Jueves, 11 de mayo de 2006 | Hoy
Por F. B.
“El macho y la hembra no pueden procrear si no se produce entre ellos el acto de la copulación; este acto es la singularización”, escribió el filósofo y médico Avicena, en el siglo XI. Lo singular se singulariza con algo que no está identificado sino por la distinción del par. Esta distinción se obtiene por semejanza con la unidad. Es menester que haya dos, primero, y que se plantee el uno, para que se produzca la singularidad. La primera singularidad tiene lugar a partir de tres.
Cito a Avicena: “El primer singular es el tres, ya que el uno no es singular”. Uno no es singular; el uno confiere a los dos la posibilidad de producir la singularidad. Entonces, la singularidad viene en cuarto lugar. Toda estructura de producción y de creación proviene de la estructura ternaria: dos más uno; y todo lo producido y creado sólo puede advenir como singularidad emanando de tres.
El “acto de la copulación” está pensado como cuarto, y es producto, no de la unión, sino de la separación. Entonces, este acto cuarto tiene por efecto separar, dejando a todos ahuecados; el acto sexual no une, sino que separa.
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