PSICOLOGíA › A PROPOSITO DE LO SUCEDIDO EN CARMEN DE PATAGONES
“Veo ratas que se enfrentan entre sí”
Examen del suceso de Carmen de Patagones, en el trasluz de una experiencia sobre “detección precoz de riesgo psicológico y social” en escuelas.
Por Esther Romano*
En relación con los sucesos del 28 de septiembre en la escuela Malvinas Argentinas de Carmen de Patagones, es oportuno plantear la importancia de la detección precoz. En la medida en que las situaciones patológicas no son detectadas precozmente, pueden presentarse hechos irreversibles. Suele suceder que un chico, en situación de vulnerabilidad psíquica importante, dé avisos. Puede haber en un chico, por ejemplo, anuncios de autoagresión, referencias al suicidio, particular expresión de vivencias de vacío y descreimiento del mundo adulto –eventualmente más allá de lo previsible en un adolescente–, y esto puede darse en un contexto grupal donde no suscite alarma. Porque, en contrapartida, hay colegios donde es más común que, ante situaciones de este tipo, los compañeros mismos presenten el problema o la maestra se ocupe. El colegio puede llamar a la familia del chico, reaccionar de algún modo. En el caso del colegio donde sucedieron los hechos de Patagones, no es imposible que el chico haya producido indicios que permanecieron silenciados. En todo caso, ese colegio carecía de gabinete psicopedagógico.
Puede ser oportuno consignar la experiencia de una investigación patrocinada por el Instituto de Minoridad del Colegio de Abogados de San Isidro, en cuyo curso hemos efectuado mapeos en distintas escuelas de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano: entrevistamos a los chicos, aplicamos una encuesta de redes sociales y una técnica de psicodiagnóstico específica denominada MEP.
La instrumentación de la encuesta de redes sociales procuró evaluar factores de riesgo –por ejemplo, violencia familiar– y recursos de red disponibles. Se detectaron índices significativos de castigos corporales y abuso sexual familiar; adhesividad a la escuela como sustitutivo de carencias familiares –esos chicos que llegan muy temprano a la escuela o que, a la salida, no se quieren ir, o no los van a buscar–, escaso aprovechamiento del tiempo libre; escasa confianza de los adolescentes en la red familiar y en las instituciones y particularmente en el Poder Judicial con respuestas en algunos casos de franco desafío. En cada colegio, los datos fueron cotejados con las estimaciones de las autoridades escolares y de los gabinetes psicopedagógicos; fue posible trazar estrategias de intervención y orientación para los chicos y para las familias.
Este mapeo permite estudiar al chico en su contexto; discernir, en lo posible qué chicos están en riesgo psicológico; qué indicadores de patología se registran y qué respuestas puede ofrecer el ambiente; evaluar qué recursos hay desde la escuela, desde la red familiar, desde la comunidad, todo lo cual, desde luego, hace variar el pronóstico.
Por ejemplo en situaciones de violencia familiar, se indaga a quién o quiénes es posible recurrir: si hay instituciones creíbles en la comunidad; organizaciones no gubernamentales, iglesias, en fin, los que podríamos llamar recursos de red benignos (también, llegado el caso, en situaciones de violencia familiar o abandono, se pueden plantear acciones cautelares).
Recuerdo el caso de un pibe muy solitario en la escuela y desatendido por su familia: fue posible vincularlo con la familia de otro chico, que en cierta medida funcionó como grupo familiar protector, a través de salidas recreativas o deportivas. Se trata de ampliar las redes sociales que puedan cumplir la función de contener emocionalmente. También, si no los hay, se establecen vínculos con los centros comunitarios de salud mental, mediando el gabinete psicopedagógico.
Por nuestra parte, cuando efectuamos estos mapeos de riesgo psicológico y social, cumplimos en sugerir líneas de acción; en ningún caso efectuamos tratamientos psicológicos.
El test MEP presenta al sujeto una serie de figuras geométricas muy simples: la mayoría de los sujetos dan respuestas llamadas “populares”, pero pueden captarse respuestas indicativas de perturbación psíquica neurótica, psicótica o de orden antisocial. En un estudio sobre 170 escolares de 10 a 15 años pertenecientes a distintos estratos sociales, en la ciudad de Buenos Aires y su conurbano, se detectaron 20 cuadros de ansiedad y 29 de afectos depresivos grado entre leve y medio; 37 con conflictiva neurótica; 5 con rasgos psicóticos; 7 con bloqueos emocionales severos, y, en cuatro casos, reacciones francamente antisociales.
Por el compromiso emocional ante la respuesta a las láminas y la calidad de los mecanismos proyectivos, en algunos casos se obtuvieron hipótesis firmes hacia la detección de violencia familiar –maltrato físico, abuso sexual)–, constatada en las entrevistas posteriores.
Así, ante la visión de una serie de triángulos equiláteros una niña contestó: “Vidrios rotos por un tiro de revólver”: resultó que el padre abusaba sexualmente de ella, y guardaba bajo la almohada un revólver con el que la amenazaba. Ante la visualización de un simple hexágono, una joven dio como respuesta: “El ataúd de un bebé”: el rastreo a posteriori permitió detectar un embarazo adolescente proveniente de incesto paterno.
Un joven, ante aquella misma serie de triángulos equiláteros, contestó: “Ratas que se enfrentan entre sí para comer el mismo queso”: en este caso se trataba de la expresión de una situación familiar de hacinamiento y promiscuidad.
Horrendo
En los últimos años se observa una mayor involucración de menores de edad en la consecución de delitos: crecen las tasas de homicidio, suicidios, ataques contra las propiedades y personas. No sólo se observa una paulatina disminución de la edad de los chicos sino que, al mismo tiempo, se constata el hecho particularmente horrendo de que los ataques se dirigen hacia otros de la misma o menor edad.
Para quienes trabajamos en la temática de las formas de victimización y violencia infantojuvenil, el ámbito escolar es el privilegiado para alertar hacia la presencia de círculos viciosos de conductas disvaliosas que, por su carácter antisocial, interesa detectar precozmente. Se sabe que factores de privación nutricia y emocional, así como la falta de contención medioambiental y la presencia de estímulos intrusivos violentos provenientes del medio familiar o del contexto sociocultural, afectan de modo sustancial el desarrollo vital del niño y del joven. Entendemos que dichos efectos pueden ser detectados en las diversas etapas del proceso deletéreo de la personalidad, lo cual permitiría construir un mapa de riesgo, de importancia en la prevención de las diversas formas de violencia infantojuvenil.
Nuestro trabajo en escuelas fue auspiciado por la Comisión de Cooperación Internacional con la Unesco del Ministerio de Educación. Si bien la experiencia fue positiva en sus resultados, solamente alcanzó repercusión académica: la recomendación de su extensión a otros sectores escolares y geográficos fue infructuosa en su momento ante las respectivas autoridades ministeriales educativas y de Acción Social.
* Especialista en psiquiatría y medicina legal. Psicoanalista didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).