión esperanzada luego de este panorama conflictivo, agregaré que he podido observar una pareja que, más que una inversión del estereotipo, presentaba un proceso de desgenerización, o sea, donde la estereotipia de género aparecía cuestionada y existía el ensayo de un modelo alternativo para el vínculo amoroso. Allí el deseo entre ambos era una fuente renovada de placer y alegría compartida, pero como se trataba de un vínculo reciente y no existen hijos en común, habrá que esperar el paso del tiempo para ver su evolución.
* Directora del Programa de Actualización en Psicoanálisis y Género (APBA). Coordinadora docente del Programa de Estudios de Género y Subjetividad (UCES).