Jueves, 26 de febrero de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › UN HOMBRE ABUSó DE UNA NENA DE 9 AñOS Y LUEGO LA MATó DE DIECISIETE PUñALADAS
La pequeña salió de hacer una compra en la verdulería del barrio y nunca más se la vio. Apareció en la casa de un hombre que vivía a pocos metros de la víctima. Los vecinos casi lo linchan. Y le destrozaron la casilla donde vivía.
Por Pedro Lipcovich
“Para protestar”; “Para pedir justicia”, contestaban anoche vecinos de Murature al 1400, Villa Fiorito, cuando se les preguntaba por qué estaban a punto de quemar, en mitad de la calle, unas maderas viejas. El martes, una nena de nueve años –que había desaparecido al ir a hacer una compra– había sido encontrada muerta, con 17 puñaladas y rastros de violencia sexual, en la vivienda de un hombre que vivía a pocos metros. Los mismos vecinos, muchos de ellos muy jóvenes y que viven en situación de grave pobreza, se habían juntado para buscar a la niña y guiaron a la policía a la resolución del caso. El presunto agresor, cuando ya había sido detenido por la policía, fue sin embargo golpeado por vecinos, que después redujeron a escombros la casilla donde vivía.
La calle Murature, de Fiorito, está bordeada por casas humildes y, a la altura del 1400, se abre un pasaje angosto, largo y tortuoso, al que dan casillas muy pero muy pobres, de chapa y madera arruinada. En una de ellas vivía Marisol, que tenía nueve años. En otra vivía Pascual, el hombre de 23 años que, todo así lo indica, la mató. La chiquita había salido de su casa a comprar unos huevos: “Me dijo ‘Mami, dejá que voy yo de una corrida’”, lloraba anoche Estela, su madre. Pasaron las horas, la niña no volvía y empezaron a buscarla.
“Yo había escuchado un grito, un solo grito –contó anoche Diego Martín Gómez, de 18 años–, pero acá hay muchos chicos y es común que griten; después los policías me dijeron que tuvo que ser entonces cuando la mataron.” El fue uno de los que, a las ocho y media de la noche del martes, guiaron a la policía a la casilla donde estaba el cadáver. Diego había sospechado cuando, por entre los listones de la puerta precaria, alcanzó a ver “unos huevos rotos en el suelo; entonces le pregunté a la madre de Marisol si la había mandado a comprar huevos blancos y dijo que sí, y éstos eran blancos”. El vio el cadáver: “Ella estaba envuelta en un colchón atado. Al lado había una pala, yo creo que él pensaba enterrarla ahí”.
Con orden de la fiscalía de turno, policías de la seccional quinta de Lomas de Zamora entraron en la casilla. A Pascual lo habían ido a buscar a casa del hermano, que vive a tres cuadras. Los policías lo detuvieron pero, según un testigo, “se tiró del patrullero; no estaba esposado y lo agarraron como 60 vecinos”. Le pegaron hasta que la policía lo rescató. Anoche estaba internado en el hospital Iriarte de Quilmes, bajo custodia. El hermano, también sospechoso en el caso, permanecía prófugo.
En la tarde de ayer, de la precaria casilla de Pascual sólo quedaban escombros. Varios vecinos, se decía que entre ellos el padre de la víctima, la habían destruido a mazazos. La cama turca rota y una mesa de madera de cajón, percudida, esperaban ser quemadas en la calle.
Ayer a la tarde se conocieron resultados de la autopsia. Según fuentes policiales, la niña sufrió diecisiete puñaladas en la cara, la cabeza, el torso y la espalda, aparentemente con un cuchillo del tipo tramontina. Además, según las mismas fuentes, tenía signos de abuso sexual: “Si bien no fue penetrada, tenía un hematoma en la zona vulvar y lesión post mortem en el ano”.
“Nunca hubiéramos pensado que él le hiciera una cosa así a la nena. La madre de la nena los crió, a él y al hermano”, decían los vecinos. “Pero si ayer, cuando la nena se perdió, él le dijo a la madre que la iba a buscar.” El ahora criminal había estado preso tres años, por delitos contra la propiedad. “Hace seis meses salió. Tuvo un trabajo que le duró tres meses y medio, en la construcción, y después volvió a robar”, contaban ayer. También necesitaba dinero para “pipa y encendedor”, acotó Ludmila, de 16 años –que ayudó el martes a buscar a Marisol–, refiriéndose a la adicción al paco que afectaba a Pascual.
Omar, cuñado del padre de la niña asesinada, también vive en el pasaje de la calle Murature, desde luego conocía al homicida y espontáneamente reconstruyó su historia: “Cuando era chico, la madre se suicidó, se mató de un tiro en la cabeza. Después el padre, que trabajaba en el Mercado Central, se quedó dormido delante de un camión, que le pasó por encima. Con la indemnización que le dieron se compró la casilla”. Plata que le robaron, porque todo el pasaje está sobre la traza de una calle que nunca se abrió. “Cuando hay elecciones siempre vienen y prometen que nos van a dar lugares para vivir y que van a abrir la calle”, dicen los vecinos.
Los ojos de Omar, que tiene diez hijos, estaban anoche llenos de lágrimas: “Yo había estado por salir de casa. Si hubiera estado afuera, si la hubiera visto a la nena cuando salió a comprar, esto no habría pasado”, se reprochaba. También estaban rojos los ojos de Juan, primo de los padres de la nena, que lleva tatuado en el pecho el nombre “Tobías”, de su hijo de tres años. “Es que estamos sin dormir”, explicó.
Ayer a la tarde, los padres de la nena asesinada, junto con otros vecinos, se manifestaron ante la comisaría del barrio, a tres cuadras. Unos pocos agentes de la Guardia de Infantería, con sus cascos y escudos, bastaron para contenerlos.
Los restos de la niña iban a ser velados desde las 19 de ayer, a media cuadra del pasaje de Murature. Fue a esa hora cuando los vecinos cortaron la calle para pedir justicia.
El caso tiene cierto parecido con el del 20 de febrero de 2004, cuando, en Villa Tranquila, Avellaneda, apareció el cadáver de Yésica Martínez, de nueve años, en una cámara séptica de la vivienda de Héctor Sánchez, vecina a la de Yésica. Esta era buscada por la policía desde octubre de 2003.
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