Miércoles, 24 de diciembre de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Sergio Wischñevsky *
Luego de 32 años en la docencia, Raquel Papalardo, rectora del colegio Mariano Acosta, saltó a la fama porque intervino en el festejo de fin de curso de sus alumnos de quinto año, tomó una manguera y los mojó. Luego, entre risas, los chicos la abrazaron. Ahora que pasaron unos días del sorprendente barullo mediático que se armó en torno de este carnavalesco juego de fin de año, tenemos una buena oportunidad para hacer algunas reflexiones.
¿Qué cosas se han dicho? Que la profesora se desubicó, que desdibujó su autoridad, que no supo poner límites. Y sobre esta base, las críticas se elevaron y llegaron a lo que ya se ha constituido en un lugar común: que la educación en Argentina es un desastre, que se han perdido los valores, y que las escuelas públicas son el epicentro de todos los males. Pero las cosas no quedaron ahí. El ministro de Educación de la Ciudad, Mariano Narodowski, amenazó primero con el despido de la docente y luego se le inicio un sumario.
Si nos detenemos a analizar con más detalle todo lo que ocurrió con este inocuo juego, veremos que surgen cuestiones que nos pueden ayudar a pensar en los discursos que sobrevuelan en torno de la realidad de nuestra tan mentada educación.
En primer lugar, el abordaje mediático. Los medios siempre necesitan convertir los hechos sociales en espectaculares para difundirlos. La sociedad necesita que sean espectaculares para interesarse. Pero obviamente, la mayoría de las cosas que pasan, no son espectaculares y por ello se tornan invisibles. Lo primero que uno esta tentado a decir es que lo que suele pasar en la educación, lo que realmente pasa día a día, no sale reflejado en los medios.
El hecho en sí es trivial. Es más, después de haber visto este año tantas escenas de violencia en las escuelas, este juego carnavalesco fue literalmente refrescante. Pero hizo quedar una vez más a la intemperie una de las más obvias falencias que padece la educación en Argentina. Es decir, discutimos sobre lo anecdótico. ¿Cuándo vamos a pensar en serio en nuestro sistema educativo? Tomemos por un momento las demandas de los que siempre creen que la mano dura es la panacea con la que se podrán solucionar todos los problemas.
La demanda por los límites y la autoridad. Creo que nadie está en contra de la idea de que estos dos conceptos son de enorme importancia en las escuelas. La cuestión es cómo los entendemos, cómo creemos que se pueden lograr y cómo tal vez el camino para generarlos no sea el ceño fruncido y el dedo acusador, sino el ejemplo de rectoras como Papalardo. Empecemos por la Autoridad. Si nos remontamos a la etimología de la palabra, descubriremos que viene de la palabra latina “auctor”, que viene del verbo “augere”, que significa hacer aumentar, hacer crecer. Es muy común confundirla con autoritarismo. Pero es todo lo contrario, su sentido más preciso es hasta poético. Autoridad esta emparentada con la palabra autor y por lo tanto nos debe remontar a la imaginación y la creatividad y no solo a los presuntos valores que se deben imponer.
Lo mismo ocurre con la idea de límite. Tiene dos sentidos: el negativo, algo que limita, que impide. Pero el sentido positivo se percibe con una imagen. Algo que no tiene límites, no tiene forma, no es identificable, pensable. Si la escuela se postula como un lugar de formación, es indispensable que los chicos reciban límites de los adultos. Incluso desaparece la posibilidad de transgredir, lo cual es casi como un abandono. El límite en este caso parte desde el afecto y de la voluntad de ejercer la autoridad que rescata el viejo significado etimológico: “Para ayudarlos a crecer”. Muchos de los que se quejaban del juego de Papalardo con sus alumnos, desconocen que el Carnaval es una vieja práctica social, que aparece como descontrolada, pero que en realidad cumplió siempre un rol muy preciso en la regulación de las costumbres. Como en la canción “Fiesta”, de Serrat, luego de poner el mundo patas para arriba, luego de divertirse y hacer catarsis, todo vuelve a la normalidad. No seamos hipócritas, en la mayoría de los colegios, privados y públicos, los chicos de quinto año hacen su catarsis de fin de año y los adultos no se animan ni a acercarse. Pero esta rectora estaba allí, jugando con ellos, las risas del final lo demuestran y lo vuelven a confirmar los chicos, los padres, los profesores y los ex alumnos que le brindaron un muy fuerte apoyo. Ese cariño es lo que le da a ella la autoridad de poner los límites cuando hacen falta, es lo que abre las mentes de los chicos cuando se trata de enseñarles.
El acto de enseñar se apoya ante todo en un vínculo. Límites, autoridad y un poco de carnaval, tal vez no sea una mala receta. Lo mismo que haríamos con nuestros hijos.
* Profesor de Historia.
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