SOCIEDAD › NORMAN THOMAS DI GIOVANNI, TRADUCTOR
“A Borges no le interesaba la vida de todos los días”
Hace más de 30 años llegó a Buenos Aires para trabajar con su admirado escritor en versiones en inglés de su obra. Norteamericano, ciudadano británico, porteño honorario, Di Giovanni acaba de publicar una memoria de su trabajo con Borges que levantó polvareda en las capillas literarias. Un reportaje sobre la decadencia argentina, la superioridad de la literatura de este país y la vocación invencible por el chisme.
Por Andrew Graham-Yooll
–¿Cuál es la grandeza de Jorge Luis Borges que proyecta su obra por todo el mundo?
–Su visión estrechamente literaria.
–¿Eso lo hace grande?
–Esa es su grandeza. Tolstoi tenía otra grandeza, que era su humanidad. No creo que se encuentre demasiada humanidad en Borges, que era la imaginación en estado puro. Borges trata sólo acerca de sí y su propia visión del mundo, que es un mundo de libros, un mundo de miopía, de bibliotecas, un mundo de oscuros tomos. Hizo algo increíble de todo eso, algo que es lo que ha cautivado la imaginación de sus lectores en todo el mundo.
–¿Qué logra en la imaginación de la gente?
–En mi opinión los lectores se hartaron de leer el realismo psicológico. Casi toda escritura normal se centra en escenas de todos los días. A Borges no le interesaba la vida de todos los días para nada. El secreto de Borges era su brevedad. Decía que no escribió una novela por haragán, lo que era ridículo. No era haragán, lo que le sucedía era que no podía crear personajes que pudieran sostener su interés durante toda una novela. Se hubiera mofado de sus propias creaciones, terminaría ridiculizándolos. La prueba de esto está en los libros que escribió conAdolfo Bioy Casares, por ejemplo la creación del personaje de Bustos Domecq que usaron en varios libros. Está claro que ahí se ve la mano de Bioy Casares. Son libros con un enfoque social, que mira a tipos porteños. Bioy me dijo esto sobre su trabajo con Borges, y yo lo veía cuando trabajábamos en una traducción. Al rato perdía interés en sus personajes y se reía de ellos. A partir de ahí llevaba las cosas a extremos del absurdo que hacían difícil seguirle el hilo y concentrar en el trabajo. A Borges no le interesaba la sociedad. No existía para él. Tenía una visión personal del mundo. Una vez, en la Biblioteca Nacional, su secretaria entró acongojada y anunció, “Borges, ha sucedido algo horrible. El cadete, que vivía en la villa, un hombre tan bueno, modesto, murió anoche. Trabajaba tan fuerte, se había comprado un televisor y un refrigerador, había luchado tanto para estar bien, y ahora murió.” Cuando la mujer finalmente se retiró, Borges me dijo, “Ves, Di Giovanni, ves. Qué triste que murió. ¿Por qué tenía que perder el tiempo comprando esas cosas? No las iba a necesitar. Se hubiera ido a casa a la noche y podía leer su Shakespeare o su Dante y ser feliz así”. Esa era su visión de la vida, no tenía nada que ver con la realidad.
–Si eso explica su grandeza, ¿cuál era su pequeñez, su mezquindad?
–Lamento que no tuviera una visión más liberal, se enorgullecía de su conservadurismo. Su obra, su arte, lo que contribuyó, lo que lo hizo atractivo para todos, era un arte absolutamente revolucionario. Su mirada era conservadora. Lamento que un hombre de su nivel literario haya concurrido a una reunión con el general Jorge Rafael Videla y que saliera diciendo que el país estaba en manos de caballeros. Fue lamentable que Borges comprendiera tan poco del mundo como para ir a Chile a aceptar una condecoración del general Augusto Pinochet. A su regreso me dijo, “y bueno, yo no sabía, yo pensaba que era una presentación del pueblo chileno”. Jamás hubiera ido a la Unión Soviética a recibir el Premio Lenin, que se presentaba en nombre del pueblo soviético.
–Si bien ése era un comportamiento poco aconsejable, su refugio era la ceguera.
–La ceguera era sólo eso, no podía ser una excusa para sus explicaciones.
–Pero usted me dijo en otra ocasión que buscaba asesorarse, por Bioy Casares y otros amigos.
–Bioy Casares fue un liberal comparado con Borges. Su madre tenía tal control sobre Borges que era increíble. Borges hacía como que no entendía nada en el mundo. No leía los diarios. Bueno, en fin, no importa que no los leyera, pero si uno no lee que no opine acerca de los hechos del mundo. Hubo un momento a comienzos de los setenta en el que Pablo Neruda (1904-73), que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971, pasó por Buenos Aires. Se hospedó en el Plaza Hotel, que estaba a un paso del departamento de Borges en Maipú. Neruda le envió un telegrama a Borges proponiendo encontrarse. Pero Borges se negó a verlo.
–Pero eso lo pinta con posición política propia.
–Si eso es político también es repudiable. Cuando lo conocí a Borges, estaba en Harvard y le dio una entrevista al periódico de los universitarios, el Harvard Advocate. Borges ponderaba la presencia de Estados Unidos en Vietnam. Después le pregunté por qué había ponderado la guerra. Me dijo que no sabía nada de la guerra. Le dije que la mayoría de sus colegas escritores estadounidenses marchaban con frecuencia a Washington en manifestaciones contra la guerra. Borges dijo que le parecía que hubiera caído bien. El pensamiento de Borges llegaba a Walt Whitman y Edgar Allan Poe, pero de Lyndon Johnson no entendía nada. Por suerte el cronista omitió las referencias a la guerra en Vietnam.
–¿Le molesta o se siente resentido por el hecho de que usted y sus traducciones de Borges han sido marginados? –Molestar es palabra equivocada en este caso. Lamento que la obra del mismo Borges haya sido descartada. Yo no he sido marginado. En este momento yo estoy inmerso en la literatura argentina más que nunca, por lo que no estoy marginado. Acabo de completar una traducción al inglés de El Matadero de Esteban Echeverría. La influencia de esa novela corta en la literatura latinoamericana es sorprendente. Estoy embarcado seriamente en la traducción de autores del siglo diecinueve. Tengo otros proyectos y otros autores traducidos, entre ellos dos antologías con gente más joven, que incluye a Juan Forn, Rodrigo Fresán y Alejandro Manara, entre otros. El criterio en ese caso era llevar al inglés a escritores que no habían sido traducidos antes. Mis traducciones de Borges y de otros existen y se van a reimprimir en algún momento aunque tenga que pagar yo la edición. He buscado asesoramiento legal y si los herederos de Borges quieren colaborar, bien, si no mi compromiso por contrato con ellos es pagarles el 50 por ciento de la venta y listo.
–Hace algunos meses usted escribió una nota sobre la nueva traducción al inglés de Borges y la hizo trizas por los errores.
–La premisa que se les impuso a los editores de la nueva edición era que debían hallar un traductor que no fuera yo. Pero eligieron a alguien que no sabe nada del Río de la Plata, nada de la Argentina, ni de la obra de Borges. Es un norteamericano en la Universidad de Puerto Rico, casado con una portorriqueña. Estoy seguro de que es una persona encantadora, pero ha sido mal usado. Emir Rodríguez Monegal, el crítico uruguayo, editó una antología de Borges. Luego él, o alguien, contrataron a este mismo académico para que tradujera algunas piezas breves de ese libro al inglés. Eso fue en 1992. ¿Por qué hizo eso Rodríguez Monegal? No sé. Por ejemplo, una mención al argentino Boedo fue traducida como “Boethius”, el filósofo de la Roma cristiana. Esto es una muestra de lo que sabía de la cultura. Pero olvidemos al traductor. Por cierto, muestra cuánto le importaba Borges a Rodríguez Monegal, un conocido crítico y ensayista uruguayo. Y hay muchas más. Se les puede perdonar a los editores estadounidenses, que son ignorantes monolingües. No se le puede pedir a un editor estadounidense que sepa cómo elegir traductor. Creen que el castellano es igual en todo el mundo. No se puede conocer todas las variantes, pero deberían saber cuando no saben, y aprender.
–Hubo críticas a sus memorias de Borges, en las que se las llamó un acto de venganza.
–No sé de qué me está hablando. Hay gente que leyó el libro y halló en él la personalidad de Borges y la calidad de la amistad, que surgían de las páginas. Buenos Aires está lleno de chismes pueblerinos en torno de Borges. Desafío a cualquiera a que me corrija un hecho, una fecha, un pedazo de información acerca de mi labor con Borges. Lo que he oído cuestionado surge de la mentira. Yo trabajé con Borges hasta su fin. Trabajamos juntos en sus libros hasta doce o trece años después de que dejé Buenos Aires en 1972.
–¿No puede ser que sus críticos sienten que usted se coloca en la primera persona de la historia?
–No sé. Si escribía un libro que no incluyera todo lo que hice con Borges sería absurdo. Estuve con él todos los días y viví su proceso creativo como no lo vio nadie. Escribí un libro diferente ¿por qué iba a escribir otro de los tantos libros que podía escribir cualquiera? Yo escribí mi libro. Claro que entró lo personal como lo veía yo. De eso se trataba.
–Pero la queja, creo, radica en que el libro hace de usted la estrella, en vez de dejarle el estrellato al maestro.
–¡Qué perspicaz! Mire, yo sólo quise contar una historia de mi relación con Borges y de cómo trabajamos, que tiene algo de único en el siglo veinte. ¿Puede encontrarme otro caso igual?
–Boswell y Johnson...
–No era siglo veinte... y ambos hablaban inglés.
–Boswell era escocés...
–¡Ah, sí, disculpe, Boswell no hablaba inglés porque era escocés! A usted su nacionalismo lo hace exagerar. No, tuvimos una relación única y las traducciones que surgieron de ella eran únicas. Yo solamente buscaba que a Borges se lo tradujera bien. Para ello, la participación del autor, y especialmente de un autor que conocía el inglés aunque no fuera su idioma natal, era esencial. No me importa un carajo si Dios baja mañana y nos da una traducción perfecta de Borges. Yo sería el primero en aplaudir. Porque creo que la obra de Borges tiene valor para el mundo. También, a pesar de mi crítica personal de sus ideas políticas, eso no afecta mi opinión de él. Amé su trabajo. Lo quería a él. Dedicamos varios años, de mi vida y de la suya, a traducir su obra al inglés. Eso era lo que me importaba. Si la nueva traducción hubiera salido mejor que la mía, bien, me hubiera alegrado. Pero es inferior, y eso es una tragedia. Borges participó de su traducción conmigo... las obras en inglés tienen su autoría, “Traducido por Norman Thomas di Giovanni en colaboración con el autor”. Eso tiene validez, autoridad. Lo que Borges escribió en castellano, y las traducciones en las que participó, son parte de la totalidad de su obra. Si se descarta parte de esa labor, se está tirando a la basura parte de su obra. ¿Por qué? Eso le pertenece.
–Pero no ha sido reimpreso...
–No ha sido reimpreso por un gesto de mezquindad, de chiquitez, que era que sus editores y herederos no querían pagarme. Mire, cuando yo llegué a Buenos Aires había unos seis libros de Borges traducidos, con ocho a diez versiones en inglés (Ficciones, Laberintos, El hacedor, Otras inquisiciones, y dos antologías). El Aleph no había sido publicado en inglés por un error de Emecé. Una que recuerdo, El hacedor, tenía dos versiones en inglés. Y los otros estaban traducidos por diferentes personas. No surgía una sola voz de la obra, aparecían muchas. La editora Penguin le pidió al escritor Paul Theroux que escribiera un prefacio para la nueva traducción. Theroux me escribió diciendo que se había negado porque le pareció una versión mal hecha. Me dijo “Tu versión es Borges...”
–Tu versión... Bueno, eso es lo que provoca artículos críticos.
–No me importan la crítica y el resentimiento. ¿Por qué no leen las diferentes traducciones y ven lo que está bien y lo que está mal? Los que me critican tienen problemas con Borges, y me los trasladan a mí. Voy a escribir otro libro sobre Borges.
–Cristo, no, otro no.
–Y esta gente se va a suicidar.
–Me parece improbable.
–En 1988 escribí el ensayo que abre el libro, “En memoria de Borges”, que se publicó en Londres. Aquello era un boceto en miniatura de la complejidad de la personalidad de Borges que trataba de hacer creer que era una persona simple. Dejaba rastros de sí en todas partes. Si se lee su obra se descubre muchísimo de él.
–Pero eso lo hacía a propósito.
–Eso era parte de la honestidad del escritor verdadero. Sólo un sinvergüenza como Jeffrey Archer, por ejemplo, que no es escritor, puede engañar publicando basura y lograr que se le llame literatura. Ya no existe la literatura, murió, porque a las editoriales no les interesa la literatura, les interesa hacer dinero, y eso no tiene nada que ver con literatura. La belleza de Borges era ser pura literatura, nunca le interesó ganar dinero. No le importaba un carajo el dinero. A él le interesaba la literatura, y era la destilación de la literatura. Esa es su atracción para todos. Además está su estilo increíble. Borges cambió la lengua castellana porque nació en ella y a la vez amaba el idioma inglés.Por lo tanto, trataba el castellano como si fuera inglés. Un venezolano escribió que cuando leía las traducciones al inglés hechas por Borges conmigo las disfrutaba, pero no sentía la molestia en el Borges original porque no tenían lo ostentoso y verborrágico del castellano. Carlos Fuentes dijo algo parecido. Lo que hizo Borges con el castellano fue lo que le era natural en inglés. El idioma inglés ya eliminó lo ostentoso y verborrágico al reducirse. Lo que muchos buscan es lo que hizo Borges en Pierre Menard, quieren que Borges sea traducido al inglés con cada coma y punto y cada palabra del castellano original. Eso es lo que busca la Academia y están locos.
–La Academia está loca.
–Quieren a Borges en inglés pasado exactamente del texto castellano, que es lo que hizo Pierre Menard con Don Quijote.Hace muchos años me pidieron que tradujera unos cuentos españoles en el castellano de España. Los leí y me parecieron mal escritos y aburridos. No pude hacerlo. La escritura argentina ha llegado a ser muy superior aun considerando la aguda decadencia reciente de la Argentina. Para dejar de lado la decadencia se puede leer a escritores argentinos del siglo diecinueve. Su prosa es increíble. Por ejemplo, léase la hermosa prosa del General Paz. Jamás esperaríamos algo hermoso del general Videla o de Galtieri. No es necesario hacer milagros en inglés con la obra de Borges en castellano. Cuando un inglés lee a Borges no necesita conocer a Borges en castellano. Ese es un caso lingüístico que algún estudioso o algún doctorado debiera analizar como curiosidad, pero no tiene nada que ver con la literatura. Creo que el problema radica en parte en que muchos envidiaban la relación que yo tenía con Borges, entonces me odiaban a mí y el resultado de nuestro trabajo. Los académicos jamás ayudaron a sus estudiados a vender un solo libro. Lo que hacen es solamente tratar de elevar su propia carrera, y lo hacen con ensayos obtusos.
–Bueno, con razón usted provoca resentimiento. Usted les está atacando el negocio.
–Creo que quieren evitar la competencia. El editor argentino me llamó y me dijo que yo decía de Borges cosas que nadie conocía en Buenos Aires. Eso me halaga, eso quería escuchar. Para eso era el libro. La gente no entiende cuánto trabajo involucró colaborar con Borges. La gente quería verlo en las fiestas y en las plataformas. El trabajo interminable, el tedio, las caminatas, la pérdida de tiempo, nadie quiere saber de eso. No tiene glamour para la mentalidad porteña... Estaba pensando que tengo casi la misma edad, 69 años, o algo más, que tenía Borges cuando lo conocí y comencé a trabajar con él. Bueno, es un recuerdo nomás.