PSICOLOGíA › A PROPOSITO DE UN RECIENTE CASO DE CANIBALISMO EN ALEMANIA
Antropomórfico “morfi” del antropófago
Por Mario Pujó*
Un caso de antropofagia conmociona a Alemania. A principios de este mes, Armin Meiwes, técnico en computación de 42 años, describió cómo había matado, descuartizado y comido los restos de Bernard Brandes, un ingeniero de 43 años, luego de reclutarlo mediante un aviso en Internet que pedía “hombres jóvenes y robustos para ser devorados”. Lo más notable es que recibió 430 respuestas. Un video despeja toda duda sobre la aquiescencia del ingeniero, quien se prestó voluntariamente a su propia consumición.
Las vicisitudes de la gramática pulsional en el orden de devorar, devorarse, ser devorado, se despliegan habitualmente en el terreno del juego y la fantasía, de lo cual la clínica psicoanalítica de niños da testimonio. Pero su escenificación real, como pasaje al acto que materializa un goce perverso, es inhabitual en nuestra cultura. Menos frecuente es que 430 voluntarios se dispongan a entregarse en calidad de manjar.
La lengua designa con la palabra “antropofagia” la práctica de comer a un ser humano, pero carece de un término semejante para designar la oscura vocación de ser comido. Nuestro lunfardo podría nombrarla como una aspiración de “antropomorfismo”, en el sentido de una inclinación a ofrecerse como objeto a ser morfado, a entregarse como “antropomorfi” –humano comestible, objeto causa de deseo– para luego devenir “antropomorfado”: desecho y resto de un goce efectivizado.
Un tono mucho más grave recae sobre el carácter inquietante que adopta el devenir de nuestra civilización, habida cuenta de que, para Sigmund Freud, el acontecimiento mismo de la cultura se erige sobre tres interdicciones: las del canibalismo, del asesinato y del incesto.
En el contexto creciente de un mercado globalizado, la perversión pasa a ser asumida apenas como una cuestión de “gusto”, una preferencia de consumidor, y la cada vez más desarrollada tecnología de la comunicación se ofrece a darle respuesta cuasi inmediata. Las diversas modalidades de goce constituyen así variantes específicas de demanda que reclaman su oferta, un “nicho de mercado”, y cada ser (niño, niña, mujer, hombre, animal o cosa) puede cotizar su valor de mercancía en el imperio mundial de la pulsión. El fantasma confronta la posibilidad de su realización efectiva, cada víctima voluntaria logra tropezar gozosamente con su victimario y la denominada sociedad de consumo alcanza su paradójica culminación cuando el consumidor es consumido por su propia consumición.
Si el goce deviene ley, la Ley que regula las vías simbólicas culturalmente apropiadas al circuito pulsional tiende a sucumbir, y la estructura de la legalidad que sostiene al sujeto en el texto de su comunidad resulta trastrocada, al punto de desestabilizar las protoprohibiciones que soportan el orden social.
Es que el agrupamiento colectivo de consumidores que procuran su satisfacción no alcanza a constituir una trama comunitaria. Así, el logro de ese ideal de inmediatez que anima el sistema universal de producción de bienes corre el riesgo de hacer colapsar la temporalidad siempre inadecuada del deseo, la misma que sustentó las más grandes realizaciones humanas. Cuando la ley del goce desplaza a la ley del deseo, la humanidad se “antropomorfiza”, al tiempo que se presiente amenazada.
*Director de la revista Psicoanálisis y el Hospital.