PSICOLOGíA › PENSAMIENTOS DE PICHON-RIVIERE
“Ahora podemos empezar”
Por Fernando A. Fabris *
Para Enrique Pichon-Rivière, el paciente no es un sujeto aislado. Su conducta y sus síntomas son expresión de sí mismo, a la vez que del grupo y la sociedad a la que pertenece. Su enfermedad es un emergente grupal y él el portavoz. Esta concepción del proceso de enfermar incidió en la técnica de la psicoterapia de grupo, en la cual es importante la interpretación del común denominador de roles, a partir de los procesos en que éstos se juegan o se asumen. El grupo permitía, además, hacer diagnósticos de los sujetos a partir del análisis de la dimensión interaccional. Pichon-Rivière realizaba diagnósticos de los individuos a través del grupo.
Pichon-Rivière rechazaba pensar que había pacientes con los que se utilizaba la “técnica normal” (ortodoxa) y otros con los que era más adecuado usar técnicas planificadas o recursos más flexibles. En una dirección similar se oponía a contraponer el encuadre clínico al del “grupo operativo”, considerando que toda psicoterapia implicaba una modalidad operativa
Creemos que a Pichon-Rivière lo caracteriza una significativa captación y respeto a la concretud del existente, así como una excepcional capacidad de inmersión en la “zona de emergencia de la locura”: el punto de urgencia. Se trata de la disposición a sumergirse en la profundidad crítica de la significación inconsciente que necesita ser esclarecida e incluso, a veces, sólo compartida (asunción del rol adjudicado). Punto de urgencia es zona de riesgo y necesidad de compromiso máximo. Pero también, momento de máxima vecindad de lo explícito y lo implícito y, por ello, de posibilidad de comunicación efectiva, encuentro personal y máximo esclarecimiento con el mínimo de violencia simbólica posible.
En la construcción de la intervención, Pichon-Rivière partía tanto de lo más obvio y evidente como de lo más desconcertante y paradójico. Le daba importancia al meterse con el otro en su “delirio” para salir juntos, y decía que, muchas veces, “lo más superficial es lo más profundo”.
Le otorgaba una importancia fundamental al existente en su manifestación concreta, ya que aceptaba, en el inicio de cada sesión, la estrategia de comprensión desplegada por el paciente. Sólo un tiempo después formulaba una interpretación u otro tipo de intervención.
Además, formulaba sus intervenciones como hipótesis y no como certezas. Utilizaba el tono de sugerencia, y hacía preguntas. Evaluaba las intervenciones a partir del efecto que éstas tenían en el paciente y su nuevo emergente, y daba importancia a todas las dimensiones temporales: pasado-presente-futuro, así como a todas las áreas de expresión fenoménica: mental-corporal-conductual.
Pichon-Rivière leía e intervenía combinando el sentido vertical –del sujeto– y el horizontal –correspondiente al grupo familiar y su contexto social–. Y, según recuerda Angel Fiasché, “Cuando hablaba no lo hacía con libros, sino como cualquier ser humano que dialoga con otro, y buscaba la forma, el lugar de más fácil acceso”.
Una vez, cuando estaba por empezar una conferencia, se demoró; parecía que se distraía con cualquier cosa. El público se desconcertó, la gente se ponía nerviosa, empezaba a toser. Entonces, Pichon-Rivière dijo: “Ahora que está repartida la ansiedad, podemos empezar”.
* Extractado de Pichon-Rivière, un viajero de mil mundos. Génesis e irrupción de un pensamiento nuevo (editorial Polemos), de próxima aparición.