Miércoles, 24 de diciembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Daniel Miguez
“Si tuviera un poco de dignidad debería renunciar.” “Es una estafa a la voluntad popular.” “Es inescrupuloso.” “El pase de un sujeto que fue elegido para representar un proyecto es simultáneamente un acto de corrupción, de fraude electoral.” Dijeron quienes lo acusaron.
“Tener ideales, principios y convicciones y ejercer mis libertades parece ser un crimen.” “Mi palabra y mis decisiones son y serán incorruptibles .” “Mi compromiso no es con quienes no toleran la libertad de criterios, mi compromiso es con la gente.”Dijo el acusado en su defensa.
Las del primer párrafo se parecen a las frases recientes de Néstor Kirchner cuestionando al vicepresidente Julio Cobos. Y las del segundo se asemejan a los argumentos que dio Cobos para justificar su salto a la oposición.
Pero no. Las del primer párrafo son frases que dijeron en noviembre de 2005 los macristas Horacio Rodríguez Larreta y Federico Pinedo cuando Eduardo Lorenzo “Borocotó” pasó de la oposición al oficialismo. Y las del segundo párrafo son las argumentaciones que dio el propio Borocotó en ese momento.
Es que las actitudes de Cobos y Borocotó fueron calcadas. Los dos, poco tiempo después de ser electos, uno como vicepresidente y el otro como diputado, se pasaron al bando contrario.
También los dos sellaron su traspaso con un voto en el recinto. Cobos, en el Senado contra las retenciones móviles, y Borocotó, en la Legislatura porteña a favor de la destitución de Aníbal Ibarra, aunque finalmente terminó votando la posición del PRO.
Son tantos los paralelismos que una ingeniosa versión que habían hecho los macristas del tema de León Gieco “Ojo con los Orozco”, cambiando a Orozco por Borocotó, podría ser tomada por el kirchnerismo, trocando a Orozco y Borocotó por Cobos, total lo que sobran son “o”. Algunos párrafos decían: “Formó complot. Propongo coscorrón, por forro. Ponzoñoso, botón, bochornoso como pocos, portó como l’orto, mostró otro rostro, optó por otro, sopló voto, no sonrojó”.
Lo verdaderamente grave es la indecencia de no haber renunciado a sus cargos antes del traspaso político y quizás en este caso sea peor la decisión de Cobos por la implicancia institucional al tratarse de la segunda autoridad del Gobierno.
Pero si por un momento se pasa por alto la decisión de seguir aferrados a sus cargos pese a todo, a los dos se los puede acusar de traidores, de no respetar la voluntad popular y de otras bajezas por el estilo, tanto como se los puede justificar porque hicieron valer sus convicciones personales, aunque sea pisoteando del proyecto para el que fueron votados.
Lo que no es admisible, con una módica cuota de honestidad intelectual, es cuestionar a uno y elogiar al otro.
Si a los jueces se les permite interpretar de manera contrapuesta un único código, si a los políticos se les admite que a veces con el mismo argumento e idéntico entusiasmo defiendan posturas antagónicas, no significa que esas prerrogativas sociales estén bien otorgadas. Y, a 25 años de haber empezado el ejercicio democrático, también vale para el periodismo, por supuesto.
Si demonizamos a Borocotó, como mayoritariamente lo hicimos, no deberíamos ahora santificar a Cobos. O, al revés: si elogiamos a Cobos vayamos juntando dinero para el monumento a Borocotó.
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