Jueves, 14 de agosto de 2014 | Hoy
Por Walter Benjamin
El que pregunta por el futuro a las adivinas revela, sin saberlo, un conocimiento íntimo de lo venidero mil veces más preciso que todo lo que oirá de ellas. Pues la esencia del futuro es la presencia de ánimo; percibir con exactitud lo que ocurre en este momento es más decisivo que prever lo más lejano. Los presagios, las corazonadas y las señales atraviesan día y noche nuestro organismo como golpes de ondas. Interpretarlos o servirse de ellos, ésa es la cuestión, y lo uno es incompatible con lo otro. La cobardía y la pereza sugieren lo uno; la sobriedad y la libertad, lo otro. Pues antes de que una profecía o advertencia se vuelva palabra o imagen, se ha extinguido ya su mejor fuerza, con la que nos pega de lleno y nos obliga, apenas si sabemos cómo, a actuar de acuerdo con ella. Si dejamos de hacerlo, entonces se descifra, la leemos, pero ahora es demasiado tarde. La memoria le muestra a cada quien una letra en el libro de la vida, que ya glosa el texto de manera invisible, al modo de una profecía. El día yace cada mañana como una camisa limpia sobre nuestra cama; este tejido inconmensurablemente delicado y denso de pulcra predicción nos sienta como a medida. La fortuna de las próximas veinticuatro horas depende de que sepamos recogerlo al despertar.
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